Es lunes. La semana pasada fue difícil, y esta no se vislumbra mejor. Las clases han terminado, mi vuelo sale el domingo, y necesito contarle todo a Florencia. He estado tan mal, tan triste, que me he alejado aún más de mi amiga. Soy una pésima amiga; decidí marcharme sin siquiera decírselo. Camino por el campus hacia la residencia, me dirijo a su habitación. Al llegar, la puerta está entreabierta, y escucho una conversación. Sé que es incorrecto, pero no lo hago con mala intención; es una coincidencia.
– Te digo la verdad, Chloe –dice Florencia–, si Deiben dejó a Místic, la única razón eres tú.
– Pero él no me ha dicho nada; incluso, me ha estado evitando.
– Solo es por consideración a Místic. Es muy sensible, ¿no la has visto? Es un capricho más de ella, una forma de chantajearlo y hacerlo sentir culpable. Ella siempre consigue lo que quiere, y ahora que Deiben se alejó, se siente morir.
– Debes escucharla, Chloe –digo, entrando sin permiso–. Sin duda, Deiben te ama; por eso me dejó. Además, Florencia tiene razón; me conoce mejor que nadie. Deiben, para mí, no era más que un capricho, un trofeo. Lo mejor que pudo hacer fue dejarme. Adiós, amiga.
– Místic, yo… – comienza Florencia, pero no hay nada que justifique sus palabras. Le pido que no siga, doy media vuelta y salgo.
Ahora, no solo he perdido al amor de mi vida, sino también a mi mejor amiga. A este paso, perderé a mi hermana también. No he respondido a sus llamadas; debe estar muy preocupada, pero no quiero que me psicoanalice ni me convenza de quedarme. No quiero que me diga que soy tonta por no luchar por el chico que amo. Sé que no lo soy; tengo mis razones. Terminé con él porque lo amo; si no fuera así, lo ataría a mí para que nunca pudiera irse. El amor no se puede obligar; el destino pone todo en su lugar. Ya cambió mi vida una vez, y lo ha vuelto a hacer con una fuerte sacudida. Lo hará de nuevo, en el momento menos pensado. Si el destino nos hizo encontrarnos una vez, lo hará de nuevo si lo considera necesario. Eso no quita que duela, pero todo tiene una razón.
Es miércoles. Cada vez falta menos para irme. Echaré de menos todo esto, aunque solo sean unos meses. Alejarme del lugar donde he pasado la mayor parte de mi vida es difícil. Es mediodía, y estoy debajo de mi árbol favorito. Me siento mareada, debe ser por la falta de sueño y la mala alimentación. He bajado de peso; al verme en el espejo, parezco un zombi. Las pesadillas no me abandonan, y ver a Deiben con Chloe, y a mi "mejor amiga" feliz, empeora todo. Algunas lágrimas escapan de mis ojos.
– Piensas demasiado, nena. No tolero verte así –dice Conor, quien no me ha dejado sola. Siempre me trae algo de comer–. Anímate; te traje tu sándwich favorito.
– Gracias, Conor, pero no tengo apetito.
– Ya sabes que ninguno de los dos se moverá hasta que te lo termines.
– Realmente no quiero.
– No dejaré que te suicides así. Come un pedacito, o no me soportaras todo el día –insiste, sentándose frente a mí. No quiero comerlo. No puedo creer lo preocupado que está, pero viendo mi aspecto, lo entiendo–. Debes comer, linda. Al principio, pensé que era mi oportunidad, pero veo en tus ojos el amor que sientes por Deiben. Sé que esto te está haciendo daño, pero ni él ni nadie vale tus desvelos, tus lágrimas, ni tu salud. Ya no quiero esa oportunidad; solo quiero ser tu amigo y ayudarte. No te dejes morir por esto.
Una lágrima rueda por mi mejilla. Él seca mi lágrima.
– ¡No la toques! –ordena Deiben, con tono molesto. "¿Qué quiere ahora?", pienso con tristeza–. Te advertí, Conor, que no te atrevieras a posar tus manos en ella de nuevo.
– Ahora me das la oportunidad de devolverte tus palabras, hermanito –responde Conor, poniéndose de pie–. ¿Acaso tienes mala memoria? Ella ya no es tu novia; no tienes autoridad para prohibirme nada. El hermano mayor soy yo, y me debes respeto.
– Aún no te queda claro que no te debo nada. No vuelvas a tocarla –dice Deiben, empujando a Conor. Conor no responde, lo cual me sorprende.
– No pelearé contigo, hermano; así que deja las agresiones.
– ¡Deja de llamarme hermano!
– ¡Ya basta, los dos! ¡No tengo por qué soportar sus problemas familiares! Gracias por preocuparte por mí, Conor, pero es mejor que ya no lo hagas –digo, molesta. Intento irme, pero Conor me lo impide.
– No has comido nada –dice, preocupado.
– Estaré bien, Conor, tranquilo –respondo, y me alejo. Entro al instituto y camino por el pasillo hacia mi salón. Alguien toma mi brazo, haciéndome girar.
– Tu protector me acaba de informar que lo que él te hace comer es todo lo que consumes al día. ¿Por qué haces eso?
– ¡No es asunto tuyo! ¡Déjame tranquila! –digo, liberándome de su agarre. Doy unos pasos, pero veo todo borroso, todo gira, y después solo hay oscuridad.
Editado: 21.04.2025