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Después de lo acontecido con su sobrina Brianna, Mirla no durmió aquella noche, el simple hecho de haber escuchado de la boca de su sobrina aquellas fuertes y temerosas palabras, no pudo conciliar su sueño, se mantuvo despierta, con la luz encendida de aquella lámpara de su mesita de noche. Intentó ver algo en la televisión pero a esa hora de la madrugada solo había películas de terror y no deseaba tener más escenas terroríficas en su cabeza por aquel instante.
Miró a la izquierda; sentía un miedo que no podía justificar. Miro a la derecha; parecía que alguien la observaba del rincón más oscuro.
Respiraba con dificultad, como si algo estuviese tragándose todo el oxígeno de la habitación.
La puerta tocó.
Ella dio un brinco y un grito.
— ¡Dios santo, Mirla! —se quejó su madre tocándose el pecho—. Un poco más y me provocas un infarto.
— ¿Cómo está Bri? —se apresuró a preguntar.
—No dejaba de llorar. Fui a hacerle un té y al parecer logró calmarse —de repente un chirrido liviano pero muy irritante se escuchó, ambas mujeres miraron a la puerta que se abrió completamente por sí sola, las bisagras rechinaron y el miedo se incrusto en el fondo del abismo del pánico. La madre de Mirla mermó importancia, regresando a ver a su hija que seguía pálida, como la hoja de un cuaderno de dibujo—. Solo espero que se duerma. ¿Tú estás bien?
La pregunta queda suspendida en el aire, como si no hubiera sido lanzada de aquella boca que tiene más experiencia en la vida.
—Me dejó un poco aturdida. Lo que dijo simplemente..., me heló los huesos —terminó en un suspiro pesado y sin sosiego.
—Entra en placidez, que es lo mejor que puedes hacer —su madre acomodó las colchas, así como lo hacía cuando Mirla tenía cinco años, en ese instante la chica se sintió indefensa—. Ella es una pequeña. A su edad hay mucha fantasía, hay muchas cosas que la imaginación los hace ver. Pero ten por seguro que todo eso va a pasar.
Su madre salió de su alcoba dejándola sumida en el mismo estado de turbación. No durmió, pasó mirando el reloj a cada instante. A cada momento que intentaba cerrar sus ojos, sus peores miedos florecían y casi podía sentir como unas garras filosas jalaban las colchas de su cama, tratando de dejarla desamparada y sin nada que pudiera ayudar para escudarse.
A los días el miedo desapareció en las noches. Pero ella seguía perpleja. Tenía miedo de apagar las luces cuando era de noche y por extrañas razones volvió a hacer lo que hacía cuando era pequeña. Apagar la luz y salir corriendo desesperadamente a un lugar que no estuviera en tinieblas. Ese fue uno de los grandes cambios y además, el de su sobrina Brianna.
La pequeña cambió radicalmente desde ese día. A la hora de comer, ya sea el desayuno, el almuerzo o la cena, la pequeña Brianna se demoraba mucho tiempo. Dos o tres horas permanecía sentada en el mismo sitio, en esa silla caliente, jugaba con la comida, la removía de un lugar a otro mientras sostenía su cabecita con su mano libre. Los familiares decidieron dejarla. Al siguiente día las cosas empeoraron. Recibieron un reporte por parte de la escuela a la que niña asistía. Según palabras de la misma profesora, la infante había cambiado radicalmente de un día para otro. No solía comer nada a la hora del recreo como sus otros compañeritos. Todos los alimentos que ella llevaba en su lonchera los tiraba al suelo y esperaba a que las palomas bajen a comerlos. Esto se venía repitiendo dos días seguidos. Al tercer día, la pequeña tiró su comida y espero a que las palomas bajaran a comer, las aves acostumbradas a su presencia degustaron del buen lunch de la pequeña, ella, lanzó una piedra y mató a una pequeña paloma. La tomo con su manita y la lanzó a sus compañeros. Una pequeña comenzó a llorar por el acto y la enfrentó. Brianna invadida por una rabia terrible se lanzó encima de la otra pequeña y le dio una fuerte paliza. Se necesitó a la maestra y a su ayudante para detenerla.
Los padres de la pequeña Brianna la reprendieron por su acto, pero ella permaneció callada, mirando el piso como si nada de lo que dijeron le importara. Y sí, a ella no lo importo.
— ¿Puedo saber por qué hiciste eso, Bri? —preguntó Mirla al ver a la pequeña sentada en su silla de castigo donde debía permanecer durante una hora.
—No...
— ¿No quieres contarme?
—No quiero...
—Y si le digo a tus padres que te quiten el castigo, ¿entonces sí?
La pequeña levantó la cabeza muy lentamente y miró a su tía, movió su pequeña boquita a manera de sonrisa. Una sonrisa que nunca Mirla había visto.
—Solo estaba jugando —se limitó a responder. La cara de Mirla quedó igual de confundida como cuando contaron el suceso, así que sin más, dejó que la pequeña saliera a jugar.
La pequeña salió corriendo y ante la falta de respuestas, siguió insistiendo. Caminó lento y escuchaba claramente los pasos de su sobrina arriba, en el segundo piso. Se apresuró a alcanzarla y miró la puerta del cuarto de la pequeña casi abierta. Abrió la puerta con su mano, la pequeña estaba de espaldas y a sus pies todos sus juguetes destrozados. Las cabezas de las muñecas estaban tiradas por un lado y los cuerpos por otro, lo osos y muñecos de felpa arrancados. Todo estaba destruido. Era casi imposible que una pequeña como ella hubiera dañado todo de una forma tan violenta y peor aún, de una manera tan rápida.
Escuchó el crujir de algo, la niña movía sus brazos como si estuviera rompiendo algo. Dio un paso, dio dos, dio tres y le tocó el hombro a su sobrina. La pequeña movió lentamente su cuerpo y la miró..., la pequeña no tenía un ojo y el otro era de un color amarillo espantoso, su pupila estaba dilatada. Y un grito espeluznante salió de una boca gigante, la boca de la niña de desencajó, no tenía ningún diente. Solo una oscuridad en aquellas fauces provocando que Mirla lance un grite de terror y caiga al suelo desmayada por el susto.
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Editado: 02.07.2021