La cena era un evento tenso y silencioso. El sonido de los cubiertos al chocar contra la porcelana fina parecía ensordecedor. El aroma a pollo asado con romero, que normalmente habría sido reconfortante, ahora le resultaba a Mackenzie nauseabundo, mezclado con el persistente olor a colonia de Justyn.
Él estaba sentado frente a ella, comiendo con una elegancia estudiada que hacía que cada uno de sus movimientos pareciera una crítica a los suyos. Sus padres miraban cada bocado que él tomaba con una admiración que jamás le habían dirigido a ella.
—El informe de bolsa que me recomendaste, Justyn, fue excelente —comentó el señor Lewis, rompiendo el hielo—. Muy perspicaz.
Justyn sonrió con modestia, bajando la mirada hacia su plato.
—Solo un par de observaciones, señor Lewis. Me alegro de que le fueran útiles.
—¡Oh, es tan humilde! —exclamó la señora Lewis, como si acabara de descubrir el fuego—. Mackenzie, ¿no crees que Justyn es humilde?
Mackenzie apretó el tenedor con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—Sí, mamá. Una humildad… abrumadora.
Justyn la miró, y en sus ojos vio un destello de diversión burlona antes de que su expresión se suavizara de nuevo.
—Solo intento devolver un poco de la amabilidad que me han mostrado. Es lo mínimo que puedo hacer después de… bueno, después de todo. —Dejó la frase en el aire, sugiriendo un pasado turbulento del que era víctima, no verdugo.
Esa fue la gota que colmó el vaso. La farsa, la manipulación descarada, la forma en que sus padres tragaban cada palabra… Mackenzie no podía soportarlo más.
—¿Después de todo qué, Justyn? —soltó, dejando el tenedor con un golpe seco. Su voz resonó en el comedor, demasiado alta, demasiado afilada—. ¿Después de molestar sin piedad a medio instituto? ¿Después de destrozar las cosas de los demás por diversión? ¿O te refieres a después de aparecer aquí como un pobre cachorro perdido para que te recojan?
El silencio que siguió fue absoluto. La sonrisa de la señora Lewis se congeló en su rostro. El señor Lewis dejó su copa de vino lentamente.
—Mackenzie… —advirtió su padre, con una voz grave.
Pero ella ya no podía contenerse. La rabia, acumulada durante días, brotó como un géiser.
—¡No, papá! ¿No lo ven? ¡Los está manipulando! ¡Los está usando! Todo esto es un juego para él. ¡Su «pasatiempo favorito»! —Se giró hacia Justyn, señalándolo con un dedo tembloroso—. ¿Se lo has contado? ¿Les has dicho que me dejaste una carta prometiendo que volverías a molestarme? ¿Que esto es solo… diversión para ti?
Justyn no se inmutó. No se enfadó. No contraatacó. En cambio, su expresión se tornó de una profunda y dolorosa comprensión. Dejó su cubierto y colocó las manos sobre la mesa, con las palmas hacia arriba, en un gesto de vulnerabilidad.
—Mackenzie —dijo, y su voz era suave, llena de una tristeza que sonaba devastadoramente genuina—. Sé que tenemos… un historial complicado. Sé que te hice daño y por eso, lo lamento, de verdad. —Bajó la mirada, como si le costara mantener el contacto visual—. La carta… Dios, era un chico estúpido e iracundo. Escribí tantas cosas de las que me arrepiento.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras, cargadas de falso remordimiento, flotaran en la sala. Luego, alzó la vista, y sus ojos verdes brillaban con una humedad que parecía real.
—Pero esto… —Hizo un gesto leve con la mano, abarcando la mesa, la casa—. Esto no es un juego para mí. Esto es… un salvavidas. Tu familia ha sido increíble conmigo y yo… yo solo intento ser mejor para merecerlo. —Su voz se quebró ligeramente en la última frase, un toque maestro de actuación.
La señora Lewis soltó un sollozo compungido.
—¡Oh, Justyn, cariño! ¡Por supuesto que lo mereces! —Le lanzó una mirada furibunda a su hija—. ¡Mackenzie, cómo te atreves! ¡Está intentando cambiar!
—¡No está intentando cambiar! ¡Les está mintiendo! —gritó Mackenzie, sintiendo cómo el suelo se movía bajo sus pies. Estaba perdiendo. Lo veía en los rostros de sus padres: pura y absoluta compasión por él.
—¿Por qué tendría que mentir, Mackenzie? —preguntó Justyn, con voz queda, herida—. ¿Qué gano con eso? ¿Crees que disfruto siendo una carga? ¿Crees que disfruto sabiendo que mi presencia aquí te molesta tanto? —Sacudió la cabeza, con una expresión de profunda pena—. Cada día me pregunto si debería irme para no causar más… grietas.
—¡No digas eso, Justyn! —intervino el señor Lewis, con firmeza—. Esta es tu casa ahora. No te vas a ir a ningún lado. —Se volvió hacia su hija, y su rostro era una máscara de decepción e ira—. Mackenzie, tus celos y tu rencor te están cegando. Justyn es nuestro invitado y será tratado con respeto o aprenderás las consecuencias.
Mackenzie los miró a los tres: a sus padres, sentados junto a su torturador, defendiéndolo a él. Contra ella. Sintió una grieta tan profunda y dolorosa en el pecho que le faltó el aire. Ya no había vuelta atrás.
Justyn bajó la mirada de nuevo, pero no antes de que Mackenzie captara el destello fugaz de triunfo absoluto en sus ojos. Un destello que decía: «Gané».