El juego del depredador

Capítulo 9: El Primer Falso Movimiento

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El silencio en la casa era pesado como una lápida después de la explosión en la cena. Mackenzie había pasado la mañana encerrada en su habitación, evitando el sonido de las voces de sus padres y, sobre todo, la presencia de él. Pero la universidad no esperaba, y un proyecto crucial de diseño gráfico, una animación que le había llevado semanas, tenía que ser entregado antes de las cinco.

Bajó las escaleras con cautela, como si pisara sobre cristales rotos. El portátil, su herramienta de trabajo y su ventana al mundo exterior, estaba abierto sobre la mesa del comedor, renderizando la animación final. El suave zumbido del ventilador era el sonido de su ansiedad. Cada porcentaje que avanzaba la barra de progreso era un latido de su corazón.

La casa estaba aparentemente vacía. Sus padres habían salido y de Justyn, no había rastro. Quizás, por una vez, se había esfumado.

Se sentó frente a la pantalla, vigilando el proceso como un halcón. Quedaba un 15%. Casi estaba. Respiró aliviada. Tal vez podría enviarlo y largarse de allí antes de que…

Pasos. Provenientes del salón. Lentos, deliberados.

Mackenzie se tensó, pero no levantó la vista. Si lo ignoraba, quizás se iría. La estrategia del avestruz.

Justyn apareció en el umbral del comedor. Llevaba unos jeans y una camiseta negra, y olía a jabón y a aire libre. Se apoyó contra el marco de la puerta, cruzando los brazos, observándola. Ella podía sentir su mirada en la nuca, como un punto de calor molesto.

—Parece importante —dijo al fin, su voz rompiendo el tenso silencia como un cristal.

Mackenzie no respondió.

Concentración al 100%. Faltaba un 10%.

—¿Es para esa clase? La de ese profesor tan exigente… ¿Cómo se llamaba? El que siempre critica tus elecciones tonalmente pretenciosas. —Su tono era casual, pero cada palabra estaba elegida para pinchar.

Ella apretó la mandíbula. ¿Cómo sabía eso?

—No es asunto tuyo, Justyn —murmuró, clavando la mirada en la pantalla. 8%.

Él empujó la puerta y entró en la habitación, moviéndose con esa tranquilidad felina que tanto la perturbaba. Se acercó a la mesa y se inclinó, mirando la pantalla por encima de su hombro. Su proximidad era una intrusión, su aliento caliente en su oreja.

—Se ve… complejo. Muchas capas. —Hizo una pausa—. Sería una lástima que pasara algo.

Mackenzie se irguió de golpe, apartándose de él.

—¿Qué quieres?

Él sonrió, una expresión inocente que no llegaba a sus ojos.

—Nada. Solo ver cómo estás. Después de anoche… —Dejó la frase en el aire, un recordatorio de su victoria—. Parecías alterada.

—Estoy bien y estoy ocupada. Si no te importa… —Señaló la puerta con la cabeza.

Justyn hizo como que se iba, pero en lugar de eso, se dirigió a la cocina abierta que estaba justo al lado. Mackenzie oyó el sonido del grifo al abrirse y el tintineo de un vaso. Su atención volvió a la pantalla. 5%. Casi…

El ruido fue rápido y brutal. Un golpe seco de vidrio contra el granito de la encimera, seguido de un chapoteo húmedo y un grito ahogado de Justyn.

—¡Mierda!

Mackenzie giró la cabeza justo a tiempo para ver el vaso de agua, lleno hasta el borde, volcándose y derramando su contenido en un torrente claro y letal directamente sobre su portátil abierto.

El tiempo se ralentizó. Vio las gotas salpicando el teclado, chorreando por los laterales, colándose por las rejillas de ventilación.

El zumbido del ventilador se convirtió en un chirrido agonizante, la pantalla parpadeó con espasmos de colores distorsionados y luego se apagó, sumiendo la habitación en un silencio repentino y horrible.

Mackenzie se quedó paralizada, con la mirada fija en la máquina muerta, humeante ligeramente. El agua formaba un charco alrededor de ella, goteando sobre el suelo de madera.

Justyn se llevó ambas manos a la cabeza, con una expresión de conmoción perfectamente interpretada.

—¡Dios mío, Mackenzie! ¡Lo siento mucho! ¡Se me resbaló de las manos! —su voz sonaba genuinamente angustiada, pero sus ojos, por un microsegundo, se encontraron con los de ella, y en ellos no había remordimiento. Había un destello de pura y fría satisfacción.

Ella se levantó tan bruscamente que la silla cayó hacia atrás con un estruendo.

—¡Lo has hecho a propósito! —gritó, y su voz no era suya, era un grito rasgado, cargado de una rabia tan visceral que hizo que hasta la máscara de Justyn se resquebrajara por un instante.

Él retrocedió un paso, alzando las manos en un gesto de defensa inocente.

—¿Qué? ¡No! ¡Fue un accidente! ¡Iba a beber agua y se me resbaló! ¿Por qué iba a hacer algo así?

—¡Porque eres un cabrón! ¡Porque es lo que haces! —avanzó hacia él, temblando de pies a cabeza, con los puños apretados. Las lágrimas de furia nublaban su visión—. ¡Mi trabajo! ¡Semanas de trabajo!




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