El Juego Maldito (Ñahui)

Cuando Las Luces Parpadean

 

La computadora se hizo pedazos, Mirla sentía como en cualquier momento la puerta se abriría, como en la fracción del segundo algo saldría de esa puerta y saltaría sobre ella. Con un rostro desfigurado, con una mueca de espanto, dispuesta a tragarse cada pedazo de su piel.

Tábata quería escapar, quería salir de esa habitación, quera huir cerca de la luz, en el lugar donde hubiera más luz posible y tuvo que ponerse de pie al instante, no soportaba la penumbra de la habitación.

Jeanine pensaba todo. Ella sintió, sintió el miedo que la inundo por completo, sintió como los golpes debajo del suelo la hicieron gritar y a cada instante que lo recordaba parecía que su corazón se salía de su pecho.

Miraba a la derecha, a la izquierda, pero todo se llenaba de más y más oscuridad, sentía claramente como una silla de su habitación se movía, sentía como cada vello de su cuerpo se levantaba, como cada parte de su interior pedía ayuda.

Ese rechinar, como la madera chocaba con más madera, casi imaginaba a la silla que se movía en su habitación. Sentía que en cualquier segundo algo saldría disparado de lo más oscuro de su habitación. Y su trance terminó cuando Tábata le movió el cuerpo.

Parpadeo unas dos o tres veces, casino ve el rostro de su mejor amiga, casi olvida como ella realmente lucía. Casi olvida hasta su nombre.

— ¡¿Pero qué carajo fue eso?!

El grito desesperado de Mirla la hizo despertar de su trance, aún no creía que las peores cosas habían pasado, sin intuir que cosas aún mucho peores iban a suceder.

—No sé..., y no me interesa saber...

Respondió Jeanine.

— ¡¿Cómo qué no?! —la voz de Mirla comenzaba a irritarla, tenía los nervios de punta como para tratar de controlar todo ese miedo que tenía en su interior—. Es tu casa, tú deberías saber lo que sucede en ella.

— ¡No sé qué pasó! —grita Jeanine—. No sé qué sucedió. Nunca me había pasado algo como esto. Nunca. Nunca había escuchado sonidos tan extraños como los de hoy —el silencio aún reinaba en la habitación, así como el terror.

—Debió haber sido el juego...

Contesta Tábata como única respuesta, quien estaba con su corazón palpitante a punto de salirle de su pecho o de vomitarlo.

—No digas idioteces —replico Mirla, segura de que el juego era mentira—. Nada de lo que ha sucedido fue culpa del juego. No sucedió y no debió haber sido por eso..., seguramente hay una presencia de algún espíritu olvidado aquí, seguro fue eso.

—Dos respuestas contrarias sobre el triángulo, acabamos el juego tres minutos después del tiempo límite y luego...

— ¡No fue por eso, Tábata! —interviene Mirla, dispuesta a no darle crédito al juego—. Saben que es esto, solo una broma. Una broma de ustedes dos. Saben lo escéptica que soy. Muy seguro varios de tus amigos debieron entrar a la casa de Jeanine para venir y golpear el suelo y las puertas.

— ¡Es lo más idiota que he escuchado! —molesta contrarió Tábata, cansada de los comentarios nada creyentes de su amiga—. ¡¿Crees que voy a tener tiempo de llamar a mis amigos para que vengan a asustar a una tonta niña que no cree en fantasmas a las tres de la mañana?!... No seas estúpida...

Mirla no daba su brazo a torcer, pero, más era por su miedo. Por no aceptar que algo que no era de este mundo llegó a la puerta del dormitorio y comenzó a golpear con tanta fuerza. Ella no aceptaba eso, no aceptaba el hecho de que alguien vendría por ella en la más tenebrosa noche que se podría imaginar.

—Me voy, no voy a seguir soportando esto esta tonta broma, de un par de niñas que aún no maduran —Mirla se puso de pie, dispuesta a querer probar que sus amigas se habían burlado de ella por su falta de creencia—. Sé qué es una broma. Iré allá abajo y muy seguro encontraré a un par de idiotas que se están riendo de mí.

—Mirla, quédate...es muy tarde —la trato de detener Jeanine. Mirla se alejó y se acercó a la puerta.

Sentía como algo estaba tras de ella, como si un imbécil con una horrible mascara estuviera esperándola pera que la puerta se abrá y le dé el susto de su vida.

Colocó su mano en la puerta, mientras Jeanine y Tábata no se atrevían a dar un paso más, su miedo era igual que el de su amiga. Quien respiraba fuerte, con su mano sudada sobre la perilla de la puerta, con su corazón latiendo y dispuesto a no dar tregua a la tranquilidad.

Sentía como las luces parpadeaban y como su miedo seguía aún sobre sus hombros, con cientos de temores diferentes a su lado. Con el miedo a flor de piel.

Cerró sus ojos y abrió la puerta de inmediato. No había nada, todo estaba oscuro, dio un paso más y comprobó que nadie estaba en el pasillo.

Se acercó con su piel helada al primer interruptor, tembló tanto que si hubiese tenido algo en su mano, se le hubiera resbalado y caído al suelo haciendo un estrepitoso sonido.

Suspiro, su respiración ahora se volvió fuerte y profunda, como si estuviera ahogándose en una piscina. Solo que está piscina es de sangre.

—Mirla, regresa aquí —pidió Jeanine desde la puerta.

Mirla llegó a la sala principal y se encargó de encender todas las luces. Revisó cada lugar, cada espacio, cada habitación, pero no había nada. Todo estaba en su sitio, nadie estaba dentro de la casa más que ellas. El miedo era grande. Tomo su teléfono y enseguida marcó a un número.

— ¿Qué haces?

Pregunta Tábata quien seguía aún temerosa por todo lo que vivió hace poco.

—Llamo a un taxi —contesto, sin verla—. No planeo quedarme ni un segundo más aquí. No, señor.

— ¿Te estás dando cuenta de lo que dices? —Jeanine se acercó a su amiga—. Irte de aquí, a esta hora y después de lo que sucedió. Estás perdiendo la cabeza, ¿no?

—Las que perdieron la cabeza, son ustedes dos —apunta con el dedo molesta y con una denigrante cobardía por quedarse en la morada—. No voy a soportar ni un segundo más aquí. Sé qué me tomaron el pelo. Pero, yo fui muy burra al quedarme junto con ustedes, creyendo que este tonto juego sería divertido, creyendo es sus bobas palabras. Ahora, estuviera en mí cama, con las cobijas, durmiendo tranquila, caliente y no con el alma en la boca, esperando lo peor.




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