BAJO SU SOMBRA
Tessa Steel
Al despertar me encontré con la profundidad de su mirada oscura. Era él...
El corazón me latió con furia descontrolada. La persona que había estado en aquella cabaña, la que me había secuestrado, era él. No estaba muerto. Ahora todo encajaba; él estaba detrás de todo esto.
- Tu eres... Eres - apenas podía articular palabra, sentía la boca seca. Sus ojos oscuros parecían perforarme el alma.
- Dylan Shadow, sí, la persona que buscas - respondió con una calma que contrarrestaba con la tormenta que se desataba en mi interior.
-Tú... no compren... -no pude terminar la frase, un dolor agudo me cerró la garganta.
- Tessa Steel, la famosa detective - articuló, su risa incrementando en intensidad - ¿De verdad creíste que podrías encontrarnos y mandarnos a prisión? - negó con la cabeza, su mirada llena de burla - quien manda aquí soy yo, muñeca, pero a diferencia de tí, yo te haré desaparecer.
Ahora entendía todo. Él estaba detrás de todos los secuestros y asesinatos que habían sacudido Cataluña. Pero, ¿cómo se había involucrado después de que lo dieran por muerto?
-Eres una persona despreciable -escupí, sintiendo la bilis amarga subir por mi garganta.
Él se echó a reír, una carcajada gutural que helaba la sangre, resonando en la habitación como el preludio de una pesadilla.
Dio un paso hacia mí. Antes de que pudiera reaccionar, su mano enguantada se deslizó por mi mejilla hasta posarse sobre mis labios. Los presionó con una suavidad inquietante, como si estuviera saboreando mi derrota, mi miedo.
-Déjame -logré decir, apartando mis labios de su mano.
Él retiró la mano de mis labios y se dio la vuelta. No salió de la habitación; se quedó allí.
-Sin ofenderte, pero qué ingenua eres -rió-. Todos los detectives que intentaron encontrarnos terminaron muertos. Dime -se acercó nuevamente hacia mí, su aliento frío rozando mi rostro-, ¿realmente creíste que serías la excepción?
El miedo comenzó a subir por mi cuerpo, helándome la sangre. ¿Realmente me mataría?
Salió de la habitación, dejándome allí sola. Las lágrimas comenzaron a correr incontrolablemente. Nunca debí meterme en este caso. Ahora, estaba aquí, tan cerca de la muerte.
La puerta volvió a abrirse y su figura volvió a aparecer. Traía con él un plato de comida y agua. Se acercó hacia mí y me desató las manos.
-Toma -dijo, entregándome el plato con el vaso de agua.
Tomé un poco de agua y sentí cómo la garganta se me aliviaba. No quería comer. Eran fideos grasientos, y el estómago se me revolvía al verlos.
-No quiero -dije apenas.
-Así que no vas a comer, ¿eh? ¿Qué come la princesa? ¿Quieres que te pida algo especial? -acercó su rostro al mío, sus ojos oscuros mirándome fijamente, pareciendo traspasarme-. Como digas.
Me ató nuevamente las manos, tomó el plato y el vaso, y salió de allí.
El frío se filtraba por la pequeña ventana, y comencé a tiritar. Estábamos en pleno invierno, y yo me encontraba con una remera de manga corta. Sentía cómo el frío calaba mis huesos, entumeciendo mis extremidades.
Moví mis manos, intentando desatar el nudo, pero era imposible. Estaba muy bien atado.
De un momento a otro, el silencio fue destrozado por una ráfaga de disparos. El sonido, seco y brutal, resonó en cada rincón de la cabaña, haciéndola vibrar como si fuera a desmoronarse. Un grito ahogado escapó de mis labios, y mi cuerpo se tensó al instante.
El miedo se apoderó de mí. Mis manos, atadas con fuerza a la silla, temblaban incontrolablemente. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, nublando mi visión y mezclándose con el sudor frío que empapaba mi frente.
Los disparos se intensificaron, convirtiéndose en una cacofonía ensordecedora. Podía escuchar gritos ahogados, el sonido de cuerpos cayendo al suelo, el eco de las balas rebotando en las paredes.
Mi respiración se volvió errática, entrecortada. Sentía que el aire no llegaba a mis pulmones, que me ahogaba en mi propio miedo. El corazón latía con tanta fuerza que creía que iba a explotar en mi pecho.
Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquear el horror que me rodeaba. Pero era inútil.
Un nuevo estallido de disparos, aún más cercano que los anteriores, me hizo saltar. Sentí que una bala podía atravesar la puerta en cualquier momento y acabar con mi vida.
Abrí los ojos lentamente, y vi que la puerta se abría de golpe. La figura de Dylan apareció en el umbral, con el rostro crispado por la furia y los ojos inyectados en sangre. Me miró con una intensidad que me hizo temblar aún más.
-¡Mierda! -gritó, mientras se acercaba a mí y comenzaba a forcejear con las cuerdas que me ataban-. Deja de llorar -me dijo, con la voz cargada de impaciencia.
Pero era imposible dejar de llorar. El miedo me había consumido por completo, y ya no tenía control sobre mis emociones.
Finalmente, me desató los pies y las manos. Me tomó del brazo y me arrastró con él. Apenas podía caminar; me dolían los pies, y me habían quedado las marcas de las cuerdas.
Salimos de la habitación, y ahí estaban peleando. De un momento a otro, todo pareció detenerse. Él me miró con rabia, con una furia contenida que prometía ser explosiva.
-¿Quieres morir? Camina -me volvió a tomar del brazo y me llevó a rastras.
Salimos del lugar en donde nos encontrábamos. Al salir, vi demasiados cuerpos tirados en el piso. Todos estaban muertos. La sangre manchaba la nieve.
Dylan me llevó hasta una camioneta, donde brutalmente me subió. Escuchamos un disparo, y él rápidamente subió al asiento del piloto y aceleró a fondo.
Comencé a toser. El frío me había calado los huesos, y sentía que mis pulmones se llenaban de hielo.
-Toma -vi cómo me extendía una chaqueta.
-No la quiero -dije apenas.
-Te estás enfermando. ¿Prefieres morir de frío? -volvió a acercarla.
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Editado: 05.12.2025