LA HUIDA
Tessa Steel
Corrí con todas mis fuerzas, impulsada por el pánico. La luna llena era mi única guía en la oscuridad del bosque, pero no tenía idea de a dónde me dirigía. Estaba perdida, sin un rumbo fijo ni la menor idea de cómo encontrar la carretera principal. A pesar de la incertidumbre, no me detuve. Necesitaba alejarme lo más posible antes de que me encontraran.
Después de lo que parecieron horas, divisé una carretera a lo lejos. Corrí hacia ella, esperando que alguien pasara. La espera se hizo eterna, hasta que, finalmente, las luces de un camión rompieron la negrura. Agité los brazos con desesperación hasta que el conductor detuvo el vehículo. Un hombre mayor bajó la ventanilla y me miró con preocupación.
- Usted... ¿Podría ayudarme? Es que... - No necesité terminar la frase. Mi estado era evidente, y el hombre asintió con un gesto comprensivo.
Subí al camión. El silencio era denso, solo interrumpido por el rugido del motor. Jugaba nerviosamente con mis dedos, notando lo enrojecidos que estaban por el frío y la tensión.
- ¿Estás bien? - preguntó el conductor, rompiendo el silencio.
- Sí - respondí en un susurro.
- Te llevaré al hospital.
- No, al hospital no, podrían encontrarme.
- Pero debes curar tus heridas, no se ven bien.
- ¿Podría prestarme un celular?
- Claro - dijo, extendiéndome su teléfono
- Aquí tienes.
- Gracias.
Marqué el número de Alfred, un número que había grabado en mi mente, por cualquier situación de peligro. Llamé varias veces, pero el teléfono seguía sonando sin respuesta.
- No contesta - murmuré, sintiendo un nudo en el estómago.
- Intenta nuevamente - me animó el hombre.
Volví a marcar, una y otra vez, pero Alfred seguía sin responder. ¿Le habría sucedido algo?
- ¿Tienes a dónde ir?
Pensé en mi casa, pero esa opción ya no existía. Tampoco tenía a nadie. Mi expresión debió delatarme, porque el hombre asintió con tristeza.
***
- Bienvenida, Tessa. Siéntete como en tu casa - dijo la esposa de Mario, el hombre que me había recogido en la carretera, su mujer era mayor al igual que él, como de unos 60 años. - Toma esto, te hará bien - me ofreció un plato de sopa caliente.
- Gracias - respondí, sintiendo un poco de calor regresar a mi cuerpo.
- No es nada, disfrútalo.
La noche avanzó lentamente, y Alfred seguía sin dar señales de vida. La angustia se apoderaba de mí. Temía lo peor.
- Disculpe, ¿podría llevarme a la comisaría que está en Cataluña?
- ¿No es arriesgado? - preguntó Mario, preocupado.
- Más arriesgado es que me quede aquí, podría ponerlos en peligro - expliqué. Ellos intercambiaron una mirada de comprensión. Sabían que la situación era grave.
Después de dos horas de viaje, llegamos a la comisaría. Agradecí a Mario su ayuda, bajé del vehículo y entré al edificio. Todos me saludaron y preguntaron cómo estaba, pero noté algo extraño en el ambiente, una tensión palpable.
- ¡Tessa! - gritó Lili, mi mejor amiga, corriendo a abrazarme.
- ¡Lili! - exclamé, sintiendo un alivio momentáneo.
- ¡Te extrañé! ¿Te hicieron algo esos desgraciados? - me examinó el cuerpo en busca de heridas - Mira esto, te duele, vamos, tenemos que curarte.
- ¿Dónde está Alfred? - pregunté, ansiosa por verlo.
- Tessa... - La expresión de Lili cambió drásticamente. Su sonrisa se desvaneció, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
- Dime qué sucede - insistí, sintiendo que el mundo se derrumbaba a mi alrededor.
Lili respiró hondo, luchando por contener las lágrimas.
- Alfred está muerto.
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Editado: 05.12.2025