Sucios tratos
—¡Aegis! —grité en la mesa, un festín se había realizado por el alzar del ébano como rey, las copas del Azulino del Puerto estaban surtiendo efecto en mí.
Era un licor fuerte, realizado a base de una única fruta azulina muy similar a la uva que crecía únicamente en Puerto Azul, presentaba un aroma y sabor parecido, pero más fuerte era su preparación y más cuantiosa su cantidad de alcohol.
—¡Aegis! —repetí— el día de ayer quería matarte, pero hoy demuestras ser un gran camarada —miré la mesa que estaba servida de diversos platillos— demuestras ser un gran rey y señor con tal almuerzo, pero sabes que después tenemos asuntos pendientes —eructé y todos rieron.
Caí en el respaldar de mi silla y pronto quedé dormido. Era humillante dormirte y emborracharse en la casa de tu vasallo, pero me daba igual, era nuevo allí, como me decían ellos: extranjero. Extraño eran nuevas reglas.
***
Abrí los ojos y me encontraba en una habitación algo luminosa, bañada de amarillo debido a que justo el sol se ocultaba por el lado a donde se dirigía la construcción.
«Bellísimo». Las cortinas eran de un blanco impecable y el suelo de una madera negra, las paredes de una piedra del mismo color. La cama en la que estaba recostado tenía muchos ornamentos, cuatro brazos se alzaban de los extremos y se juntaban por mi cabeza en una maraña de mantas del mismo color blanco de las cortinas.
Olía a rosas.
Me alcé en un movimiento abdominal acelerado y tuve mareos repentinos. «Maldita resaca». Mi visión se tornó borrosa un segundo, en el que rápidamente volvió a la normalidad con una agilidad inexplicable. Me encontraba sobrio otra vez y frente a mí, en una silla al costado derecho de mi cama se hallaba Aegis pelando una manzana.
—Por fin despiertas.
—Estoy seguro que ha pasado menos de un día —miré las pinturas que llevaba alrededor de los ojos, llevaba la misma indumentaria roja de hace un rato, solo que con una capucha en ese instante.
—Pues si, tienes razón. Apenas unas horas y el sol ya huye de nosotros.
—¿Ha sucedido algo importante? —inquirí hacia el hombre, este miró a la ventana.
—He mandado cuervos a Madera Oscura, el mensaje es privado para mis consejeros pero a ti te lo puedo decir sin ningún problema —carraspeó— "Es hora de volver al hogar, ébanos, los días nos sonríen y más aún las noches. La Fortaleza Denegro y la Ciudad de Roble Azul es nuestro nuevo hogar. Vengan con las mujeres y niños, pues ahora serán aceptados por los Hijos de Roble ya que yo soy rey". Mis hombres han aceptado, los ébano no son nuestros enemigos, no sé qué decir acerca de los petunes y la inquietud que ha generado el asesinato entre todos los hombres.
—El responsable está fuera de esto —dije frunciendo ligeramente el ceño, estaba insinuando que era un traidor.
—Si lo sé, pero también estoy seguro de que le dijiste algo a tu hermano antes de que partiera.
—Un adiós es suficiente para calmar tus dudas.
—Es que estoy seguro que no fue eso —mordió la manzana— ¿Qué le dijiste a tu hermano?
—Que en Puerto Azul nos encontraríamos —dije sin pelos en la lengua— todavía falta mucho para que yo llegue a ese lugar, pero quiero que sepas que Puerto Azul también será mío.
—¿Lo perdonarás? —levantó la cabeza por sobre el hombro y con cautela dio otra mordida a la manzana.
—Si sus actos lo merecen.
—Es inteligente —se levantó de su asiento y se asomó a la ventana— estoy seguro de que está al tanto de todos tus movimientos y si sobrevive será un buen recurso.
—Da igual, será inteligente, pero es un cobarde.
—Como Sabio podría servir —dijo con sorna el ébano y escupió una pepa de la manzana por la ventana— pero si nos traicionas —giró para verme y fue acercándose lentamente hasta el borde de la cama— los ébanos y los Hijos de Roble nos encargaremos de destruirte a ti y a todos los que vinieron contigo.
—No creas que puedas amenazarme.
—Al menos aquí si —sonrió— tenemos la ventaja.
Se alejó de la cama y salió por la puerta de la habitación. «Mierda». Pensé y acaricié mis sienes, sentía frío por alguna extraña razón, pero estaba completamente vestido.
Una indumentaria de cuero negro cubría todo mi cuerpo, desde el pecho hasta las piernas, salí de la cama y encontré unas botas que calzaban con el tamaño de mis pies, las sentí extrañas pues nunca antes había usado zapatos.
Salí de la habitación y me encontré con Balta que se dirigía angustiado a mi habitación.
—Su alteza —dijo recuperando la compostura— todos los hombres están preparados, Alicia me ordenó que le avisara.
—¿Listos para qué? —dije frunciendo el ceño, no he dado ninguna orden.