Tiempo: futuro
—No creo poder hacerlo, Jor —decía una voz femenina en la inmensa oscuridad.
Poco a poco el escenario era de una cabaña en medio del bosque, caía una pequeña nevada en la zona, pero las personalidades que allí se encontraban llevaban ropas ligeras para el clima que allí caía.
En la habitación se encontraban siete sujetos, un elfo moreno en una silla con ruedas de madera, su apariencia era tosca y hosca; a su lado estaba la elfina que se había encargado de atravesarme con una flecha; detrás de esta se encontraban tres jóvenes, que no pasarían los treinta años; el primero y más alto tenía una similitud con Sirinna, su cabello se componía de mechones plateados y castaños; la segunda era una elfina de clara piel, su cabello era rubio y sus ojos celestes como el agua; finalmente se encontraba un tercer elfo de ojos verdes y cabello negro.
Frente al árbol blanco se encontraba una elfina, delgada y alta, de ojos grises y cabello rubio plateado. Frente a esta un fornido ser, su cabello era alborotado y de un castaño oscuro, su rostro era triangular y su nariz recta, los ojos eran marrones y distinguí que se trataba de mí siendo mayor.
—Confía en ti —dijo Jor—Sirinna eres nuestra última esperanza. Puedes cambiar el clima de verano en esta zona, no debe de ser muy difícil para ti abrir el portal.
—Pero puede que salga mal —respondió jalando los extremos del camisón que llevaba— la Magia del Tiempo es imposible de realizar, solo hay un caso registrado y es de la Guerra de los Reinos.
—Entonces no es imposible —dijo Jor tomando las manos de la elfina— tú serás el segundo caso.
Tomó la mano de la elfina y la colocó en el árbol blanco, que se encontraba lleno de musgo. Este empezó a morir cuando la escarcha de Sirinna empezó a cubrir el árbol.
—Lo haces muy bien —dijo Jor, el resto se encontraba expectante.
Pronto la mano de Sirinna se hundió en la corteza y perdió el equilibrio por tan solo unos segundos, pero logró incorporarse.
—Se acerca —dijo Jor alzando la cabeza, mirando a la entrada de cabaña— lo presiento.
—Entonces deberán apresurarse —dijo el elfo de la silla, su voz era rasposa y de anciano.
—Piensa en casa Jor, piensa en Bosk —la elfina se acercó y depositó un tímido beso en sus labios.
Jor dio un paso hacia el frente, pero un ruido impidió que siguiera.
—Alto —dijo una gruesa voz, profunda y penetrante— no irán a ninguna parte, nadie escapa de mi reinado.
—Pues seremos los primeros —sentenció el elfo de la silla— no nos vas a detener, ser etéreo.
—Godrik Annael, puedes entender que cada uno de ustedes alimenta mi poder —hablaba el Hombre de la Maza que empezó a adentrarse en la cabaña.
Me sorprendió que no fuera gigante, apenas unos palmos más alto que Jor, pero no de la magnitud que había observado en todas mis pesadillas, un aura de tinieblas lo rodeaba y causaba frío en el lugar.
—Cállate —sentenció Sirinna— podría vencerte sin mucha dificultad.
—Y sin embargo quieres huir —dijo el ser y dio un paso hacia adelante, haciendo crujir la madera del suelo.
La elfina rubia tensó el arco con una rapidez inigualable, de la mano de los jóvenes brotaban chispas en el caso del de cabellos castaños y plateados, fuego en el caso de la rubia y hierba en el caso del elfo de pelo negro.
—No subestimes nuestro poder, Hombre de la Maza —habló Godrik nuevamente— y la silla fue transformándose en dos piernas de corteza de árbol— somos juntos más poderosos que tú.
—No lo creo —dijo el ser oscuro— los miedos de la gente me nutren y me hacen más fuertes cada día —empezó a crecer— solo necesito desencadenarlos —el tronco del cuerpo del Hombre de la Maza fue alargándose, sus piernas de la misma manera y pronto toda la cabaña se desmoronó otorgándome una vista del mundo.
El calor empezó a bañar el lugar y el musgo crecía nuevamente, la tierra del lugar era de un absoluto color negro como la noche, mojado y con algunos pequeños lagos de lava, no había ningún árbol y se trataba de la zona de Bosk, a lo lejos distinguías una torre de un blanco puro sin dificultad y miles de seres siendo azotados por otros de cabellos rojizos y ojos de las tonalidades del fuego.
—¡Jor, tienes que cruzar ya! —gritó la elfina, desesperada pues su portal se cerraba poco a poco.
—El poder no solo me lo otorgan los miedos, los volcanes...
Jor cruzó el portal, todo se sumió en una absurda oscuridad, en vértigo y vacío. Se encontraba solo entre la inmensidad de la noche sin estrellas, flotando y pensando en volcanes.
«¿Acaso no tenía que pensar en casa?». El guriano abrió los ojos repentinamente y un aguijonazo atacó en su espalda obligándolo a retorcerse, a mí me sucedió de la misma manera. Primero al lado derecho y después al izquierdo. Y algo completamente inesperado le ocurrió al ser, dos grandes alas de color negro se desprendieron de ahí donde el dolor había atacado. Lamentablemente yo no tuve las mismas consecuencias.