El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

44. Eris II

El hechicero

—No soporto el frío —dijo el elfo que había decidido acompañarme— ya han pasado casi quince días y no encontramos un endemoniado alojamiento —abrazaba sus piernas mientras miraba a Tormenta, no soportaba la presión de mis ojos— ¡Por Los Diez! Que te lleven a ti y a tus malditas decisiones.

—También son tuyas Jeremy —contesté harta— hubiera buscado a otro mozo de establos y ahorita no la pasarías aquí conmigo.

—Hubiera estado contigo en otras situaciones.

Tormenta relinchó. «Vaya elfo». Pensé yo.

Los días habían transcurrido tan fríos, justo cuando pensábamos que el verano se iba a extender por su antónima estación, empezó a nevar repentinamente después de que el dragón trajera consigo una ola de calor, tan increíble como escalofriante.

En mis cortos años jamás había presenciado algo similar en el clima, además el frío llegó después de ese grito, del que pensé era parte de mi imaginación, hasta que Jeremy me preguntó si lo había escuchado.

Me puse de pie y observé desde arriba al elfo que titiritaba, extendí mi mano y después de varios días pudo sostenerme la mirada.

—¿Q-qué haces?

—Levanto tu trasero helado de aquí —miré hacia los bosques— no muy lejos de aquí hay una posada, cruzando esa línea boscosa, además tengo planeado ir al norte, con los enanos.

—¿Perdiste la cabeza? Allá hace mucho más frío.

—Le prometí a mi madre la joya más brillante, Jeremy, y aunque ella posiblemente ya no esté cuando yo vuelva a Elevened lo conseguiré.

—Estás loca.

—Controlaré al fénix, tendré su poder de destrucción y me vengaré de los que me hicieron daño.

—¿Estás doblemente loca? Pon los pies en la tierra, estás hablando de mitos —dijo Jeremy mientras se incorporaba— mitos y leyendas de hace cientos de años.

—Sabes lo que robe —di un paso hacia adelante, haciendo que el elfo se pusiera nervioso— lo tan preciado que le quité al rey y a la reina fue esto.

Saqué de debajo del cinturón una pequeña alforja de tela, en ella estaban contenidos los nueve anillos, que todos consideraban un mito, todos brillaban extraordinariamente, pero Jeremy no se percataba de aquello, todos tan relucientes y poderosos.

—Nueve anillos, comunes y corrientes —dijo Jeremy, logrando enfurecerme.

—¡¿Comunes?! Son los anillos del fénix, si los vuelvo uno, podré controlarlo como me plazca.

—Da igual —resopló— nop tengo a donde ir, por lo que tengo que acompañarte.

—Gracias —respondí y monté en Tormenta, extendí mi mano para que Jeremy suba, pero este decidió hacerlo solo.

Fruncí el ceño por el repentino rechazo y le hablé a Tormenta como siempre lo había hecho, como me había enseñado mi padre.

—¡A los bosques! —dije con energía— Norst.

El caballo no tardó en avanzar rápidamente hacia el bosque, Jeremy tuvo que coger mi cintura para no caerse por detrás, pero tuvimos que detenernos al llegar al curso de un río, que fluía un tanto escarchado. Al otro lado había una pequeña tienda, montada con una tela blanca, con una palpitante luz en su interior, debido a que ya se asomaba la noche, y no muy lejos de allí había un puente.

—Es nuestro día de suerte —dijo Jeremy sin discreción— quizás son amigables.

—Y también podrían ser soldados —lo miré con aprensión— guarda silencio y baja de Tormenta, iremos a pie.

Bajó primero él y al caer al pasto embarrado no lo hizo con cuidado, levantando barro, nieve y haciendo ruido. Inmediatamente bajé yo y la lancé una mirada fulminante.

Cogí de las cuerdas a Tormenta y anduvimos hasta el puente cuando el sol empezó a ocultarse y la noche a asomarse. Levante el pie por encima de la construcción de madera y esta no respondió con ningún ruido, pasé con Tormenta y luego pasó Jeremy, entonces nos acercamos a la tienda.

No había ningún escudo de ningún reino, a los alrededores no había rastro de ninguna fogata y estaba muy mal montada para ser de los soldados elfos, el material de la tela era de los más baratos y estaba hecho con ramas desiguales.

Extendí las cuerdas hacia Jeremy, que las sostuvo después de titubear un momento, entonces fui a paso ligero a la entrada de la tienda, que abrí sin ningún cuidado.

Adentro de esta se encontraba un anciano y detrás suyo un niño de corta edad, el anciano levantaba una vara de madera negra mientras me señalaba y gritaba.

—¡Aléjate, mercenaria! ¡No nos atraparás con vida, enviada Rea!

—Cálmate —dije— no vengo a hacerte daño, por lo que veo, huimos de lo mismo. ¿Cómo te llamas?

—No te diré mi nombre, no serás mercenaria, pero también ha enviado brujas y muchos trucos son con nombres.




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