El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

6. Brook I

Un espíritu guerrero

¡Es un día nuevo!
¡Para festejar!
¡Saqueando tierras de manjar!
¡Qué buen día para matar!

Las gaviotas gritaban, el mar olía a sal y mis marineros a sudor, ron y orina.

Cantaban, gritaban y coreando. Era irritable, especialmente para mí, que no toleraba ninguna expresión del arte, excepto la de la guerra.

—Señor —se acercó un marinero— nuestros espías dicen que hay una aldea poco protegida de los gurianos, es costera y pesquera. Hace poco sufrió un ataque de animales, o así lo describen.

—¿Qué clase de animales?

—Cuerpo de hombre, armados en cobre y cuero, cabezas de felino, cuerpo cubierto de pelo también.

—¿Es serio lo que me dices? —pregunté extrañado— no había caído una roca del cielo a su ciudad.

—¿Cree que sean petunes, mi señor?

—Sea lo que sea, siguen en la aldea y no muy protegidos.

—Si, mi señor.

El marinero se marchó, era delgado y alto; y era de las últimas generaciones, los que menos se interesaban por luchar y habían perdido casi todo sentido de la guerra de nuestros ancestros, los Hijos de Roble.

Hace mucho tiempo mi pueblo vivía más cerca del occidente, decíamos descender del Imperio pirata de Arrecife y lo demostrábamos saqueando todas las tierras cercanas a nuestro archipiélago.

Se llamaba en ese entonces Las Islas del Roble, la capital era Piedra del Roble y por un error fuimos expulsados. Nuestros ancestros vieron la expansión de Gur I como una oportunidad de mostrar nuestro poder, para controlar la creciente amenaza guriana, pero todo fue una mala idea.

Cuentan los maestros que nuestros ancestros se embarcaron en la búsqueda de quemar la mayoría de los bosques de Centraria, allí donde se escondían los Gurianos y así fue como empezó la Guerra de la Quema, quizás no vieron la magnitud del Imperio y de sus relaciones políticas.

Los gurianos crearon La Mesa, una organización política y de negociaciones que después de la Guerra de la Quema se disolvería, se unieron elfos, gurianos y enanos y lucharon contra nosotros y nos exiliaron a nuestra actual ciudad, Roble Negro.

Fuimos por el norte y nuestra cultura de saqueo fue mezclada con la de los norteños, éramos nuevos y en nuestro lugar surgieron los Isleños. Los que quedaron, los que no eran guerreros, las mujeres, los niños y algunos esclavos o prisioneros arrecifenos se unieron y crecieron culturalmente como saqueadores, no se comparaban con nuestros ancestros, pero seguramente son mejores que nosotros en la actualidad.

Estaba harto de ensimismarme siempre en ese pensamiento, pero era inevitable no dejar de pensar en aquello, en unos hombres que eran mejores que nosotros, en saqueadores no dignos, descendientes de esclavos.

Teníamos que alzarnos nuevamente, que la gente vuelva a temblar al escuchar el nombre de los Hijos de Roble, lo impregnaríamos en sus memorias por razón o por fuerza, prefería el último, mi método favorito.

—Mi señor —escuché a mis espaldas, giré y me encontré con uno de los más antiguos de mi pueblo, pero de los mejores soldados.

Ya no tenía cabello en la cabeza y su barba de candado era de un pálido color, era delgado y un poco más alto que yo y sus ojos eran celestes como el mar y grandes.

—Serví a su padre como consejero y creo que puedo servirlo a usted también.

—¿Qué sugieres? —dije mirando al mar.

—Podríamos atacar luego, con esta nueva información puedo suponer que ahora los gurianos esperan más ataques y desembarcos.

—Pero no creo que esperen ataques en el mismo lugar donde se atacó.

—No pero quizás piensen que llegarán más barcos a las tierras seguras que ya poseen.

—¿Cómo sabías tanto de los gurianos, anciano?

—Tengo un nombre Brook, me llamo Aegis. Y como te expliqué, serví a tu abuelo y a tu padre de muchas más formas que solo un soldado, fui diplomático, consejero y un buen amigo, conocía el pensamiento de quienes nos enfrentábamos, ya que era mi deber y más de una vez antes de que tú nacieras tuvimos disputas con los gurianos, por dos reinados conocí a nuestros enemigos y no son tontos Brook Del Roble Negro, estarán esperando.

—Los acabaremos entonces.

—Claro, mi señor.

El anciano se retiró, se apoyó en las barandas del estribor de la nave, observaba el mar como muchas veces yo lo había hecho, observé el cielo, oscurecía como la mayoría de los días que precedía a la noche, pero no se veía ninguna estrella aún. Aún era de de día.

Lo que profesaba el anciano dentro de poco se cumplió, volví mi vista al frente y estaban allí, unos cinco barcos gurianos, eran anchos y de velas largas, los nuestros eran más bajos, maniobrables y ligeros.

—¡Prepárense para un ataque! —grité a toda la tripulación, Aegis escuchó y repitió la orden lo más alto posible. Todo el barco estaba en movimiento y cada uno de los marinos también.




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