El Juego Maldito (Ñahui)

Suspenso Acelerado

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Jeanine estaba tendida en la cama junto con Tábata, el mismo miedo seguía impregnado en la habitación de su mejor amiga, en la habitación de Tábata. Y es que no lo soportó, sintió que no podía dejar a su amiga sola, era de madrugada y no podía dejar que alguien le hiciera daño, muchos peligros en la calle y ella con los nervios de punta. Tardaron alrededor de veinticinco minutos en subir a la habitación, ya que había cosas que arreglar en su dormitorio, así como Jeanine quería ir por algo de ropa, la ropa que usaba era un pijama muy ridículo. El miedo era el mismo, sentían que en cualquier segundo algo malo les iba a pasar. Pero, con valentía y suspirando fuerte lograron subir. Tuvieron que guardar todas las cosas que utilizaron para el ritual.

— ¿Crees que Mirla este bien? —preguntó una insegura Jeanine que aún sentía miedo, que aún sentía que la esperanza de dormir tranquilamente se iba acabar.

—Fue su decisión, Jeani —murmuro, dándole seguridad, pero esa calma no llegaba, ya que, Tábata también estaba aterrada, igual o más que su mejor amiga—. Pudo haberse quedado en el apartamento, pudo habernos esperado para salir juntas, pudimos haber pasado el resto de la madrugada juntas, pero ella decidió irse. No es como sí la hubiéramos obligado a que se marche.

—Estaba muy asustada —anexó, esperando que su amiga haya bajado con total tranquilidad el edificio, que haya tomado un taxi y se haya marchado a casa.

—Nosotras también lo estamos —sus piernas aún se sacudían, el miedo seguía ahí—. Debemos olvidarlo, debemos dejar de creer que eso fue real.

—Lo fue, Tábata —Jeanine se sentó en la cama, Tábata dejó las luces encendidas, temerosa de que algo saltará sobre su cuerpo en la oscuridad—. Fue muy real. Lo sentiste, yo lo sentí, todas lo sentimos. Sí pudiera devolver el tiempo, hubiera encendido mi teléfono y haber grabado todo lo que vivimos, todo lo que escuchamos. Nadie estaba en el apartamento como para que golpearan la puerta o el suelo. Eso fue real y fue lo más horrible que he vivido en mí vida.

—No me lo tomes a mal, no iba a quedarme ni un segundo más en tu apartamento—Tábata miraba alrededor de su habitación.

—No sé cómo voy a regresar mañana a ese lugar. Solo de pensarlo me da escalofríos —su piel se erizo, como si estuviera desnuda, como si estuviera en la calle desnuda y el frío la dejará inmóvil.

—Debemos dormir —Tábata acerco las sabanas a su cuerpo, movió un poco su cuerpo, miró la pared blanca, con mucho arrepentimiento de haber jugado aquel juego—. Recuerda no decir nada. Es lo mejor. Mamá creyó que dormiría en tu casa y no sé esperó que llegáramos aquí a estas horas. Mañana querrá saberlo todo.

La primera situación que se imaginó en la cabeza si se hubiera quedado en su apartamento, fue solo momentos de terror. Imagino aquellas películas de terror, donde objetos levitan, donde fantasmas aparecen. Sacudió su cabeza, sacando todos esos horribles pensamientos.

 

ǁǁ

 

La mañana llegó y el golpe en la puerta también, a eso de las ocho de la mañana. Tábata se negó a salir de la cama y en cambio, Jeanine estuvo de pie al segundo. Ella no había podido dormir. Simplemente, cada vez que cerraba los ojos, era situación para pegar un brinco y morderse el labio para no dar un grito. Aún recordaba la forma en la esa puerta fue golpeada.

—Buenos días —saludó la señora Cayetana, madre de Tábata. Es una mujer muy sonriente que siempre le ha enseñado a su hija a ver el mejor lado de las cosas, es por eso que le da cierta libertad que otros padres no darían a sus hijos, aunque levantarse tarde no era una de las cosas que ella consentía—. Ya es hora de levantarse, lindura. Hoy está haciendo un solo maravilloso. Tab, está esplendido para que te pongas tu mejor traje de baño y te recuestes a tomar el sol.

Tábata levantó su cabeza, con todo ese cabello alborotado y con unas ganas de lanzarle una almohada a su madre para que la deje dormir.

—Ay, má. Sí supieras que hoy no tengo ganas de hacer nada.

—Y llegando a eso —Cayetana se llevó las manos a su cintura—. ¿Por qué llegaron tan tarde anoche? Creí que se quedarían a dormir en su apartamento, junto con su otra amiga... ¿Cómo se llama?

—Mirla —contesto, de inmediato Jeanine con una sonrisa—. Al final de la madrugada se nos antojó venir para acá. ¿No hubo inconveniente?

—Claro que no, Jeani —hizo un ademán con su mano—. Tú siempre vas a ser bienvenida a esta casa, cuando sea. Nunca lo olvides. Eres como mí otra hija.

—Gracias por eso, señora Cayetana —sonrió, tomó algo del suelo, su bolso que tenía ropa limpia—. Tengo que irme.

— ¿Qué es eso? —movió su cabeza de una forma extraña, de lado a lado, como negando pero de una forma exagerada—. Nada de eso, te vas a quedar a desayunar. ¿Tábata, vas a bajar?

—Yo iré a tomar un baño —se sentó otra vez en la cama, estiro su cuerpo y finalmente se puso de pie. Cayetana y Jeanine bajaron a la cocina, mientras Tábata entró al baño para poder asearse.

Encendió la lámpara que estaba encima del espejo para poder verse el rostro. Se examinó cada parte de su cara, anoche no se había puesto ninguna crema para el rostro y eso la tenía mucho más preocupada ahora. Se quitó toda la ropa, se acercó a la ducha y dejo que el agua comience a calentarse de forma lenta. Se acercó de nuevo al espejo, tomo la pasta dental y su cepillo. Comenzó a cepillarse los dientes mientras el espejo se iba empañando poco a poco. Se lavó la boca, escupió el agua y entró a la ducha, dejó la luz encendida.

El agua comenzó a deslizar por cada espacio de su cuerpo, tomo el jabón que navegaba en esa delicada piel. Anoche había sido algo muy loco y decidió olvidar el tema, pero no podía, por más que lo intentaba, hacer eso era como una verdadera locura. Nadie olvida así porque sí. Mientras sus ojos estaban cerrados, ella sintió claramente como algo la estaba observando, sintió una sombra en aquel cuarto de aseo y se dio media vuelta. No vio nada.




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