Aeglos, el rey de los malnacidos
—¿Por qué? —susurré, recostada en los brazos del muchacho que no conocía— ¿Por qué arriesgaste tu vida por mí?
El hechizo que había realizado había consumido prácticamente toda mi vitalidad y había sentido algo que jamás volvería a probar. Mi alma se desprendió de mi cuerpo por un momento y sentí como una fuerza atacó a mi ser, como me echó de mi cuerpo y lo usó para fines no agradables.
—No podía dejarte morir —respondió mientras sentía que mi fuerza menguaba, entonces una cabeza peluda pasó por mi brazo, me dio fuerza.
—No temías por tu vida —dije acariciando el pelaje de Hork, mientras poco a poco recuperaba mi vitalidad.
—Yo no tengo vida —dijo sonriendo, levantó la cabeza y miró hacia el este, allí donde estuvo el cielo rojo gran parte de la noche.
—¿Cómo te llamas? —dije extrañada tras su comentario.
—Soy Jor. ¿Cuál es el tuyo?
—Soy Sirinna —dije y dejé mi cabeza caer sobre Hork, me sentía muy débil así que cerré los ojos y respiré profundo— gracias —dije como un susurro.
Hice un gran esfuerzo debido a la condición de mi cuerpo, para levantarme, aun así lo conseguí logrando que el muchacho diera un respingo y cayera al suelo.
—No te voy a hacer daño —dije extendiendo la mano pues Hork se acercaba peligrosamente. Este se detuvo— ¿Qué edad tienes?
—Voy a cumplir quince —dijo incorporándose, era unos dedos más alto que yo.
—Yo cumpliré diecisiete, dentro de poco —dije y giré para prepararlo a un viaje a trote veloz, giré nuevamente al escuchar la voz de Jor.
—Pues, si lo pareces —dijo tímidamente e inconscientemente se ruborizó.
—¿Cómo dijiste? —dije sonriendo, quizás pícaramente, entonces salté y monté en Hork— sube —dije al acercarme lo suficiente a Jor, tendiéndole la mano.
—Eh, no creo —dijo alejándose.
—Por los diez dioses —musité— anda sube, ni creas que voy a dejarte varado en este bosque helado después de que hayas salvado mi vida.
Tomó mi mano y era extrañamente liviano, se sentó detrás mío y tomó mi cintura con timidez, no fue hasta que tomé sus manos y las aferre a mi cuerpo... no quería que se caiga.
Hork caminó hasta el cuerpo helado del Hijo de Roble, no muy lejos estaba su espada, que no brillaba en aquel momento de ese azul, pero yo sabía que era, porque los Sabios me lo habían explicado.
—¿A dónde vamos? —preguntó Jor en voz baja distrayéndome.
—A Friez —lo miré por el rabillo del ojo, luego me agaché un poco y recogí la espada, la guarde por debajo de muchos ropajes, para que no la detecten en cualquier situación— el hogar ancestral de todos los elfos fríos, allí mi padre trabaja de consejero al rey Aeglos y yo también vivo ahí. Aunque nuestra familia es originaria de la villa de Annael.
—¿Cómo es Friez? —preguntó curioso.
—Pues hay un gran muro en sus entradas, tras sus puertas hay un hermoso laberinto de piedra del color del hueso decorada con oro y arbustos de un verde muy hermoso a los alrededores, el laberinto que no es difícil de solucionar, después está la ciudad, todo el suelo está cubierto de una piedra diseñada que otorga un aspecto único a la ciudad, luego la ciudad se divide en cuatro distritos.
»La Llanura es el primer distrito y se encuentra mayormente ocupado por los más pobres de los elfos de la ciudad, sus casas usualmente son de madera y las más bonitas están en el camino principal. Después el segundo distrito es La Plaza, porque hay una gran plaza, al alrededor del centro de esta están los puestos del mercado, también posadas y una que otra residencia. En el tercer distrito, llamado El Viento, se encuentran las residencias de las familias más adineradas de los elfos fríos, así no vivan allí tienen una casa allí. De ahí está el último distrito, lo llaman el distrito de La Luz, allí simplemente está el Castillo Frío, se dice que sus mazmorras van bajo tierra hasta el distrito de La Llanura.
—Me gustaría verlo —dijo recostando su cabeza en mi espalda.
—Pues lo verás —dije sonriendo.
«Hork, lo más rápido posible hacia Friez». Ordené y Hork salió al trote más rápido que pude haber visto en un animal.
Quizás fue porque había sentido mi desesperación. Un hechizo prohibido no se había realizado en muchos años y realizar magia frente a hombres o cualquiera de otra magia estaba penada con cárcel, o con la muerte dependiendo de la gravedad.
Hork trotaba cada vez más rápido, mientras yo pensaba en que podrían hacer con una elfina que había realizado un hechizo prohibido, lagrimas empezaron a correr por mis mejillas, sin que Jor se diera cuenta. Aeglos era capaz de hacer cualquier cosa con tal de hacer que se cumpla la ley. Para todos los elfos él era un héroe.