Una nueva semana comenzaba. Era lunes y esperaba el inicio de la clase de la profesora Blair. Todos estaban en sus lugares; ella había dejado muy claro que a su llegada, debían guardar silencio. La reputación de la profesora aseguraba el cumplimiento de las reglas.
–Buenos días – saludó la profesora al entrar.
–Buenos días – respondimos al unísono.
–Hoy se une a nosotros un nuevo estudiante. Recientemente llegó a la ciudad, así que espero que sean amables con él. Pasa, por favor, y busca un lugar – indicó la profesora. Todos miramos la entrada. Sería mi compañero de asiento; no quedaban lugares vacíos, así que tendría tiempo de conocerlo. No lo observé con la misma intensidad que los demás.
–Gracias – musitó él. Al reconocer su voz, levanté la mirada. Era el joven con quien me había encontrado días atrás. Se acercó a mi asiento. –¿Puedo? – preguntó con una sonrisa. Asentí, apartando mis cosas. Él tomó asiento a mi lado.
–Muy bien – dijo la profesora. – Tendrás que ponerte al día con los temas y las reglas de la clase. Ayúdalo, Místic – me indicó, mirándome. Asentí y la profesora comenzó la clase.
La clase terminó. Me concentré lo mejor posible, pero no podía dejar de pensar en el joven. Me desconcertaba; me gustaba esa sensación, aunque no sabía qué era. Necesitaba saber su nombre, conocerlo mejor. Era algo inusual, un deseo intenso de saber todo sobre él.
–¿Eres tú, cierto? – escuché a mi lado. Lo miré, confundida. –La chica del otro día, la que tropezó conmigo.
–Sí, lo siento.
–Fue un encuentro afortunado. ¿Cómo te llamas?
–Místic. ¿Y tú?
–Deiben. Gracias por ayudarme a levantar mis documentos.
–Fue un gusto. Dime, ¿De dónde vienes? La profesora dijo que acabas de llegar.
–Francia.
–¿Eres francés?
–No, nací aquí, pero cuando tenía cinco años, mi madre y yo nos mudamos a Francia. Ahora regresamos por su familia. Todo me parece nuevo y diferente, pero no tengo otra opción.
–¿Y tu padre?
–No me gusta hablar de eso, linda.
–Entiendo. Si necesitas algo, no dudes en decírmelo.
–Gracias. Definitivamente eres la persona más amable que he conocido.
Llegó la hora del descanso. Deiben ya se había ido. Habíamos conversado mucho, y me había gustado. Salí del salón con Florencia, mi amiga, quien estaba inusualmente callada. Durante el descanso, no se acercó a hablar conmigo. Su comportamiento era extraño. Llegamos a la cafetería, a nuestra mesa habitual, donde estaba Hayde. Las tres permanecimos en silencio. La incomodidad era palpable. Decidí romper el silencio.
–¿Qué crees, Hayde?
–¿Qué ocurre?
–Flor y yo tenemos un nuevo compañero. Es un joven increíble. Quiero que lo conozcas.
–¿A quién? – escuché la voz de Conor. Lo había olvidado.
–No es asunto tuyo, Conor – respondió mi hermana, evitando un conflicto.
–Bien, Místic, ¿podemos hablar? – preguntó Conor. Asentí. Él se sentó a mi lado. –Conor, ¿sabes dónde está Kyler? Necesito hablar con él.
–No, Florencia, no soy su niñera.
–No tienes por qué responderme así. Solo era una pregunta. Nos vemos en clase, Místic – dijo Florencia, poniéndose de pie.
–Yo voy contigo – dijo Hayde.
–¡Qué sensibles! – exclamó Conor, pero mi hermana y mi amiga lo ignoraron y salieron.
–Era importante para ella.
–Pero yo no tengo por qué saber dónde está Kyler. Una cosa es que sea mi hermano, y otra que conozca todo lo que hace. Además, ya le dije a Florencia que él no dejaría a Lucy por ella. Lo mejor sería que lo superara.
–Debo irme a clase. Nos vemos después.
–Vamos, Místic, no te vayas así.
–No puedo quedarme más.
–No te voy a dejar ir así.
–No te estoy pidiendo permiso. Adiós.
–No te vayas así, Místic. Lo siento.
Me levanté y me alejé. Me molestaba su actitud. A veces era demasiado cruel y no se arrepentía de sus acciones. Concentrada en mis pensamientos, tropecé de nuevo con alguien.
–Linda Místic, esto se nos ha hecho costumbre – comentó Deiben, divertido.
–Lo siento, Deiben. No me fijé.
–Al menos hoy no llevaba nada en las manos – sonrió, mostrando sus dientes. Deiben era realmente guapo. –¿Estás bien? ¿Qué te sucede?
–No es nada – repliqué, sonriendo. –Solo iba a clase.
–Aún falta, pero yo también voy. ¿Vamos juntos? – Asentí.
Las clases terminaron. Esperaba a Hayde en el estacionamiento, como siempre. Cinco minutos después, apareció. Tenía prisa, como últimamente. Me preocupaba que estuviera descuidando sus responsabilidades. Siempre llegaba tarde, si es que llegaba.
–¿Podrías llevarte el auto?
–¿Otra vez?
–Sí, Místic. Tengo un trabajo que hacer para el profesor Zich y me quedaré con Astrid.
–No tienes por qué darme explicaciones.
–Lo sé, pero te lo digo para que se lo digas a nuestros padres, si te preguntan.
–Está bien.
–Debo irme. Te veo mañana – dijo Hayde, alejándose.
Últimamente no creía nada de lo que Hayde decía. Tenía la impresión de que mentía para ocultar algo. Debía averiguarlo. La seguí hasta la otra salida del campus. La vi subir a un taxi. Sabía que me estaba mintiendo.
–¿Qué haces, linda? – preguntó alguien a mi espalda, asustándome. –Lo siento, no quise asustarte.
–Deiben, ¿tienes auto?
–No, linda. Solo moto. Los autos no son lo mío.
–¿Podrías hacerme un favor? – Asintió. –Nuestra misión es seguir ese taxi. ¿Puedes?
–Claro que sí. Sígueme – dijo Deiben. Subimos a su motocicleta gris. –Sujétate bien. Puedes abrazarme si quieres.
Lo abracé. Él condujo rápido. El aroma de su perfume era agradable y me hizo olvidar la misión. Me sentía como una agente del FBI. Después de una hora, llegamos a un centro comercial. "¿Qué hace aquí?", me pregunté. Este lugar estaba lejos. Vi a Hayde bajar del taxi.
–Dime, Místic, ¿a quién seguimos? – preguntó Deiben.
–A mi hermana. Vamos – respondí, tomándolo de la mano.
Editado: 15.01.2025