El Juicio de Sangre
La luz dejó de molestar y pronto Aeglos dio iniciado el juicio. Sirinna, el niño guriano y yo nos encontrábamos en el medio de la sala, la luz del sol nos daba directamente en el rostro y nos obligaba a virar el rostro.
—Tenemos presente a tres acusados, Brook Del Roble Negro, Sirinna Annael y Jor hijastro de Jod. Estos son acusados de: Invasión sin una declaración formal, ni presencia de causa de guerra; realización de hechizos prohibidos, deshonra a la familia Annael y ataque a la autoridad real e imperial; y complicidad, respectivamente. El juez encargado de presidir este juicio será mi persona, Zío Aredhel.
—Empecemos por lo que fue primeramente mencionado —empezó el Decimosegundo que se había incorporado, sus alas resaltaban su tamaño, estás eran de un color un tanto dorado y era la primera vez que veía a un guriano con alas— deseo que sea rápido, pero sin dejar de lado las formalidades.
—Invitamos a Jor y a Sirinna pasar al estrado —dijo Zío— Brook un paso al frente.
No iba a moverme, estaba en un lugar abandonado por mi gente, rodeado de aquellos que alguna vez habían hecho humillarse a mi pueblo, no me humillarían a mí y a pesar de estar encadenado mi orgullo jamás sería quebrantado.
Miré a la ventana, tenía repulsión a aquellos elfos y al guriano al que servían, mis mentores me habían enseñado a odiar a todas las especies que habían conformado La Mesa, y los odiaba en serio.
Dos elfos se acercaron por mi espalda y tomaron de mis brazos haciendo que me adelante más de un paso, pero tuvieron que forcejear pues no iba a dejar que me dobleguen. Al final me colocaron de rodillas.
Moví mis piernas en un intento de colocarlas delante de mí torso, pero caí de espaldas causando la risa general, pero finalmente me incorporé callando al resto.
—Jódanse —dije en voz baja, casi para mis adentros, entonces miré a Zío, Aeglos y Gur.
—Se le acusa Brook Del Roble Negro de atacar las costas guaneras de la zona norte de Guria —dijo el emperador— sin previa declaración formal de guerra ni una causa.
—El guano es mi causa —me apresuré a decir, mintiendo— allá vas tú, alado, si me crees o no.
—Veamos qué dice tu gente acerca de eso —replicó Zío mirando a la entrada del Salón Amarillo.
Por esta se acercó un hombre, era de mi tripulación y lo conocía muy bien, anciano, delgado y de ojos azules. El hijo de perra de Aegis había venido a hablar en mi contra, caminaba con una mano en el estómago y medio cojeando por el dolor que le había generado al clavarle mi espada.
Mi gran espada, donde estaría mi espada.
—Eso es mentira —dijo el anciano con la voz quebradiza— simplemente decidiste atacar a Guria para vengar a tus ancestros.
—¡Gracias Aegis! Y eso es —miré a Zío desafiante, él seguía impasible— mi causa de guerra es la Venganza de Sangre.
—La Venganza de Sangre —reía Gur— solo se usa en caso de guerras entre familia y la familia Del Roble Negro surgió cuando se fundó la ciudad del mismo nombre.
—¡No sabes nada de mi familia, así que cállate! —grité. Aquello era un insulto, estaba en los libros de mis ancestros como habían cruzado por el norte, como el apellido Del Roble Negro ya estaba en boca de todos y aquel peste de Kerit no iba a decir lo contrario— la casa Del Roble Negro sufrió la Travesía Boreal que la coalición de La Mesa nos impuso.
—¡No hay pruebas de aquello! —gritó Aegis, entonces mi sangre hirvió, mi casa enrojeció ante aquel insulto.
Un odio salió a flote y corrí hacia el maldito que antes llamaba Hermano en el Roble. Pero poco antes de que llegara un par de elfos me tomaron del cuerpo y me arrastraron al centro del tribunal nuevamente, me colocaron de rodillas y me sostuvieron allí, mientras se llevaban a Aegis.
—Se te sentencia Brook Del Roble Negro por invasión inválida, asesinatos e intento de homicidio: a la muerte.
Los guardias me levantaron mientras yo simplemente apretaba la mandíbula. De que había servido todo aquello, simplemente de nada pues ahora mi cabeza iba a desprenderse de mi cuerpo, o peor, me quemarían o congelarían vivo.
«¿Qué sería de mi hijo?».
—Ahora proseguimos con el caso de Sirinna Annael y Jor hijastro de Jod —anunció Zío y el par de elfos que me sostenían me levantaron y trasladaron al estrado.
Dos guardias elfos de un porte grueso transportaron al centro del salón a los chicos y los retuvieron allí.
—Sirinna Annael —empezó Zío— Aeglos Tercero Aredhel la acusa de realizar un hechizo prohibido por la nación, deshonrar a tu propia casa y atacarle. Gur lo acusa de atacar uno de sus carruajes mientras él se dirigía a su hogar —se mostraba inexpresivo en todo momento— desea decir algo en su defensa.
—No lo niego, pero...
—Entonces se la encuentra culpable de —interrumpió el juez y fue interrumpido por la elfina.
—¿Se considera un buen juez cuando este juicio tiene un favoritismo y cuando atropella a las personas y no las deja expresarse? —acusó a Zío, este tornó su semblante un tanto sombrío— realicé el hechizo prohibido para salvar mi integridad, la de un miembro querido por mi persona y la de este muchacho contra aquel hombre sentenciado de allí —me señaló— no deshonré a mi casa por querer vengar a mi padre, que fue deshonrado por el elfo al que llaman rey y le ataqué por esa misma razón. Todas tus acusaciones son refutadas y sostenidas.