El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

32. El cínico

Conflictos mentales

El conocimiento es tu mejor aliado. Lo que le dije al petún era el sueño de un niño ébano, que durante toda su vida simplemente se había dedicado en estudiar como la gente se relacionaba entre sí, como saber a través de los ojos como se podía sentir una persona, aquello era lo que me hacía conocer el paso adecuado, iríamos al norte ahora y tendría que usar al cien mis habilidades.

Recordé a mis hermanos ébano, estarán volviendo al hogar después de todo aquello que nos hicieron sufrir los Hijos de Roble, pero eso ya no importaba.

Crucé de proa a popa hasta llegar a mi habitación, la madera crujía con cada balanceo del barco y conseguía que me marease, pero jamás vomitaba.

No estaba en mis planes que pusieran en tela de juicio mi verdadera procedencia, aunque la gente ya acostumbraba a hacerlo, desde que era un niño.

Que no tenía la adecuada masa corporal para ser un Hijo de Roble, que desempeñaba en el estudio y no la guerra como lo hace un verdadero Hijo de Roble, que no era lo suficientemente alto como para ser un Hijo de Roble y que no era lo suficientemente atractivo para ser un Hijo de Roble. Y no lo era, pues yo era el perfecto ébano, inteligente y que actuaría mediante su conveniencia y si me convenía amistarme con el extranjero, lo haría. Si me convenía matarlo también.

Aprecié el bellísimo arte del Cuarto de Reyes, alfombras negras con bordados blancos a dedos de su final, colgaban de varias paredes el estandarte del ébano en un fondo blanco, solitario pero alto e imponente. Mi nueva casa, Ebanioth era su nombre y haría lo que fuera para que esta triunfase.

—El norte es peligroso según mis consejeros —escuché la voz del petún en mi habitación, abstrayendo completamente a mis pensamientos— dicen ser descendientes directos de los Nohus Limitantes.

—Los hombres del Límite Boreal se consideran los más salvajes —acepté— también son fisiológicamente similares a los Nohus, por lo que me temo que es verdad.

—¿Qué son los Nohus? No me quedó muy claro —se sentó y finalmente giré para verlo.

Debía admitir que causaba en mi un escalofrío verlo tan imponente y agresivo.

—Son una horda —dije. «De salvajes nómadas que van de un lado a otro violando y saqueando en sus caballos»— son los Buscadores de Nieve, pues están en el ártico.

—Si atacamos a los Boreales, ¿cuál es la probabilidad que aparezca —empezó a jugar con sus bigotes.

—Una muy baja, aunque muchos hablan de respeto de los Limitantes Norteños hacia los Limitantes Sureños y de un cuerno que los llamaría en caso de guerra.

—¿Tú crees en eso? —arrugó la frente es señal de estrés.

—Me considero cínico —esbocé una sonrisa.

El petún hizo una pequeña venía y se marchó por donde había venido, me acerqué a una mesa donde se encontraba una jarra pequeña de sidra y tres vasos del tamaño de mi dedo índice.

Giré uno y serví el licor que en mi vida había consumido, tenía sed y de pronto me sentía nervioso. Tomé el vaso y lo llevé a mi boca y de un solo trago todo lo que había servido había desaparecido.

Fue agradable hasta que un ligero ardor recorrió todo mi pecho haciéndome toser. «Maldición».

Salí de mi habitación y me dirigí a hablar con los marineros, si alguien tenía que hacer que todos los barcos se desanclaran del puerto era yo. Caminé por el barco y me acerqué a mi oficial de cubierta.

—¡Terrof! —grité y escuché a mi voz un tanto desafinada, el hombre encaró las cejas.

—¿Que sucede, mi señor? —dijo firme, su cabello rubio ondeaba en el aire, su mentón era un poco relleno y sus ojos tan comunes como marrones.

—Prepárense para zarpar —le dije con un poco de dificultad— partiremos en unas horas al norte, avísale al resto de los capitanes.

—¡Sí, mi señor! —dijo y se marchó, me acerqué a una pequeña banca de madera y me recosté, fue muy rápido como el sueño invadió mi cuerpo.

***

Pero tú también tienes miedos —escuché un susurro, todo estaba negro, como si hubiera sueño pero... alguien hablaba— todos tenemos miedo, a que descubran que eres ébano, a que descubras por quién sientes cariño.

—Cállate —dije, no muy fuerte. No podía.

No me puedo callar, porque estoy en tu conciencia, en tu remordimiento. ¿Crees en el extranjero? Sientes que llevará a la gloria a tu pueblo, o es por algo... más.

Ni yo sé lo que siento —balbuceé— pero eso no te incumbe a ti, ¡Ni a nadie! —me enfadé, nadie se atrevería a hablar de mi condición.

Soy tu conciencia, afronta tus miedos ébano, acéptate para que en un futuro nadie se nutra de ti.




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