ATRAPADA
Cuando abrí los ojos, la oscuridad me envolvió. Tenía un dolor punzante en la cabeza y un sabor metálico en la boca. Estaba en una pequeña habitación, apenas iluminada por un tenue rayo de luz que se colaba por una rendija en lo alto de la pared. La cama un armazón de metal con un colchón duro y viejo, crujió bajo mi peso al incorporarme con dificultad. La desesperación se apoderó de mí mientras mis ojos se adaptaban a la penumbra.
Me levanté con las piernas temblorosas y me dirigí hacia la puerta, que parecía maciza y sin picaporte. Apenas la toqué, esta se abrió de golpe, revelando la imponente figura del mismo hombre que había golpeado a Mike. La imagen de su rostro desfigurado por los golpes, su cuerpo desplomándose en el suelo, se reprodujo en mi mente. Un grito ahogado se atascó en mi garganta.
- ¡¿Dónde está Mike?! - logré articular, mi voz áspera y quebrada, rasgándome la garganta seca.
- Cállate - espetó empujándome con una fuerza brutal que me hizo tambalear.
- ¿Qué le hicieron a Mike? ¡Por favor, te lo suplico! - Mis súplicas se mezclaron con un creciente pánico.
- ¡He dicho que te calles! - Su voz retumbó en la pequeña habitación. En un arrebato de desesperación, comencé a golpearlo con mis puños cerrados, pero era como golpear una pared de ladrillos. Con un solo empujón, me lanzó hacia la cama. El armazón crujió de forma alarmante bajo el impacto, y un dolor agudo me recorrió el abdomen, dejándome sin aliento.
De repente, otros dos hombres, igual de corpulentos y amenazantes, entraron en la habitación. Sin decir una palabra, comenzaron a atarme las manos y los pies a los postes de la cama. Las lágrimas brotaron incontrolablemente, empapando mis mejillas. Pataleé, grité y me retorcí, pero mis esfuerzos fueron inútiles.
- ¡Ayuda! ¡Déjenme! - mis gritos se ahogaron cuando me colocaron un trapo sucio y maloliente en la boca, sellando mis labios y mi voz. Se fueron, dejándome a solas con mi desesperación.
La noche cayó, envolviendo la cabaña en una oscuridad aún más densa. El mismo hombre de antes regresó, esta vez con un plato de comida de aspecto nauseabundo, una sopa fría y grasienta. Me desató el trapo de la boca y, con una cuchara de metal, comenzó a obligarme a comer. El sabor era horrible, una mezcla de sal y algo indefinible que me revolvía el estómago.
- Por favor, nece... necesito agua - dije con dificultad, mi garganta aún reseca y dolorida.
Sin una palabra, el hombre abrió una botella de agua y, de forma brutal, la acercó a mis labios, vertiendo el líquido sin delicadeza, haciendo que me atragantara. Al terminar, se levantó y se marchó, dejándome de nuevo en la penumbra.
En cuanto la puerta se cerró, comencé a forcejear con los nudos que me ataban las manos. Mis muñecas estaban rojas e hinchadas, la piel lacerada por el roce de la cuerda. Después de varios intentos dolorosos y frustrantes, logré aflojar uno de los nudos y, con un último tirón, liberé mis manos. Mis muñecas ardían.
Luego, con mis manos libres, me concentré en los nudos de mis pies. Estaban más apretados. Finalmente, con un último esfuerzo, logré desatarlos. Estaba libre, al menos de las ataduras.
Mis ojos recorrieron la habitación en busca de cualquier objeto que pudiera servir como arma, pero no había nada. La habitación estaba desolada, vacía, excepto por un pequeño trozo de vidrio roto que encontré en una esquina, probablemente de una ventana rota hacía mucho tiempo. Era pequeño, pero afilado. Lo tomé con cuidado.
Me escondí detrás de la puerta, mi corazón latía como un tambor desbocado. Cuando la puerta se abrió de nuevo, la silueta del hombre se recortó contra la tenue luz del pasillo. En el instante en que cruzó el umbral, me lancé. Clavé el pedazo de vidrio en la parte baja de su abdomen, justo en el costado.
Un grito gutural y desgarrador escapó de sus labios. Cayó al suelo, agarrándose la herida. Solo esperaba que nadie lo hubiera escuchado. Me aseguré de que no hubiera nadie más en el pasillo. La cabaña era vieja, oscura y silenciosa, cada crujido de la madera resonaba.
Caminé despacio, con sigilo. Sabía que el exterior estaría vigilado, por lo que necesitaría encontrar algo más que un trozo de vidrio para defenderme. Al pasar frente a una habitación entreabierta, vi una figura masculina de espaldas. No se le veía la cara, pero su silueta se recortaba contra la pequeña ventana que daba al bosque. No lo había visto antes. Parecía joven, alto, con un cabello oscuro que brillaba con un matiz azulado bajo la luz de la luna que se filtraba. Su cuerpo era trabajado, atlético.
Decidí seguir caminando despacio, conteniendo la respiración, para no llamar su atención. Mi objetivo era la salida. Finalmente, llegué al final del pasillo y, para mi sorpresa, la puerta principal estaba abierta.
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Editado: 05.12.2025