El juego del Destino

Capítulo 11

Recorro rápidamente el pasillo para salir del edificio y encaminarme hacia el estacionamiento. Justo cuando estoy a punto de abrir la puerta, alguien me toma bruscamente del brazo, me hace girar y me lastima.

–Ahora que no está tu guardaespaldas, hablaremos de verdad –dice Conor, con una intensidad que me incomoda.

–¡Suéltame, Conor! ¡Me estás lastimando! –exclamo, intentando liberarme de su agarre.

–¿Y tú crees que no me lastimas con tu comportamiento? –responde, la frustración evidente en su voz.

–¡No quiero nada más contigo! Ya te lo dije, ¡suéltame!

–Ahora me escucharás tú a mí, quieras o no. No puedes simplemente terminarme sin siquiera escuchar una explicación. Lo que pasó con Gianna no fue nada, ella no significa nada para mí.

–¡La besaste y frente a todos! ¡Me traicionaste delante de todos! No es la primera vez que te besas con ella. Ya no me interesa. No siento nada por ti, terminamos.

–Deja de decir terquedades. Sé que me amas, solo estás confundida por lo molesta que te encuentras.

–¡No estoy confundida! ¡Tú y yo terminamos! ¡Suéltame de una buena vez! –indico, tirando de mi brazo, aunque el dolor se intensifica por la fuerza que ejerce.

–Basta, amigo, estás haciendo un espectáculo –interviene Urised, que ha llegado hasta nosotros.

–¡Déjame! ¡Arreglaré esto después y me encargaré del resto!

–Ya suéltala, la lastimarás –indica Urised, tratando de razonar con Conor, pero este no afloja su agarre. Me siento atrapada.

–¡¿Qué diablos haces?! –grita Deiben, haciendo que Conor me suelte de un empujón. Luego se enfrenta a él–. ¡No te atrevas a tocarla nuevamente! Vamos, Místic, te acompaño hasta el automóvil de tu hermana. ¿Estás bien? –inquiere, preocupado.

Asiento, sintiendo una mezcla de gratitud y alivio.

Llegamos hasta el automóvil y espero a que Hayde aparezca. El dolor en mi brazo se vuelve más agudo; Conor es un salvaje, estaba fuera de sí. Algo dentro de mí me dice que esto no ha terminado. Toco mi brazo, incomodada por la punzada. Debo ver qué ha dejado; seguramente, me dejó una marca.

–¿Te duele? –pregunta Deiben, con una expresión de preocupación.

–Un poco –musito, mientras me quito la cazadora para poder ver la herida.

–¡Es un infeliz! –exclama Deiben, lleno de ira al ver la marca en mi brazo–. Ahora mismo haré que se arrepienta.

–No, ven –lo detengo, tomando su mano–. No vale la pena, Deiben.

–Místic, por favor, mira cómo dejó tu brazo.

–Se ve peor de lo que es; no me duele tanto –miento para tranquilizarlo, aunque el dolor es espantoso.

–No te dejaré nunca más sola. Debí imaginar que algo así sucedería.

–¿Qué te ocurrió, Místic? –escucho la voz preocupada de Hayde.

–No es nada, hermana –respondo, colocándome la cazadora nuevamente–. Vámonos a casa.

–¿Lo hizo el idiota de Conor, cierto? Ahora mismo ese animal salvaje me va a escuchar.

–No te preocupes, Hayde, Deiben se encargó. Ahora todo está bien, solo quiero irme a casa ya mismo.

–Bien, bien, vamos, y gracias, Deiben –me dirijo a la puerta para subir al automóvil. Deiben abre la puerta con una sonrisa.

–Gracias, cuídate y no te metas en problemas.

–No te preocupes, linda, me portaré bien –me responde, riendo ante mi comentario. Hayde comienza a conducir, y puedo ver que está muy molesta.

Se mantiene en absoluto silencio durante todo el trayecto. "¿Será por lo de Conor?", me cuestiono. Quisiera preguntarle, pero siempre que está molesta es mejor no interrogarla. Aun así, la curiosidad me empuja, y sé que terminaré preguntándole qué sucede.

Al llegar a casa, Hayde guarda el automóvil. Ambas bajamos y entramos, subiendo las escaleras.

–¿Por qué estás tan molesta, Hayde? –le pregunto antes de que entre en su habitación.

–Es por lo que hizo Conor. Es un verdadero salvaje, Místic. Siempre es agresivo con todos, pero nunca imaginé que pudiese lastimarte a ti.

–Yo aún no puedo creerlo, hermana. Estaba fuera de sí y me asusta pensar que pueda hacerlo de nuevo.

–No te hará daño. Trata de estar siempre con alguien. Verás que cuando entienda que ya no quieres nada con él, te dejará tranquila –asiento y avanzo hacia mi habitación. Debo confiar en que tiene razón.

Un nuevo día ha llegado. Llego a la universidad en compañía de mi hermana. Al llegar a la puerta de entrada, ubico a Deiben; me dijo que no me dejaría sola ni un solo momento para evitar que Conor actuara como lo hizo ayer. Mi brazo ya no duele, al menos no como ayer, pero me ha quedado una marca que es realmente fea.

Una vez que llegamos, Deiben se une a nosotras y avanzamos los tres juntos hasta los casilleros.

–Yo me voy, hermanita. Te dejo en buenas manos. Nos vemos al finalizar las clases –indica Hayde, mientras saca sus cosas del casillero. Mira a Deiben–. Te la encargo mientras no esté.

–No tienes de qué preocuparte, a mi lado nada malo podrá sucederle –responde Deiben con una sonrisa. Hayde asiente y se aleja.

–Soy tu guardaespaldas –añade.

–Lo sé –musito sonriendo, mientras lo veo recargarse en el casillero, observándome.

–Daría mi vida por ti si fuera necesario. No sé si es normal o no, pero soy un guardaespaldas enamorado de la persona que debe proteger. Algo así como en las novelas románticas, solo que yo no tengo un salario, pero mi pago es tu sonrisa.

–No digas esas locuras.

–No son locuras; es la verdad que resuena en mi mente y en mi corazón.

–Gracias, Deiben, eres realmente muy lindo.

–No es nada –indica en tono tierno, acariciando mi mejilla–. Me gustas y me das ternura.

–¡Aleja tus asquerosas manos de mi novia! –exclama Conor de pronto, empujando a Deiben.

–¿Tú qué? Veo que tienes mala memoria, idiota. Te recordaré que ella te dejó, ¿entiendes? Ya no es más tu novia –responde Deiben, recomponiéndose y plantándose frente a Conor.

–Tú entiende algo, gato: ella es mía y siempre lo será.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.