El hechizo prohibido
Ahora sí caí de rodillas, mi respiración era agitada y ya había avanzado corriendo unos metros hacia el frente, pero no sabía si hacía el norte, sur, u oeste. Pero no tardé en reconocer que se trataba del norte.
Una fina capa de nieve cubría el suelo y pronto mi antebrazo se cubrió de esta.
«¿Por qué nieva? Se supone que todavía no es invierno».
Me recosté y observé al cielo, acaricié la nieve y sonreí, a pesar del dolor de los días anteriores y el sufrimiento que había acosado a mis pensamientos.
En los catorce y casi quince años de mi vida, jamás había visto la nieve tan cerca, solo cuando los árboles a lo lejos se veían nevados desde la colina de la que vivíamos, y eso que los veíamos por qué el terreno se elevaba por aquella zona, donde estaba echado en ese preciso instante.
—Increíble —dije en voz baja y cerré los ojos y mayor fue mi sorpresa cuando un copo de nieve cayó en mi rostro.
Pero todo eso se desvaneció cuando escuché los cascos de los caballos resonando a través del bosque, miré a ambos lados y me encontré con dos montones de arbustos, a mi izquierda habían unos de gran tamaño, pero se veían espinosos y no me agradaba, al lado derecho habían otros de menor tamaño, pero el suficiente para que pudiera caber parado. Así que fui lo más rápido posible a esos y traté de hacer el mínimo sonido.
—Por aquí escuché una voz —dijo un hombre acercándose, iba a pie. Su cabello era plateado y largo hasta los hombros, sus ojos eran oscuros, casi negros, su nariz era extrañamente recta para su raza y las arrugas de la edad se presentaban sin disimulo, era uno de los hombres que estaba también en la tienda— era de niño por lo que no debe estar muy lejos.
Detrás de él llegaron varios hombres, como había escuchado hace unas horas, diez, sin contar a Brook que fue el último en aparecer en el pequeño claro del bosque.
El segundo que distinguí era el panzón de Dreis, a su lado estaba un hombre de espesa barba negra y ojos pequeños, cerca habían dos muy similares entre sí, salvo que uno era más rubio que el otro, después se encontraban dos viejos que también habrían estado en la carpa, ambos eran calvos y no llevaban barba, pero eran los más gruesos y fieros de toda la guardia, después un chico que era delgado y alto, de piel más oscura que los demás, atrás de él estaban dos chicas que llevaban el cabello en trenzas, podría decir que se trataba de dos mellizas por su similar complexión y rasgos faciales, las dos tenían el cabello rojo como Brook, la nariz de estas era respingada y los ojos azules como el mar.
Entonces allí se encontraban los once hombres, buscando en cada rama. Pasaron varios minutos cuando uno de los hombres empezó a retroceder asustado después de ver algo en el arbusto grande.
«Sabía que había algo extraño en ese arbusto».
—¿Qué pasa, Lock? —preguntó Dreis al hombre de cabello negro y ojos pequeños, que por el susto estaban más abiertos que de costumbre.
—U-un a-a-nimal —dijo señalando al lugar, entonces las dos pelirrojas tensaron el arco ante la señal de peligro.
—¿Cuál es la situación? —dijo Brook acercándose, detrás de él venían los dos chicos rubios y delante iba el primer hombre que se había acercado— investiga, Grey —ordenó Brook al hombre de cabello plateado.
—¿Qué sucede aquí? —dijo el hombre de cabello plateado con voz de superior, entonces Dreis se acercó con pasos firmes.
—Nada que te interese, Grey —le dijo al hombre de cabellos plateados, este era una cabeza más bajo que el panzón de Dreis.
Grey estaba dispuesto a contestar cuando un gruñido se escuchó del lado del arbusto que investigaban, de allí salió un animal inmenso, quizás la mitad del cuerpo de Brook más alto. Era blanco como la nieve y llevaba una frondosa melena alrededor de todo su cuello, esta se mezclaba con el lomo y formaba especie de crines desde las articulaciones de las patas delanteras hasta la cola.
Al salir empujó a las pelirrojas hacia atrás, una golpeo su cabeza contra una roca y se desmayó... o murió. La otra trató de despertarla con muchos intentos fallidos, además se lanzó contra Grey, demostrando que no era el único al que había enfurecido con su irritante forma de hablar. Arrancó su cabeza de un mordisco mientras los restantes trataban de reaccionar ante la reciente amenaza del león.
Los hombres empezaron a rodear como acto de costumbre al animal, que trataba de mirar a todos para intimidarlos, pero los hombres estaban serenos, mirando al animal con un rencor que nacía de algún recuerdo pasado.
Entonces el animal saltó hacia uno de los rubios, entonces Dreis y el otro rubio fueron a su costado y alzaron las espadas, que extrañamente fueron congeladas, por lo que los soldados se vieron obligados a soltarlas, el animal tuvo su festín con ellos mientras que los restantes retrocedían ante lo salvaje del animal.