El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

18. Jor X

Los Salones Lunar y Amarillo

El cuerpo arrastrándose fue una agradable melodía con la que no dude en acostarme, me agradaba pensar que aquel hombre podía estar muerto, por muy cruel que suene.

Para mi suerte no soñé nada.

Abrí los ojos y encontré que Sirinna estaba con los ojos bien abiertos, mirando sus uñas y de vez en cuando al suelo, la miré un momento. Cuando ella levantó la mirada y se dio cuenta de lo que hacía levantó una ceja y me percaté de que me había quedado como idiota mirándola.

Sus mejillas enrojecieron tras mi sobresalto y pronto las mías, ya quedaba en el pasado la discusión que habíamos tenido hace poco.

—Sirinna —dije rompiendo el silencio que se había generado— están aquí —arrugó la frente— los Hijos de Roble están aquí.

—¿Aquí? ¿En el Castillo Frío?

—Si —dije un poco angustiado— está Brook, al que congelaste. Preguntó por nosotros y no se escuchaba nada tranquilo.

—¿Y sabes dónde está? —dijo acercándose a mí.

—No lo sé, lo último que escuché fue su cuerpo cayendo y siendo arrastrado.

—¿Y cómo escuchaste? —dijo con un aire de sospecha.

—Estamos debajo del salón de trono —dije convencido, la mueca que expreso Sirinna mostraba su total desconfianza.

—¿Cómo puedes estar tan seguro, Jor?

—¿Ves los pilares? —dije señalando el gran levantamiento de roca que había en el medio de la celda, ella asintió— hallá hay dos iguales, más allá también —dije mientras señalaba a unos palmos de distancia— en la celda de adelante también hay otro, y he leído en varios libros que pilares como aquellos sostienen grandes construcciones, lo más probable es que sigan por debajo. Además lo que escuché ayer fue justo encima de mí.

—Supongo que tendrás razón —dijo con una seriedad que terminó en silencio.

La miré mientras ella a sus pies, también observé a mi alrededor por si ocurría algo, pero el silencio invadía todo.

«Tengo que salir de aquí». De chico había leído muchas enciclopedias de construcción, el Maestro las guardaba y era muy receloso con ellas, pero siempre permitía que yo me acercase a leer, pues era el único que lo hacía, quizás pensaba que yo me convertiría en Maestro, o mejor aún en Sabio.

Trataba de recordar los muchos planos que había leído, pero no recordaba a Castillo Frío. Sabía de las mazmorras de Elevened y su debilidad por las alcantarillas, sabía del Palacio de Oro y Plata, con tantos secretos, sabía de la Fortaleza Blanca en Igno y sus cientos de escalones para llegar a ella. Pero nada del Castillo Frío de los elfos, ni de sus mazmorras, ni pasillos ocultos, mucho menos de alguna debilidad.

Miré a Sirinna con ganas de preguntar qué sabía, pero había quedado dormida otra vez, yo no podía.

***

Pasé el resto de la mañana con lo mismo, mis ojos no se atrevían a despegarse y pronto la impaciencia llegaba a mí, estuve a punto de lanzarme contra los barrotes cuando escuché un sonido y la sombra de unas escaleras por la luz de una antorcha apareció.

—¡Sirinna! —llamé y la elfina se restregó los ojos y manifestó un ruido de molestia.

—¿Qué quieres, Jor? —dijo somnolienta.

—Alguien viene.

Las pisadas se intensificaron y pronto una sombra gruesa apareció en las paredes y después el robusto cuerpo de Tuth frente a nuestra celda.

—Aeglos quiere que vayan a su gran banquete, pero antes deberán pasar por las duchas y quitarse el hedor de muerte de este lugar, deberán estar presentables pues el mismísimo Decimosegundo ha venido.

Sirinna abrió los ojos con preocupación y a pesar de la oscuridad noté que su pupila se dilataba, aún así se levantó de un salto y dijo:

—Pues andando.

Tuth descolgó un manojo de llaves y abrió la celda, se acercó a mí y me esposó, luego a Sirinna, cogió nuestras cadenas y nos jaló por los oscuros pasillos de la mazmorra, que pronto se iluminaron por la presencia de antorchas que poco a poco eran más frecuentes.

Todos los ladrillos del lugar estaban llenos de musgo, el techo era de piedra otro y hacía frío. Anduvimos en silencio hasta llegar a una escalera que subía en forma de caracol y la subimos sin contradicciones.

Entonces todo lo que había dicho a Sirinna posiblemente era cierto, la luz del día empezó a caer sobre nuestras cabezas y llegamos a una trampilla de rejas que estaba sostenida por un elfo del mismo porte que Tuth.

—¡Regh! —dijo Tuth— tu coge a este niño.

Me arrojó hacia su compañero elfo después de salir por la escotilla, al tenerme soltó la trampilla que se cerró con estruendo, haciendo volar a algunas aves blancas.

Tuth se agachó y colocó un candado en la trampilla, Sirinna estaba extrañamente tranquila.




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