Continúa la pesadilla
Todo era igual, igual que el sueño que tuve antes de que todo esto empezara, arena seca, calor, humo cerniéndose a una pica alta de arena compacta, seres de cabellos rojos descendiendo de la montaña, y un dolor de cabeza.
Me retorcía de dolor en el suelo arenoso por el dolor, y cada quemadura nueva que surgía ardía como cien de las marcas al rojo vivo, estaba terminando de acabar con mi cordura. Caí al suelo y un anciano se acercó rápidamente hacia donde yo estaba, sin siquiera conseguirlo, cuando se asomó la enorme pesadilla. Mi enorme pesadilla.
—Ha empezado mi reinado —dijo levantando los brazos, con una voz muy gruesa— reclamo sus deseos, sus súplicas, sus miedos.
—A-aléjate —dije con dificultad, por mi condición frente a él.
—¿Tú? ¿Tú eres en quién han puesto sus esperanzas? Siéntete feliz de que Sirinna ha muerto Jor.
—No —balbuceé— no, no, no. Jamás debí separarme de ella.
—La asesiné yo mismo —rió— un golpe de mi maza bastó para que esa elfa estúpida muriera, todos aquí son inferiores, solo yo puedo ascender.
Un odio hacia aquel ser se adueño de mi cuerpo, el dolor de las quemaduras o del dolor de cabeza solo quedaban en el pasado cuando coloqué mis manos en la arena y me apoyé para levantarme.
Por la derecha, por un río llegaron varios hombres y desembarcaron, por la izquierda los pelirrojos alzaban en sus manos bolas de fuego, detrás venía un gran ejército de elfos liderados por Aeglos que llevaba un parche, alineado a esta armada estaba otra de hombres, algunos de rasgos jalados, otros similares a los Hijos de Roble y también petunes, todos siguiéndome y amenazando al hombre de la maza que rió con fuerza.
El anciano se paró a mi costado e igual lo hizo Ojos Verdes, de la nada apareció Sirinna y otro sujeto de cabellos tan negros como la noche, que parecía no saber qué hacía allí. De pronto unas alas de color negro taparon la única luna roja que se presentaba, tan brillante. Las alas eran más negras que la noche, pero las contorneaba luz brillante.
—Se acabó —dijo una voz masculina— ríndete Jor.
—¿Qué? —respondí confundido— ese es mi nombre.
Una luz empezó a flotar por el aire y mirando a las alas que tapaban la luna, distinguí una silueta completamente negra, la luz era roja y volaba con confusión a la muñeca del ser, este la levantó y vinos el color de su piel, clara, mientras la luz se marcaba como un sello en su muñeca.
—Ríndete, Hombre de la Maza.
Todo se volvió negro.
***
La lluvia había parado.
Respiré, como si me hubiera estado ahogando, una bocanada que logró asustar a Ojos Verdes que parecía querer llorar y me observaba angustiada. A mí costado y de pie se encontraba el mismo anciano del sueño, que me miraba esperando una explicación.
—¿Quién eres? —pregunté mirándolo de pies a cabeza— ¿Qué hacías en mi sueño?
—Soy Aleidón, un mago, que por voluntad de la Diosa Acqua, su guía. Y lo que presenciaste no es un sueño, los sueños son recuerdos, las pesadillas son traumas y las visiones son mensajes no siempre literales de lo que va a pasar o ya pasó en algún lugar. Según los Sabios y mi Orden.
—¿De qué Orden eres? —preguntó Ojos Verdes desconfiada.
—De una exterminada, Acqua me concedió la virtud de vivir por siempre en su agua y por eso estoy aquí. Me pidió que los guíe.
—Entonces responde algo simple, Aleidón —dije amenazante, señalando a unas luces similares a las del sueño, que se acercaban volando torpemente hacia nosotros— ¿Qué es eso?
—Son los sellos de los Nueve Magos, los más capacitados para defender al mundo de sus males.
Los sellos que volaban parecían conscientes y al "vernos" o quizás detectarnos se acercaron hacia nosotros con una rapidez que jamás había distinguido de ningún objeto. Las marcas se estampaban en cada uno de nuestros antebrazos.
De un azul intenso empezó a marcarse en mi antebrazo una marca de un ojo, lo encerraba una llama del mismo color. Terminada la figura un pitido en mi oído me hizo caer y ver una serie de imágenes.
***
Movía mi brazo, sentía un ligero escozor, rasqué por encima del cuero negro mientras retiraba el guantelete de metal negro. Retiré de la misma manera el guante del mismo color mientras un sello se dibujaba. Dos huesos cruzados, en medio de ellos un ojo que brillaban de un negro intenso.
Todo mi alrededor era confuso en ese momento, como si se tratara de una mancha viscosa de agua combinada con tinta, pero pronto todo se transformaría en un valle en el que miles de hombres encadenados se dirigían azotados hacia una gran torre blanca muy similar a la de Elevened. Di la espalda a la torre y mi cuerpo fue hacia las montañas, donde sentía mi cuerpo crecer.
***
Me revolvía sutilmente en la arena seca, pero empezó a raspar e incomodarme. Me levante molesto y sobe mi antebrazo, llevaba una camisa de manga larga que tuve que remangar para saber que sucedía. En mi piel como una costra seca se formaba una figura, brillante en un color gris apareció una nube y sobre ella un ojo.