Terminar con Deiben me ha destrozado. Me siento muerta, aunque el dolor en mi pecho me recuerda que sigo viva. Encerrada en mi habitación, la idea de ir a clase me resulta insoportable. No puedo soportar estar cerca de él, ver esos ojos azules que fueron mi mundo. Lloro sin parar desde que llegué a casa.
A la hora de la cena, normalmente estoy con mis padres, pero no tengo apetito. Mi madre subió a verme, pero fingí dormir. Mi teléfono no deja de sonar; el sonido me da jaqueca. Lo pongo en modo avión. Son llamadas de Deiben, Florencia, Hayde, Dylan y Nires. Todos deben saber lo que pasó, pero solo quiero estar sola.
Despierto sobresaltada por una pesadilla: Deiben y ella besándose. Lloraba antes de dormirme… ¿Cómo llegué a esto? Llorar hasta quedarme dormida, tener pesadillas horribles que me despiertan con dolor de cabeza y un corazón roto. Solo dormí un par de horas, atormentada por esa imagen.
Tengo dos horas para dormir, pero no puedo. Los recuerdos de nuestra relación perfecta, esa imagen… No quiero más pesadillas. Sé que no podré soportar estar cerca de Deiben, aunque mi corazón grite su nombre. Deiben no es para mí; él no me ama. Debo pensar qué haré.
Ha llegado el momento de enfrentarlo. Es mi compañero de clase; no puedo evitarlo. He llegado temprano al campus. Quiero hablar con la secretaria o el rector, pero ninguno ha llegado aún. Me dirijo al salón, tomo asiento y controlo mis emociones. Siento su mirada, pero evito mirarlo. Llega el profesor Lavoie y trato de concentrarme.
Al terminar la clase, salgo. Necesito hablar con la secretaria o el rector. Esta primera hora ha sido una tortura. Tenerlo cerca es como tener una herida abierta en el corazón, sangrando y quemando por dentro.
Llego a la dirección. La secretaria está concentrada en su ordenador. Es una mujer de unos cuarenta años, cabello castaño corto y rizado, ojos cafés, de estatura media. Es muy dulce y lleva mucho tiempo aquí.
—Buenos días —la saludo.
—En qué puedo ayudarla, señorita?
—Quisiera saber si hay algún programa de intercambio cultural.
—¿Desea estudiar en otro país?
—Sí, lo antes posible.
—¿Puedo saber el motivo de su petición?
—Enriquecimiento intelectual. Mi hermana participó en uno y me contó que fue fabuloso. Creo que me ayudará con mis estudios.
—¿En qué facultad está?
—Lengua y Literatura Inglesa.
—Hay una opción de nueve meses, pero debe esperar un par de semanas.
—¡Perfecto! ¿Adónde es?
—Inglaterra.
—¿Qué debo hacer?
—Llenar este formulario y traer algunos documentos. Se los anoto. Tráigalos pronto y yo me encargo del resto —dice con una sonrisa.
Lleno el formulario y recibo la lista de documentos. Agradezco a la secretaria y me despido. Intento encontrar la fuerza para soportar dos semanas más cerca, y a la vez tan lejos, de Deiben. Su cercanía me duele. ¡Jamás imaginé esto! ¿Cómo pudo pasar? Quizás idealicé nuestro amor… ¿Merezco esto? ¿Qué hice para merecerlo? No encuentro explicación. Enloqueceré.
—Así que te vas —dice alguien detrás de mí. Seco mis lágrimas y me giro. Es Conor, recargado en su casillero.
—¿Me estás espiando?
—No, escuché por casualidad.
—Prométeme que no le dirás a nadie. No quiero que se enteren.
—¿Te refieres a mi hermano? Lo pensaré.
—A todos. Mi vida no gira en torno a Deiben.
—Haré como que esas palabras me convencen. No diré nada, pero no quiero que te vayas.
—Lo haré de todas maneras.
—Te entiendo. Sé lo que pasó con mi hermano. Es lógico que quieras alejarte de Deiben, pero es mi oportunidad de recuperarte. Sería absurdo no aprovecharla.
—Ya no siento nada por ti.
—Lo sé, pero lo intentaré. Tengo dos semanas.
—No pierdas tu tiempo, Conor. Ni en mil años lograrías nada conmigo. Después de lo que hiciste, jamás confiaré en ti.
—Al final, la decisión es mía.
—Adiós, Conor. Debo ir a clase.
—Te acompaño. Tengo esta hora libre.
—Como quieras. Siempre haces lo que quieres.
Avanzo delante de él. Solo dos semanas más aquí. ¡Oh, Deiben! ¿Por qué tuvo que pasar esto? Éramos felices… o eso creía. ¿Por qué tuvo que aparecer ella? Quizás nuestro amor no era tan fuerte como pensé.
—Bien, nena, hemos llegado. Nos vemos.
—Gracias —musito. Su presencia me es indiferente. Preferiría estar sola. Lo veo alejarse y entro al salón.
—¿Qué hacías con él? —pregunta Deiben, molesto.
—No tengo por qué responderte, Deiben. Ya no somos nada.
—Lo sé, pero… ¿Después de todo, le das la oportunidad de lastimarte?
—Ya nadie puede hacerme más daño que tú.
—Lo siento —musita, triste.
—Eso no borra el dolor.
—Lo sé —responde, mirando hacia el frente.
Sé que no quiso hacerme daño, pero me lastimó. El dolor me quema, me corroe. Un día sin él se siente como una eternidad. ¿Cómo viviré sin él? La tristeza me consume.
Editado: 21.04.2025