Las Dagas de Eldoran
Tenía una presión en las muñecas en una habitación tan oscura como el resto de la torre. Trataba de soltarme pero algo me tenía agarrado y sentía que me llamaba a la oscuridad. «No cederé». Pero escuchaba las cadenas tintineantes a lo lejos, como si alguien las jalara.
—Aleidón —decía la voz— déjate llevar por mi poder.
—Jamás —dije con voz firme y habló una chica.
—¿Aleidón? —era Ojos Verdes, que en la oscuridad no había conseguido distinguir— ¿Viniste a rescatarnos?
—Estoy tan atrapado como ustedes, el elfo...
—No es tan malo después de todo —dijo Jor, trate de buscar su ubicación— he podido entrar en sus pensamientos.
—¿Tú? En los pensamientos de otro ser mágico, es imposible... solo ella lo había logrado —agaché la cabeza, aunque ellos no se dieron cuenta. Mild era una mago muy hábil, la única mujer.
—Solo está confundido —siguió Jor— su padre lo maltrata y por su símbolo esperaba que nosotros le diéramos la respuesta de que su futuro no es en esta condenada torre, lo obligaron a ser como es ahora. Para no acabar como Las Voces.
—¿Qué son las voces, Jor?
—Veo que ya saben mucho —dijo una voz entrando en la habitación— Las Voces, Aleidón, es aquello que te perturba, adictos a la oscuridad, la usan como droga porque los hace sentir bien, eran elfos pero ahora yo no los consideraría tal cosa. Son una plaga en esta torre pues aquí vive la magia oscura, pero no es el único lugar donde habitan, tienden a ver tus miedos, tus deseos, tus súplicas y tu pasado. Todo con ayuda de la oscuridad —levantó su antebrazo mostrándonos su sello negro, con una luna dibujada en él— deberían servirme pero simplemente las aborrezco, al igual que todo aquí —se dejó caer en algún banco.
—¿Quieres acabar con tu padre, verdad? —dijo Ojos Verdes, con una dulzura extraña— ¿Por qué?
—Mírenlo ustedes mismos —respondió y lo oscuro que estaba, se volvió todavía más oscuro, pues una niebla proveniente de las manos del elfo nos cubrió los ojos y por un instante pude ver a una de Las Voces.
Caminaba apoyándose en sus patas delanteras, era de un color gris blanquecino, los ojos eran completamente rojos y la boca le colgaba podrida, mostrando unos dientes largos y afilados, los brazos y piernas de igual manera deformados y largos, con manos largas y delgadas, con unas garras del tamaño de sus propios dedos. Me causó arcadas.
Pero desapareció todo como si me quedara dormido y ahora estaba en un recuerdo. El elfo había compartido su recuerdo.
***
—Hijo —decía Thaurus— es hora de que aprendas el valor de nuestra sangre. He pasado por muchas cosas a lo largo de mi larga vida y ha sido un milagro que tu nazcas y ahora quiero que tengas tanto poder como yo.
—No quiero ser como tú, padre —se acercaba la figura de un muchacho, que no superaría los catorce años. El cabello era intensamente negro y la piel como la leche, donde resaltaban sus labios de un rosado claro y sus ojos café.
—¿Qué has dicho? —respondió el elfo mayor, acercándose peligrosamente a Shakar— está en tu sangre ser como yo —la habitación se tornó oscura y el primer golpe fue recibido y una voz acompañada con el— y lo serás.
Seguían sonando los golpes en el muchacho y pronto su caída al suelo, acompañado de sollozos y balbuceos en los que destacaba un "No quiero ser como tú".
—Aprenderás a serlo.
***
Estaba en el mismo salón, otra vez. Shakar se mostraba con una edad más avanzada, la mirada de molestia se reflejaba completamente en su rostro y se acentuó cuando su padre bajó por las escaleras con los puños cerrados.
—Espero que no te resistas como todas nuestras reuniones pasadas, después de dos años. «¡Dos!».
—Haré lo necesario para no ser como tú, Thaurus. No me gusta ese poder, no me gustan las voces, las cadenas... las garras.
—Aprendes a vivir con ello. A apartarlo.
—¡No quiero!
Ahora veía con sus ojos, y sentía lo que él.
La habitación se puso a oscuras y el primer golpe fue directo a la cara lanzándolo al suelo, dolía y no tuvo otra opción que sobarse la herida, justo cuando recibió un rodillazo en la cara igualmente y después una patada en el trasero haciéndolo caer al suelo. Una mano agarró sus cabellos y la levanto haciéndolo girar para ver los rojos ojos y la piel gris de su padre.
—¡Acepta tu oscuridad!
—Un fuerte sentimiento de odio lo invadió, cerró los puños y pateó el cuerpo de su padre que salió despedido.
—¡Te voy a matar! —gritó el elfo— ¡Voy a arrancar tus entrañas! ¡Te odio!
Un calor invadió su cuerpo y el odio era acrecentado por la ira y por la cólera. Entonces unas manos empezaron a acariciarlo, a rasguñarlo mientras el tintineo de las cadenas lo arrastraba a la oscuridad.