El timbre de la puerta me sobresaltó. Estaba muy nerviosa; todo me asustaba. Era culpa de Conor, que había alterado mi tranquilidad. Nunca pensé que fuera capaz de secuestrarme y mantenerme encerrada. Su comportamiento me sorprendió; nunca lo había considerado un secuestrador. Estaba convencida de que había enloquecido.
—Tranquila, hija, debe ser la persona que llamaste– dijo el señor Robert con calma. Asentí mientras él abría la puerta. –¿Dígame?
—¿Robert Smith?– preguntaron. Reconocí su voz y me puse de pie, avanzando hacia la puerta.
—¡Deiben!– exclamé emocionada al verlo.
—¡Místic!– respondió. Mi nombre, pronunciado por sus labios, me llenó de alegría. El señor Robert lo dejó entrar y corrí a abrazarlo. Lo había extrañado mucho; sentía una gran dependencia hacia él. Su abrazo me tranquilizó. Con él, nada malo podía pasarme. –¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? ¿Dónde has estado? Te hemos estado buscando por todas partes. ¿Cómo terminaste aquí?
—Llévame a casa; mis padres deben estar preocupados.
—No saben nada. Si no aparecías, se lo contaríamos, pero me llamaste. Hayde estaba conmigo; se quedó para informar a Florencia, Kyler y Nires de que has aparecido. Dime, ¿qué sucedió?
—No es el momento, Deiben. Te contaré todo de camino a casa.
—De acuerdo, ven.– Me abrazó por la cintura y caminamos hacia el señor Robert. –No tengo manera de agradecerles que hayan cuidado de la persona más importante para mí.
—No fue nada, joven.
—Sé que con nada puedo ni podré pagar lo que hicieron por ella– dijo Deiben, sacando un sobre amarillo y ofreciéndoselo.
—No podemos aceptar eso.
—Por favor, no lo rechacen. Es la recompensa que daría a quien me diera información sobre ella. Ustedes han hecho algo mejor: la ayudaron, cuidaron y con ello devolvieron la luz de mi vida, la razón de mis sonrisas. No puedo pagarlo con nada, pero esto es una muestra de agradecimiento. Aceptenlo.
—Acepte, por favor, señor. No sé qué me habría pasado sin usted. De verdad estoy muy agradecida, y como ya dijo él, con nada podré pagar nunca lo que hicieron por mí– intervine. El señor Robert aceptó el sobre y yo sonreí agradecida.
—Debemos irnos ya. Nuevamente, gracias, señor Smith.
—No ha sido nada– respondió con una sonrisa. Nos despedimos y salimos. Deiben tenía su automóvil estacionado afuera. Subimos y él condujo en silencio, pensativo, durante quince minutos.
—Necesito que me digas lo que sucedió– dijo, rompiendo el silencio. Lo miré.
—Fue Conor. Me secuestró y me mantuvo encerrada en una habitación durante estos días, hasta que logré escapar. No me hizo daño físico, pero estar cautiva no es agradable.
—Lo sabía, ¡sabía que había sido él! Yo me encargaré de él. Tú trata de estar tranquila.
—Debemos denunciarlo. Es ilegal lo que hizo y no puede quedar impune. Tendrá que pagar por sus actos en prisión.
—No lo hagas, Místic– pidió, deteniendo el automóvil.
—¿Qué?– pregunté, sin entender.
—Yo haré que aprenda su lección; no dejaré que se acerque a ti nunca más, pero no lo denunciemos. Hazlo por mí.
—Pero, Deiben, ¿por qué?– pregunté, consternada. Bajó la mirada. Estiré mi mano para acariciar su mejilla y que me mirara. –Todo lo que me pidas, aunque no lo entienda, lo haré. Si no quieres que lo denuncie, no lo haré. Te amo.
—Te amo mucho, Místic. Sé que tendré que darte mis razones, pero no ahora. Confío en ti, pero…– interrumpí sus palabras con mi mano sobre sus labios.
—No necesito que me digas nada. Sé que confías en mí de la misma manera que yo confío en ti. Te amo.– Me acerqué y lo besé. Lo había extrañado tanto. No sabía por qué no quería denunciar a Conor, pero si ese era su deseo, no podía negarle nada.
—Eres realmente increíble. Mientras estuviste lejos, sentí que me faltaba una parte. Por fin me siento completo– dijo, mirándome a los ojos. Me abrazó. –Vámonos; tu hermana está muy preocupada. Te ha buscado sin parar; además, creo que te necesita.
—¿Necesitarme? ¿Por qué?– pregunté, preocupada.
—Será mejor que ella te lo diga– respondió con discreción. Asentí, y él reanudó la marcha.
Sus palabras me preocuparon. "¿Qué le pasará a mi hermana?", me pregunté mientras miraba por la ventanilla. Siempre había estado para ella cuando lo necesitaba, y algo me decía que esto tenía que ver con mi querido profesor Hunter Lavoie. Según supe, cambió la fecha de su boda para febrero y estaba a punto de llegar. Su matrimonio era inminente. No permitiría que fuera feliz destruyendo la felicidad de mi hermana. Cuando ella supo que cambió la fecha, estaba segura de que la boda se cancelaría, pero yo no lo creía. Si no la quería, no debió darle esperanzas ni jugar con sus sentimientos. Jamás se lo perdonaría, aunque, claro, estaba sacando conclusiones prematuras, pero estaba casi convencida de que se trataba de eso.
Llegamos a la entrada de la universidad. Vi a Hayde, Florencia, Kyler y Nires; este último abrazaba a mi hermana. Después de que Nires se fue, mi hermana estaba muy mal y supuestamente ya no sentía nada por él, aunque siempre pensé que Nires aún la quería. No se habían separado por falta de amor, sino por la distancia, que los lastimaba mucho. Sabía que realmente no querían terminar. Deiben estacionó el automóvil. Bajamos y corrí a abrazar a mi hermana.
–¿Estás bien, Místic? ¿Qué te ocurrió?– preguntó, mirándome analíticamente.
—Tranquila, hermanita, estoy bien. ¿Tú cómo estás? Ya me di cuenta de que muy bien acompañada– comenté, refiriéndome a Nires. Ambos se sonrojaron. –Dime, Nires, ¿volverás a ser mi cuñado?
—¡No seas imprudente, Místic!– me regañó Hayde.
—Déjame, Hayde. Tú sabes que Nires como cuñado es increíble. Siempre me compraba chocolates y lo adoro. Gracias por ayudarlos, cuñado– le dije, guiñándole un ojo. Él asintió y sonrió.
—Me pondré celoso si sigues con eso, Místic– dijo Deiben, abrazándome por la espalda.
Editado: 22.02.2025