~Jor.
El lugar es negro. Te aplasta como no tienes idea, pero ya he estado aquí antes y esta vez ya no me siento así, ya no siento el vértigo y por el contrario me siento seguro y abrazado por aquella penumbra que no es mala. «¿Morí? ¿Ya todo acabo? Eso espero».
Dos alas se despliegan, se ve que son negras y que se estiran y crecen, no me causan nervios ya nada lo hace. Estas despiden un brillo de calma, paz. Es blanco y puro; y arrodillado frente a la figura alada una mujer le hace reverencias.
—Ha vuelto, Guardián —dijo Protectaria.
—Pequeño Guardián —su susurro.
~Ojos Verdes.
—¿Jor que te pasa? —decía mientas observaba el cuerpo de mi compañero.
Abrí sus párpados buscando respuesta pero estos estaban blancos, me aparté horrorizada y Shakar se acercó al cuerpo, tomó su muñeca y la aplastó con sutileza para finalmente sonreír aliviado.
—Está vivo, no te preocupes. Solo debemos hallar un lugar seguro y creo tener una idea.
—¿Cuál es?
—Las Dagas, poseen lo que se llama magia residual, la poseen los portadores de las armas y transmiten especie de conocimiento, hechizos... como se transportaban de un lugar a otro usando la magia.
Shakar que había recogido todas las dagas las juntó y me pidió que tomara su hombro y transmitiera mi poder, también que agarrara a Jor. Levantó su mano sobre las armas mientas yo trataba de pasar mi energía y de estas se elevó magia de más de un color.
—Lacus —dijo mientras los ojos le brillaban y mi mundo dio un vuelco— a un lugar seguro.
Todo daba vueltas y vueltas y el calor de Igno fue desapareciendo mientras venía con nosotros. Lo que veía se tornó borroso y pronto incoloro hasta que adquirió un verde, también marrón pero mucho más verde.
La nitidez volvió y frente a mí se encontraban un elfo, de cabellos marrones como plateados, otro elfo de cabello negro y ojos verdes, y dos elfinas, las dos rubias.
~Aleidón.
—¡Teníamos un trato! —el primer golpe, el zikiano estaba enojado.
—¡Y tienes tu maldito huevo! ¡Yo cumplí!
—¡No robaste sus poderes! —tomó la Daga de Eldoran en su mano— sabes que con esto perderías tu vida muy fácilmente, mago. Pero todavía me sirves.
Se apartó y observó por una ventana de la torre.
—El dragón te considera a ti como su... madre. Entonces tienes que estar con él para que nos sirva adecuadamente.
—¿M-me v-van a encerrar con e-el dragón?
—Es lo que merecen los traidores como tú. Comerás lo que él y procuraras que no te coma —reí.
—Cuando salga, me los comeré yo a ustedes.
El zikiano frunció el ceño y dio dos palmadas, mi cuerpo dio un vuelco y la poca luz de la torre se volvió borrosa para convertirse en algo completamente negro. Hacía mucho frío y recostado en medio de la cúpula oscura, un pequeño dragón dormía.
~Frank.
—Frank.
—Zikiano. Me pregunto si algún día me dirás tú nombre.
—No lo necesitas y aquí acaba nuestro trato.
—Quiero que conozcas bien mis ambiciones. Deseo todo el continente de Centraria.
—Lo bueno es que mi torre se encuentra al norte de tus deseos —sonreí. Aquello me había causado gracia.
Extendí mi mano y este la estrechó. Finalmente todos habíamos ganado.
Caminé por la nieve saliendo de la torre, Alicia me seguía de cerca.
—¿Y Patsaliq?
—¿Pats? El zikiano lo quería, no soy nadie para ir en contra de él.
—Y precisamente por eso deberías dejar de guerrear para conquistar estas tierras.
—¿Por qué lo dices? Si es porque no... —fruncía el ceño, ¿quién se creía?
—No, si puedes protegernos. Sino que si sucede algo fuera de lo normal, si nos atacan seres como el zikiano o el tipo que iba de negro.
—Por favor. No me dirás que en Escorpio las cosas eran normales.
—No, pero allí eran menos anormales, aunque constantes. Aquí te sorprenden y son devastadoras, fue destruída una ciudad, no querrás que tu próximo hogar también lo sea. No dejes que esto escape de ti.
—A Petunea la aplastó un meteoro, es algo que escapó completamente de nosotros, sólo seguiré con mis conquistas y si algo debe de pasar pasará.
—Si sigues pensando así, un día te matarán y serán las últimas palabras que escuches de mí.
—Espero que lo último que escuche de ti sea "Por el bien de Frankiland".
—¿Por el bien de Frankiland?
—Así lo llamaré.
~Maego.
—Mi cabeza —susurré. Me dolía profundamente y no lo soportaba. No tenía mi espada y estaba en una celda.