El juego del Destino

Capítulo 3

Hace una semana que me enojé con Conor por su grosería. Desde entonces, no hemos hablado, y la verdad, no tengo ganas. Fue demasiado descortés con personas importantes para mí. Me encuentro en la cafetería con Florencia y Hayde, a quienes también he pedido que intenten mantener una buena relación con Conor. Después de todo, los tres tienen un lugar especial en mi corazón. Al menos por mí, deberían intentar llevarse bien; no les pido una gran amistad, solo que se toleren.

—¿Podemos hablar, Místic?–pregunta Conor acercándose a nuestra mesa.

—Siéntate —le digo, señalándole el lugar a mi lado—. Si no intento dejar atrás lo sucedido, nunca solucionaremos esto.

—¿Ya no estás molesta?– Niego con la cabeza, aunque aún me siento un poco resentida por sus comentarios. Él me responde con un beso en la mejilla.

—Hermana, debo ir a la biblioteca. Nos vemos al terminar las clases.

—Está bien, Hayde.– Ella se va, y nos quedamos solos Conor, Florencia y yo.

—Florencia, te debo una disculpa por lo que te dije. Es verdad que a veces hablo demasiado.

—Está bien, Conor. No te preocupes. Creo que mi reacción fue exagerada.

Con las cosas aclaradas, el ambiente se relaja y el descanso transcurre tranquilo. Al terminar, cada uno se dirige a sus clases. ¡Qué alivio sentir la tensión disiparse! Las clases terminan con normalidad. Me dirijo al estacionamiento para esperar a Hayde o encontrarla esperándome, ya que nuestros horarios no siempre coinciden. Llego al auto y aún no la veo. Esta vez, tendré que esperarla. Quince minutos después, llega sonriendo de una manera inusual; parece demasiado feliz, sus ojos brillan como nunca. Algo en su actitud me inquieta. Cuando salió de la cafetería, no estaba tan contenta, pero tampoco de mal humor, ¡pero esta alegría es desbordante!

—¿Qué ocurre, hermana? ¿Por qué tan feliz?– pregunto curiosa, con una gran sonrisa.

—¿Puedes llevarte el auto?

—Sí, claro. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan feliz? ¿Está todo bien?

—Saldré de compras con unas amigas, y ellas me llevarán a casa–responde con calma, pero algo no encaja. ¿Tan feliz por ir de compras? Es atípico, sobre todo en ella, a quien ni siquiera le gusta ir de compras, a menos que sea para buscar algún libro de Freud. Quizás arregló las cosas con sus amigas, y por eso está tan contenta, aunque me parece una reacción exagerada. Al final, ¿quién soy yo para juzgar?

—Está bien. ¿Cuánto tardarás? Sabes que no me gusta estar sola en casa; me siento triste y un poco asustada.

—No seas molesta, Místic. No tardaré mucho. Además, ya no eres una niña pequeña a la que debo cuidar todo el tiempo. Debes ser valiente. Pronto me iré de casa. Sabes que nuestros padres viajan mucho o trabajan casi siempre, excepto los domingos, así que pasarás más tiempo sola–dice con clara molestia por mis preguntas.

No entiendo a qué se refiere. ¿Piensa irse? Para no molestarla más, asiento y tomo las llaves. La observo alejarse. Realmente se ha enojado por mis preguntas, pero solo me preocupa. Bueno, también soy muy curiosa, pero ella nunca se molesta por mis preguntas. Su reacción me desconcierta. Nunca antes había reaccionado así. Por lo general, cuando le pregunto algo, me responde con normalidad y tranquilidad. Su actitud me hace pensar que me oculta algo, pero seguramente me lo contará al llegar a casa. Ella nunca me oculta nada. Debe ser que tenía prisa y yo la estaba entreteniendo.

—¿Por qué tan pensativa?– me preguntan, tomándome por sorpresa.

—No es nada, Flor. Debo irme ya.

—¿Y Hayde?

—Dijo que me llevara el auto porque iría de compras con unas amigas.

—¿En serio? Eso es inusual. Además, ¿no se había peleado con ellas?–pregunta Florencia con expresión analítica. Sonrío al pensar que yo me he hecho las mismas preguntas, sin encontrar respuestas.

—Nos vemos mañana, amiga.

—De acuerdo, Místic. Conduce con cuidado. Subo al auto y me dirijo a casa. Al llegar, guardo el auto, entro y subo a mi habitación.

Son cerca de las diez de la noche cuando escucho que abren la puerta. Al principio, me asusto, pero debe ser Hayde. Dejo la lectura a un lado y salgo de mi habitación. La veo subir las escaleras con una gran sonrisa en el rostro. Está feliz, y eso me alegra. Además, al ver que es ella, me relajo. Quiero saber qué la tiene tan feliz. Nunca antes la había visto así; siempre es muy reservada con sus emociones, y precisamente por eso, su alegría despierta mi curiosidad.

—¿Por qué tan feliz, hermanita? ¿Qué me compraste? Seguro que en tantas horas encontraste algo bonito para mí, ¿tal vez un vestido para el baile? Quiero verlo. ¿Y las bolsas? ¿Por qué llegaste tan tarde? ¿Qué más hicieron?

—¡No compré nada, Místic! ¡Déjame tranquila!– exclama, evidentemente exasperada.

Parece que me he excedido con mis preguntas. Avanza hacia su habitación y cierra la puerta. Decido ir a averiguar qué ocurre. Parecía tan feliz, como en un sueño, pero en cuanto le pregunté, su expresión cambió por completo. Ahora estoy más segura que antes de que me oculta algo. ¿Qué es? ¿Acaso no se siente con la confianza suficiente para contarme las cosas? Siempre pensé que éramos buenas hermanas y que podía sentirme orgullosa de estar siempre para ella, como ella lo está para mí. Toco la puerta.

—Vete, Místic. No quiero hablar contigo– responde del otro lado, pero abro la puerta, ignorando sus palabras. Estoy preocupada por ella. No recuerdo haber hecho algo para que se molestara conmigo, aunque sí, pregunto mucho, pero no es para tanto.

—Hayde, ¿qué ocurre? Somos hermanas, puedes confiar en mí. ¿Hice algo que te molestara? Si es así, lo lamento. No me di cuenta. Solo dime qué sucede para solucionarlo.

—¡Ya basta! ¡No soporto más que siempre quieras saberlo todo! Estoy cansada de tus preguntas. ¡Sal de mi habitación de una buena vez y no te metas en mis asuntos! ¡Eres realmente molesta, Místic! ¿Acaso no te cansas? ¿No entiendes las indirectas?




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