Una bienvenida boreal
—¡Amarra bien esos nudos! —gritaba el oficial de cubierta, llevaba el pelo rubio y un bigote del mismo color.
—¡Terrof! ¡Amarramos lo que más podemos!
—¡Pues hagan un mayor esfuerzo! —gritó Aegis respaldado al oficial.
—¡Si, Capitán! —respondió más de un Hijo de Roble.
La nave se estabilizaba mientras salíamos de la tormenta, que poco a poco estaba más cerca de nosotros, pero como un impulso mágico las naves surcaron las aguas como si fuera un pie en el hielo.
—¡Los Diez nos guardan! —exclamó Terrof y la tripulación respondió con varios gritos.
—Estuvo cerca —dijo Aegis acercándose por mi espalda, no tardó en apoyar su mano en mi hombro— es lo que hay que afrontar en esta campaña, supongo.
—Lo es —dije apartándolo, su presencia empezaba a incomodarme— después de convencer al norte —lo miré a los ojos— quiero que vuelvas a Roble Azul.
—Yo tengo que luchar con usted, su alteza —protestó, con un dejo de no querer irse.
—No sabía que a los ébano les gustara el mar y la lucha —fruncí el ceño y cerré los puños, la provincia que significaba mi primera adquisición no debía ser descuidada. Aquello me enfurecía— no es una pregunta, Aegis, es una orden directa. Llegamos al norte y tu zarpas en esta embarcación hacia tu ciudad.
—Está bien —dijo aplastando la mandíbula, me observó de arriba hacia abajo y se marchó.
***
Los días pasaron uno a uno, las comidas no eran del todo agradables y aguardaba con ansias entrar en acción nuevamente, por lo que todos los días en el barco practicaba con mi hermana y Pats.
Y todo siguió su curso normal hasta llegar a la orilla de los dominios del Límite Boreal. Bajamos del barco y como ordené, Aegis se disponía a partir en su nave.
Ahora nos enfrentábamos a un nuevo problema, el frío y la extensa distancia hasta el asentamiento principal de Límite Boreal. Tomé un mapa y deseé estar varias millas hacia el sur, para que mi hermano hiciera las reparticiones necesarias del viaje, yo simplemente desistí.
—¡Bajen los caballos! —ordené a los Hijos de Roble que se habían quedado conmigo.
—Su Alteza, puede que no soporten el frío —dijo Terrof con un gesto de preocupación— si mueren tendremos que ir a pie.
—Si nosotros soportamos —dije acercándome a su rostro— ellos también y no refute mis órdenes.
—Sí, su Alteza —dijo con el semblante firme y se marchó a los barcos para bajar a los caballos, que como decía yo, resistían a este frío.
Los caballos Centrarios se extendían desde los Dominios Nohú más occidentales hasta las tierras de los elfos, era imposible que no resistieran al frío después de una glaciación.
Monté en uno, Alicia y Pats me imitaron, Terrof subió individualmente al igual que nosotros y el resto de los Hijos de Roble subieron en parejas. Empezamos a galopar en el desierto ártico hasta divisar una extraña aglutinación de tiendas y carpas muy mal hechas, que terminaban en punta, estas estaban rodeadas de montañas y una gran empalizada, así comprendí de que la mayoría de territorio Boreal eran montañas.
—No pueden pasar —dijo un guardia de tez dorada, sus ojos eran jalados y achinados, mostrando su directa descendencia Nohú, en la puerta de la puerta de la empalizada, al lado suyo había una imitación de él, pero de estatura menor— El Gran Torygg no recibe visitas.
—Podemos ser su gran excepción —dijo Terrof ridiculizando sus expresiones, lo miré fulminantemente, no permitiría que un estúpido comentario malograra las negociaciones.
—Perdón por la conducta de este hombre, quisiera saber si Torygg podría hacer una excepción conmigo y dejarme pasar, tengo una oferta que beneficiaría a ambos pueblos.
—Creo que deberíamos dejarlos entrar —dijo el más bajo mirando a su compañero, luego nos dijo a nosotros— pero si rechaza su oferta se marcha.
—Claro —respondí. «Si me rechaza lo mato». Pensé.
Los hombres abrieron la puerta y pasamos a su tribu rudimentaria e incivilizada. Aun así, estos hombres representaban un gran valor bélico por la cantidad de soldados que poseían, y su bárbaro estilo de pelea era también reconocible.
En medio de toda la desorganización, se encontraba la carpa más grande y por mucho la mejor construida. Apartamos la cortina y sentado en una gran silla de piedra, se encontraba El Gran Torygg, de panza grande, de labios grandes, cara grande y extrañamente ojos más grandes que los de sus congéneres.
—¿Qué desean? —dijo con la voz pausada— petunes.
—Veo que nuestra reputación nos precede —dije sonriendo, nuestro nombre ya era reconocido tan al norte.
—Como salvajes y animales —respondió serio el hombre, logrando que me hirviera la sangre.