El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

23. Frank III

El rey orgullo

No se trataba sólo de perder, sino de un día más para luchar.

Aquella vez un odio profundo emanaba de mi cuerpo, un residuo del Rakshasha había quedado en mi cuerpo y yo lo podía sentir. Tenía sed de sangre y de venganza, matar a aquel Hijo de Roble que había conseguido mi humillación.

Pero haría algo mejor.

Fui notificado por mi hermano que se llevó a cabo un juicio, Brook falleció en el Castillo. Al menos es lo que se decía en la mayoría de las posadas en puertos azul y según la línea de sucesión el pequeño Ulis Del Roble Negro regía a los de su estirpe.

Miré a mi alrededor y me sorprendió el mar, siempre tan agitado, incansable. Así debía de ser yo para conseguir lo que quería, el cielo era tan puro, sin nubes pero si varias aves migratorias. La cubierta del Garra de Tigre estaba rebosante de petunes y nos dirigíamos todos hacia Roble Negro.

La isla no tardó en aparecer.

La multitud empezó con el bullicio y muchos no estaban del todo dispuestos a volver a pisar las tierras de Oriente.

En Ébano sobrevivían los últimos hombres de todo Oriente, aparte de los de sombría, pero estos fueron expulsados de allí cuando los Hijos de Roble llegaron y tomaron la ciudad. Estos hombres eran de los más estudiosos, sus conocimientos eran legendarios y se consideraban una creación única, decían no pertenecer al grupo de los hombres. De igual manera fueron exterminados por los hombres y su legado ya no existe.

La barca atracó en el puerto y un movimiento sacudió a todos los tripulantes haciéndonos tambalear. Bajamos.

El lugar era majestuoso, varias rocas llenas de sedimentos se alzaban desde el inicio de la costa de arena blanca, muy cerca de la orilla se alzaba una fortaleza de cortes inclinados, imponente. Detrás de ella el bosque empezaba, miles de árboles negros mostraban incluir a la fortaleza entre su grupo.

Miré a Alicia, a Balta, a Pats y a mi hermano para que me siguieran, cada uno miró a un hombre más para que se les escolte. Los demás petunes empezaron a armar el campamento.

Cerca de unos pasos un camino empezaba a abrirse, de piedra negra como el castillo y que se dirigía a este, desde esa nueva posición podía notar que detrás de la fortaleza habían unas cuantas viviendas.

Unos Hijos de Roble se interpusieron en nuestro camino.

—El Rey Ulis no recibe visitas y menos de los extranjeros que a su padre causaron problemas.

—No venimos a causar problemas —respondí seriamente mirando el bigote del hombre que había hablado, era muy frondoso al igual que su nariz y los pelos de ella.

—Eso no nos incumbe, extranjero.

—Yo no soy un extranjero de estas tierras. ¿Olvidas que estás en Oriente y no en Centro? Los petunes somos originales de estas tierras, ustedes se nutrieron del despojo de los antiguos Ébano —dije mirándolo a los ojos, entonces levanté la mirada y encontré una gran torre negra a lo lejos del lugar, muy cerca de la frontera de Escorpio.

—En eso tienes razón, petún —dijo el hombre acercándose peligrosamente, fruncía el ceño— pero este es ahora nuestro hogar.

Di un paso hacia adelante y sentí que nuestras narices iban a chocar, retiré un pequeño cuchillo y antes de que el hombre se percatara del movimiento de mi brazo, su garganta estaba cortada. Coloqué mi mano en su cuello para que la sangre no salga disparada y lo coloqué en la arena. Nadie se dio cuenta.

—Nuestro amigo se desmayó —fingí sorpresa— ¿Dejarán que pase?

—Tenemos que inspeccionar el cuerpo —dijeron dos guardias acercándose, fue cuando Alicia y Pats se adelantaron.

—No lo harán —dijo el ex-noble causando tensión.

—¡Qué sucede aquí! —escuchamos de atrás de los guardias, se trataba de una voz vieja, pero firme, pronto apareció un anciano de escaso pelo y ojos celestes como el cielo. De rostro enjuto y rasgos afilados, con el ceño gris muy fruncido.

—Señor Aegis —dijeron el resto de los guardias— estos extranjeros solicitan ver al rey Ulis.

El anciano miró al grupo que venía conmigo y a mí, nos analizó de pies a cabeza y pronto una sonrisa surco su rostro. Después miró al cuerpo del guardia.

—Son tontos si piensan que sigue vivo.

«Ni se le ve la sangre». Pensé, y en efecto la sangre no era notoria, extrañamente.

—Vendrán conmigo —sentenció— debió de ser un largo viaje desde Puerto Azul.

Sonreí y avancé por entre los guardias que antes nos impedían el paso, seguí al anciano con el resto del grupo.

—Puedo pensar de que el antecesor de Ulis no fue muy permisivo con ustedes —empezó diciendo, dándonos la espalda— estuve en el campo después de la batalla, la masacre fue total, pero estoy seguro de que nuestras civilizaciones podrán empezar de nuevo.

—Solo si aceptan mis condiciones —dije pensando en el combate singular que tuve con el hombre, como lo dejé vivir mientras huía con la espada de Qizil.




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