En la motocicleta de Deiben, camino a casa de los Nollan, el ambiente era tenso. Deiben estaba muy preocupado por mi presencia; había intentado disuadirme, pero mi terquedad había prevalecido. A pesar de sus advertencias —que escuchara sin intervenir, que luego me explicaría todo—, no entendía nada.
Llegamos a la casa de los Nollan. Bajamos de la moto, nos quitamos los cascos, y Deiben me ofreció el suyo. Acomodé los cascos en la motocicleta para que no se cayeran, mientras Deiben, con evidente enojo, se dirigía a la puerta. Tocó el timbre. Intenté alcanzarlo, pero antes de que pudiera hacerlo, Conor abrió la puerta y Deiben, sin mediar palabra, le propinó un puñetazo.
– ¡¿Cómo te atreves a venir a mi casa y atacarme, idiota?! ¡Esto te costará muy caro! ¡Te demandaré! – gritó Conor, furioso.
– ¿De verdad? ¿A quién crees que le irá peor? ¿A mí por agresión, o a ti por secuestro?
– No sé de qué hablas – respondió Conor con cinismo.
– ¿Ahora no sabes? ¡Secuestraste a mi novia! ¡La mantuviste cautiva durante dos semanas! ¡Eso es un delito grave!
– Alardeas demasiado. Si piensas demandarme, hazlo y deja de ladrar. Diré que ella se fue conmigo voluntariamente.
Conor salió de la casa y ambos se dirigieron al jardín. Los observé desde la distancia. Sabía que esto no terminaría bien, y meterme en medio sería una mala idea. Estaban furiosos. Después de ver cómo Deiben golpeó a Conor, me di cuenta de que su idea de "darle una lección" era mucho peor de lo que había imaginado. Había venido para evitarlo, pero ahora lo dudaba.
– ¡Eres un infeliz! – gritó Deiben, propinándole otro golpe a Conor.
– ¿Y yo qué culpa tengo de que ella me ame locamente y prefiera estar conmigo que contigo, mugroso gato? No puedes compararte conmigo.
– Claro que no puedo, porque yo no soy una basura como tú. Haré que te arrepientas de secuestrarla.
– ¿Insistes? ¿Tienes pruebas? Es tu palabra contra la mía, y obviamente, tú no eres nadie comparado conmigo.
– No es solo su palabra. Me secuestraste, y te dije que haría que te arrepentieras – dije, acercándome.
– Mi amor, sabía que volverías – respondió Conor, tomándome del brazo con demasiada fuerza. Grité de dolor, al sentir su agarre y el tirón.
– ¡Suéltala! – ordenó Deiben, golpeando de nuevo a Conor. Conor me soltó, y comenzó a defenderse.
Me alejé rápidamente. Sabía que no pararían de golpearse. Veía el odio en sus miradas. La ira los consumía. "¿Para qué me acerqué? Solo empeoré las cosas", pensé, observando la escena. Nunca había visto a Deiben tan furioso. Era imposible detenerlos. De pronto, la familia de Conor salió. Kyler observaba sorprendido.
– ¡Ya basta! – grité, pero me ignoraron. Kyler y el señor Greg se acercaron para separarlos. Kyler sujetó a Conor, y el señor Greg a Deiben, pero ambos luchaban por liberarse.
– ¡Detente, Deiben! ¡No hagas esto! ¡Debes respetarlos!
– ¡No les debo nada a ninguno de ustedes, ni a ti ni a ese idiota! – exclamó Deiben, fuera de sí.
– Deiben, tranquilo, por favor – pidió Kyler. Al escucharlo, Deiben dejó de forcejear. "¿Por qué obedece a Kyler? ¿Es por qué lo respeta?", me pregunté, confundida. No entendía nada.
– ¡Suéltame, señor! Sabe que odio que me toque – dijo Deiben, con disgusto. El señor Greg lo soltó. No entendí lo que Deiben dijo, pero el señor Greg parecía triste. – Escúchame, Conor. Si te acercas de nuevo a mi novia, te irá mucho peor.
– No te tengo miedo. Olvidas quién soy. Ella es mía, y nunca la dejaré estar contigo. Esa es la palabra de Conor Nollan.
– Como si ser Nollan significara algo para mí.
– Claro que no lo comprendes, porque tú no tienes el honor de llevar ese apellido, basura insignificante.
– ¡Basta, Conor! – ordenó Kyler, que aún sujetaba a Conor.
– ¡Suéltame, hermano! ¡Este tipo ya me tiene harto! – respondió Conor, liberándose y abalanzándose de nuevo sobre Deiben.
Deiben se defendió sin dudarlo un segundo. Ambos terminaron en el suelo, golpeándose mutuamente. Estaba impresionada. Habían peleado antes, pero nunca así. El odio había crecido por mi culpa. Me sentía fatal. Quería que pararan. Esto no solucionaba nada.
– ¡Conor y Deiben Nollan, ¡detenganse! ¡Ya estoy cansado de sus peleas! ¡Los hermanos no deben pelear así! – exclamó el señor Greg. Kyler lo miró sorprendido, la señora Paulet gritó "¿¡Qué?!", Deiben soltó a Conor y se puso de pie, al igual que Conor, y yo quedé aún más confundida.
– ¿Qué dijiste? – preguntó Conor a su padre.
– ¡Contesta, Greg! – gritó la señora Paulet, con sorpresa y enojo.
– Lo que todos oyeron – respondió el señor Greg – Deiben es mi hijo.
– Cállese, señor – dijo Deiben, sin poder ocultar su ira –. Yo no soy nada suyo, ni de ese idiota. Vámonos, Místic.
Deiben me tomó de la mano. No dije nada, la sorpresa me dejó sin palabras.
Nos alejamos, tomados de la mano, hacia su motocicleta. Se puso el casco, subió y la encendió. Yo me puse el mío, subí y me abracé a él.
Editado: 22.02.2025