Una reunión nada agradable
Estaba mirando todo, arrodillado con el hacha clavada en el pecho, la piel del rostro seca como si hubiera estado bajo el sol varias horas, los ojos húmedos y las lágrimas negándose a salir, no porque no quisiera, el estar en aquella situación me volvía como un... muerto en vida.
No escuchaba nada, pero en ese momento lo veía todo, sentía los músculos y huesos rígidos y traté de mover la cabeza. Mi cuerpo entero cayó al suelo y atraje la atención de los Hijos de Roble, que quién sabe qué estaban discutiendo.
—Por fin te moriste —dijo el líder de los Hijos de Roble, acercándose a mi rostro que ahora estaba llenándose de barro.
Pero, había escuchado lo que dijo, estaba recobrando poco a poco los sentidos y la molestia se acrecentó haciendo que el ceño se frunza por lo que el pelirrojo contrajo el rostro y pateó mi cuerpo allí donde el hacha estaba y atravesó todo mi delgado cuerpo.
Mi rostro se congestionó por el dolor, mientras que el Hijo de Roble simplemente sonreía. Una lágrima brotó de mi ojo y los cerré, a los segundos sentí que me levantaban me ponían de rodillas otra vez y retiraban el hacha del pecho, dejando mi cuerpo en el suelo.
***
—Pequeño Guardián —escuché en susurros— no te duermas todavía, Pequeño Guardián, levántate... ¡Ya!
Escuché a mis pulmones haciendo un sobre-esfuerzo, como mi boca emitía ese sonido ahogado, como si te sacarán del agua después de horas y hubieran conseguido despertarte.
—A-ayu-u... —dije tratando de levantarme del suelo, levantando ligeramente el brazo en medio de todos los cuerpos que había dejado alrededor de mí.
Giré sobre mí mismo y quedé boca arriba, abrí los ojos y una inmensa luz hizo que los cerrara nuevamente y gimiera de dolor, involuntariamente levanté el brazo y este se sostuvo en el aire sin moverse.
—Ayu-da —alcancé a pronunciar y como si mis plegarias hubieran sido ignoradas completamente, aparecieron dos hombres.
Uno era aquel que nos había perseguido un buen rato a mí y a Edd, al que llamaban Dreis, a su lado estaba un viejo, calvo y enjuto. Sus ojos eran celestes como el cielo y ambos me miraban con una curiosidad. Dreis bajó mi brazo y este cayó como peso muerto sobre el pelaje cobrizo de un petún muerto.
—Mira a quién tenemos por aquí —dijo Dreis mirando al anciano— si le llevas a Brook este polluelo, posiblemente te perdone la vida y olvide tu cobardía, Aegis —volvieron a mirarme— es increíble que siga vivo.
El anciano me levantó por los brazos y fue sorprendente la fuerza que tenía y no aparentaba, aunque yo estuviera débil la brusquedad de este hacia tambalearme más de lo normal.
De pie pude ver la cantidad de muertos que allí habían. Un aproximado de cincuenta petunes yacían en el suelo, acompañados de los gurianos que habrían sobrevivido al sitio del enemigo, unos treinta a lo mucho.
Me llevaron hasta una tienda de campaña, para mi sorpresa era de diseño petún, exactamente la misma tienda que había usado Qizil'Semser en su estancia en la playa, ahora la tenían los Hijos de Roble y habría preferido mil veces lo contrario.
Traté de soltar mis manos, que estaban sujetadas por le espalda en las manos del anciano al que llamaban Aegis. Esto solo consiguió que el apretara más las mías. Entonces miré la carpa y fruncí el ceño, aquel hombre lograba que me hirviera la sangre con tan solo pensar las pequeñas cosas que ya había hecho.
Atravesamos la cortina y nos encontramos con algo esperado, en el medio de la tienda estaba una mesa amplia, en esta estaba el mapa de Centraria y rodeando a este se encontraba Brook y varios hombres demacrados y desgastados.
Todos alzaron las miradas que se clavaron en mí. Yo simplemente alcé la vista por sobre el hombro, para no mostrar ninguna señal de debilidad, el pelirrojo sonrió con malicia.
—Es increíble cómo es que sigues vivo —dijo acercándose cautelosamente a donde yo me encontraba, mientras más se acercaba más levantaba la cara.
Como había pasado tiempo y había crecido en la estancia petuna era casi del mismo tamaño que el hombre.
—Muy bien, Aegis por traerlo ante mí, te absuelvo de toda pena por cobardía, en cuanto a ti —dijo mirándome fijamente, con las cejas ligeramente arqueadas— ¿No vas a decir nada? —fruncí los labios y apreté la mandíbula. Por alguna razón todavía no podía hablar bien, excepto susurrando— te atravesé un hacha en el corazón, la retiré por la espalda y si hubiera podido hubiera pasado mi mano por el agujero que te hice, pero —dijo acercándose agresivamente hacia mí y abriendo la camiseta que llevaba, dejándome sin prenda superior— pero, ahora solo hay una roja cicatriz en vez de la muerte segura.
Alzo la cara y me miró con indignación y frustración, entonces escupí en su cara y él me proporcionó un golpe con su guante, desequilibrando a Aegis que todavía me tenía de las manos, un hilo de sangre empezó a brotar de mi nariz mientras la respiración se dificultaba y un ardor recorría desde mi tráquea hasta mis fosas nasales.