El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

14. Brook III

Las Tierras de Cristal

Caí de rodillas por el golpe que me propició el guriano, tardé muy poco en reaccionar pero fue suficiente.

Tres voces surgieron de la garganta de la elfina fría y expulsó de su mano, frío, hielo y muerte. Palpé el suelo con desesperación en busca de mi espada, pero no fui capaz de encontrar nada, no fue hasta después que alcé la vista y la vi a varios palmos lejos de mí.

«¿Por qué?»

El hechizo golpeó a mi cuerpo y me obligó a balancearme hacia atrás y quedar tendido en la nieve, mientras cada uno de mis músculos se congelaba.

Traté de levantar la cabeza y solo distinguí al polluelo guriano corriendo hacia la elfina.

Entonces todo se tornó oscuro.

***

Abrí los ojos, me encontraba en un lugar techado, similar a una cueva, pero todas sus paredes y techos estaban rodeados de hielo y cristales. El que estaba justo por encima de mí goteaba sobre mi rostro y no dejaba que descanse.

Que extrañamente era lo único que quería en ese momento.

Giré sobre mí mismo y al estar boca abajo me levanté del suelo y miré alrededor. Todo estaba completamente vacío y en lugar de hojas y pinos, había hielo y cristales, unos chicos y otros enormes.

Pero todo allí era extrañamente familiar y no tardé en darme cuenta por qué. Estaba en el mismo claro del bosque en el que había sido hechizado, pero en vez de pinos altos y nevados, estaban cristales que se levantaban hasta el techo, pues tampoco había cielo.

Miré a mi izquierda y encontré el camino por el que había venido, lo seguí un buen trecho hasta llegar a las costas donde mis soldados acampaban. Pero estaba todo vacío y desolado, no había ni un alma en ese lugar. Simplemente escombros.

Seguí acercándome y en una ruina del pueblo encontré una pequeña llama que bailaba entre todo el frío y la desolación.

Al acercarme encontré a dos ancianos elfos hablando, eran muy parecidos, pero no cabía duda de que no eran la misma persona, me miraron y sus labios se tensaron mientras me analizaban de arriba a abajo.

—¿Qué hace un hombre en las Tierras de Cristal? —dijo uno de los ancianos elfos, su mentón era un poco alargado y su nariz recta y puntiaguda, sus orejas eran más en punta que las de la elfina, además este elfo era mucho más delgado.

—¿Las Tierras de Cristal? —pregunté casi titiritando y ojeé nuevamente el lugar y luego miré al mar, que estaba completamente congelado— disculpen —dije y salí corriendo del lugar.

Al pasar al lado de su fogata, esta se apagó. Me metí al mar y corrí sobre lo compacto que se había vuelto, corrí millas y no me cansé en ningún momento hasta llegar a las costas de mi hogar.

Miré a todos lados y solo encontré la gran construcción de piedra negra que se alzaba imponente frente a todo aquel que viniera. Me acerqué lentamente ya que todo estaba cubierto de igual manera con cristales, llegué a la inmensa puerta y la empujé. Esta cedió con dificultad, pero finalmente entré.

El lugar estaba vacío, simplemente estaba la gran mesa negra, al fondo de la sala un gran trono de color negro, colgando del techo habían estandartes rajados de color negro como la roca del lugar, en ellos estaba bordado un roble de color blanco. Se trataba del escudo y colores de mi casa.

Caí de rodillas y empecé a llorar, una pena recorrió completamente todo mi ser, mi hijo no estaba, mi esposa tampoco, pero ella había fallecido cuando el pequeño Ulis nació.

Pero ahora tampoco estaba la persona por la que yo más temía. Mi hijo había desaparecido, entonces quise recordar cómo era, pero los recuerdos eran difusos y casi imposibles de ver, pero recordé su rojo cabello, sus mejillas regordetas y sus ojos, redondos y oscuros, muy parecido a mí cuando era un niño.

Entonces levanté mi cabeza y encontré al frente de mí a una mujer, pero no era mi mujer. Despedía un extraño brillo que cubría todo su cuerpo, su piel era de color claro y cuando me levanté para verla quedé fascinado por su belleza.

—Levántate, Brook —dijo con voz firme— es deshonroso que un guerrero tan fiero como tú haya acabado en un lugar tan vano como este —cuando hablaba no podía dejar de mirar a sus ojos, eran de un celeste muy claro, su piel ahora la notaba menos clara, su cabello parecía chocolate y caía en ondas sobre su espalda. Llevaba un traje ajustado y también un cinto en el que llevaba una espada larga, que no tocaba el suelo por menos de un dedo.

Levanté la mirada y noté que era más alta que yo, tomo mi barbilla y la elevó.

—Pierdes tu fuerza y poco a poco serás un esclavo de este lugar, no puedo permitirlo.

—¿Quién eres? —alcancé a decir.

—Los mortales me llaman Aguerrida —dijo acariciando mi mejilla— soy la Diosa de la Guerra y la Destrucción.

—¿Diosa?

—Si, Brook. Y estoy perdiendo a uno de mis fervientes sirvientes por esa maldita bruja. Pero quieres ver cómo es que se hace la justicia.




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