Una tradición petún
Ser líder era lo correcto, hasta que empecé a perder.
Entraba en la desesperación, odio ira e impotencia. Debí haber dejado muerto a ese Hijo de Roble por todas las vidas petunas que se cobró.
Pero no...
Después de lo de la mantícora decidí que cambiaría, mis impulsos no me controlarían y mucho menos el deseo de venganza, ni de la ira.
Pero lo solté, con cada golpe que daba con mi arma, solté la ira por mi pueblo, solté la venganza por Qizil y por todos los hermanos petunes muertos en esa sanguinaria batalla, por unos metros cuadrados en una playa sin recursos.
Solo buscaba un nuevo hogar.
Cada segundo volvía nítido a mi cabeza, como llevaba los dos sables, el rojo y el azul, como su rostro se transformaba por el placer de matar y sus palabras que cortaban más profundo que cualquier cuchilla.
No debía ser débil.
Salté, por un impulso estúpido que caracterizaba a cada ser de mi raza, con la fuerza y rapidez que me otorgaban mis ancestros lo desarmé, lo humillé, pero lo dejé con vida cuando empecé a correr por miedo.
Pero no por miedo al hombre.
Sino por el miedo que causaban mis propios impulsos, de pensar que la fuerza que nos trajo una vez a Escorpio podría calarse en mis pensamientos y volverme malvado.
Así que solo corrí, como desde un principio lo hice.
Salté los escombros y pisé la arena con los pies descalzos, los zapatos eran muy incómodos para todo aquel de mi raza. Pateé rocas y sentí la brisa en mi cara, era consciente de que estaba escapando, de la derrota que dejaba a mis espaldas.
Sabía lo que me harían y quién lo haría.
Salté de una elevación en la playa, giré y el resto de los petunes sobrevivientes de los que habíamos mandado a la invasión corrieron conmigo.
Sentir su aroma y su fuerza me hicieron sentir nuevamente en el coro de caza, en el bosque de Petunea, en casa. Entonces una ira invadió lo más profundo de mi ser, los ojos empezaron a arderme e inconscientemente me interné en el Gurbaskualt para... cazar.
Fui como un rayo y trepé los altos árboles gurianos, cada rama era una posibilidad y fue agradable que mis iguales subieron de la misma manera. Como en los viejos tiempos.
Entonces vimos a una mujer, llevaba el pelo de un rubio casi blanco desparramado sobre la espalda, su cuerpo curvilíneo hacía que la mayoría de mis hombres bajaran la guardia, pero lo que me importaba a mí era en donde estaba montada.
Un león, fornido y grande de las tierras del norte. Levanté el brazo y esperé unos segundos, la fémina levantó su pelo y formó una cola con este, entonces vi que no era momento y bajé el puño.
¿Qué me pasaba?
Se trataba de una elfina y simplemente dejamos que continuara su camino. Los elfos fríos no eran todavía nuestro objetivo y estos tendrían que ser cambiados por nuevos objetivos.
—Mi señor —dijo uno de los sobrevivientes petunes acercándose, se trataba de Balta'Olim— lamentamos la pérdida de Qizil'Semser, sabíamos que era como un hermano para usted.
No dije nada, en efecto lo era y en efecto se había marchado, fue uno de los primeros que corrió conmigo y el segundo en el coto de caza. Lo conocía desde que éramos unos cachorros, cuando robábamos pan en el Lecho de Ratas y luego corríamos y trepábamos por entre los edificios de la ciudad gris.
Miré a Balta expectante de consejo pero simplemente enmudeció.
—Volveremos con el resto —dije irguiéndome, aún estando parado en el frágil tronco— tenemos que planear nuestro siguiente movimiento y no hay tiempo para cazar, debemos ser hábiles y pronto los vientos nos favorecerán una mejor caza.
El resto de petunes alzó el brazo en señal de obediencia, aunque todos sabían cuál era el precio de la retirada por las antiguas costumbres petunas, precio que aceptaría pagar.
***
El resto de petunes no estaba muy lejos del lugar, Puerto Azul había servido como hospedaje de unos extranjeros con malas noticias de Oriente y de su ciudad destruída. Todo hombre sentía compasión de nosotros.
Y era a las afueras de la ciudad donde nos habíamos asentado, la mayoría de los barcos estaban en tierra debido a la fuerte corriente del río que se encontraba cerca y nos proveía de agua.
No era muy difícil reconocer el lugar donde se encontraría el líder. La tienda más grande siempre es. También era ovalada en la parte superior y caía limpiamente sin dejar una sola imperfección.
Me acerqué con la cola serena, casi asustada y la cabeza agachada e hice lo propio.
—He sido derrotado —me arrodillé al frente de Pats, mi hermana y mi hermano— y he escapado como un cobarde.
—Levántate —dijo Pats— yo Patsaliq'Joq, antiguo líder de los petunes te absuelvo de todo castigo.
—No puedes hacerlo —dijo mi hermana.
—Son las tradiciones —completó el joven Medi'Rorkenok. Mi hermano de pelaje café.
—Si queremos mantener nuestras tradiciones en este continente hostil y desconocido, debemos seguir practicándolas —añadió nuevamente mi hermana, Alicia'Rorkenok había heredado el carácter de su madre, autoritario y nada débil.