El olor a tiza y desinfectante era el perfume de su tortura diaria. Mackenzie, a sus quince años, era una isla de tranquilidad en el bullicioso mar del instituto, y eso la convertía en el blanco perfecto. Justyn, con sus dieciséis años y una sonrisa que cortaba como una navaja, era el depredador, y sus leales hienas, Jason y Lukas, siempre rondaban cerca.
No era un acoso común. Era más sutil, más personal. Un tirón suave de su coleta rubia al pasar, sus apuntes "desapareciendo" misteriosamente minutos antes de un examen, sus zapatos de deporte atados con un nudo imposible. Pero lo peor eran las palabras. Susurradas tan cerca que ella sentía el calor de su aliento en su oreja.
—Buenos días, Princesa de Hielo. ¿Soñaste conmigo?
—Ese jersey te hace ver aún más insignificante, Mackie. ¿Quieres que te preste uno de los míos?
—¿Por qué nadie se sienta contigo en el comedor? Oh, espera… sí, porque eres tú.
Era agotador. Cada día era una batalla campal que ella libraba en silencio, con la mirada gélida y el puño apretado alrededor de su mochila. Sus únicos refugios eran sus dos amigos: Roma, serio y observador, cuyo silencio era más protector que mil palabras, y Heather, quien con su risa estridente intentaba ahuyentar la sombra que Justyn proyectaba sobre ellas.
Y entonces, un día, la sombra desapareció.
Justyn dejó de asistir al instituto. Los rumores volaron como pólvora: que si su familia tenía problemas, que si lo habían expulsado, que si se había mudado. La noticia debería haber sido un alivio, pero para Mackenzie, el silencio que dejó fue ensordecedor, casi inquietante.
Una semana después de su desaparición, encontró un sobre arrugado dentro de su casillero. No tenía remitente, pero reconocía esa letra arrogante y puntiaguda en cualquier parte. Dentro, solo una frase:
—No pienses que esto se acabó, Mackie. Un día voy a volver sólo para seguir molestándote. Es mi pasatiempo favorito. Espérame. Con mucho odio y menos cariño. -J
El papel se le quedó pegando en los dedos. No era una despedida. Era una amenaza a largo plazo. Una promesa envenenada.