Todos los presentes siguen en el mismo lugar, oliendo ese aire impregnado de montes y hierbas naturales, casi podían sentir un olor dulzón, pero también ácidos. Jeanine no dejaba de ver aquellos frascos burbujeantes, de colores chillones, como si dentro de estos estuviera la solución a una vida deprimente.
¿Fama? ¿Salud? ¿Amor? Parece que todo se puede encontrar en este lugar.
—¿Creen que realmente ella pueda ayudarnos?
Pregunta Jeanine. Al mirar a lo lejos a la mujer revisando algunos libros, mientras grita a su regordeta ayudante. Al parecer, no tiene ni un poco de respeto por ella y lo ha dado a notar en cada momento que se han dejado ver.
—No lo sé... —contesta Tábata, incomoda por el lugar—. Si te soy sincera, hasta me dan miedo. Nunca he visto mujeres tan feas como ellas. ¡Son de espanto!
Cayetana, la madre de Tábata le llama la atención por usar tan terrible adjetivo sobre las mujeres.
—A mí no me dan ni un poco de miedo —interviene Mirla, quien había pensado sacar un poco de agua para beber, pero debido a tan fuertes olores que considera asqueroso, prefirió aguantar la sed—. Ellas no me dan ni un poco de confianza. Siento que podemos ser timadas por ese par de mujeres y también de Augusto.
—Igual pienso yo —reafirma Fernando, el hermano de Mirla.
Ambos no solo han mostrado escepticismo, Mirla también ha mostrado menosprecio en el par de mujeres, haciendo miradas despectivas.
—Pienso yo —interviene Cayetana—, que estamos frente a una buena oportunidad de acabar esto. Si lo vemos bien, la iglesia católica no ha querido hacerse cargo del asunto y nadie se ha inmutado por eso. Está puede ser bien una oportunidad; o si no funciona, al menos tendremos la seguridad de que este tipo de gente no será la que necesitaremos en un futuro.
Las ideas quedan revoloteando por el lugar sin llegar a una conclusión, hay demasiadas dudas en los presentes, cada uno tiene una forma muy diferente de pensar, pero nadie llega a un punto conciso. Al parecer, con las ideas que partieron no son las mismas que se quedaron cuando han llegado.
—Bien. Bien. Bien —sentencia la bruja Adalgisa, en su mano lleva un gran libro—. He repasado una y otra vez...
—Lo hiciste mal —corrige la gorda.
—¡Cierra la boca, cerda! —calla la bruja a su ayudante Marciala—. He repasado una y otra vez lo que se debe de hacer. No será fácil.
—¿Qué debemos hacer? —pregunta Jeanine, un poco intranquila desde donde está.
—Les explicaré —quita varias cosas de una mesa atiborrada y coloca el pesado libro sobre está, despliega las hojas, dejando ver un dibujo de tres personas jugando el ritual de Ñahui—. Como es bien sabido, se necesitan de muy pocas cosas para empezar el ritual. No solo un lugar solitario o practicarlo a las tres de la mañana, ni la música de fondo, o las velas. Es necesario algo más, y veo que como siempre no lo tengo...
—¡Las tablillas! —grita Tábata, sacando de su bolsillo las dos tablillas con las que se practica el juego.
La Bruja casi cae al suelo al ver a esas dos preciadas reliquias que siempre ha querido tener para su posesión, con esas podría obtener los mayores secretos escondidos, abrir portales a mundos distantes y saber con certeza sucesos del futuro.
La ayudante regordeta, no deja de saltar, moviendo sus carnes con exageración a cada salto que da. La mujer realmente se regocija de ver también las dos tablillas.
—Cuándo me las entregaron para jugar el juego, decidí no devolverlas a los que me las pasaron, pero tampoco ellos me la pidieron.
—Es de suponerse, muchachita incrédula —atina la gorda—. Una forma segura de cerrar el ciclo de la paga de jugadores, es entregando las tablillas a unos nuevos tres jugadores. El ciclo de paga de jugadores se cierra cuando en el siguiente día juegan otro trío de jugadores.
—¿Qué es eso de la 'paga de jugadores'? —increpa Tábata, sin entender.
Sabía que cuando ese trío de amigos le recomendaron el juego, lo hicieron con seguridad y sin titubear, como unos grandes mentirosos. Pero la chica también se dio cuenta que ese trío desapareció o rompió contacto con ella luego del juego, incluso pensó de que huyeron de ella para no verla más.
—¡Cierra la boca! —grita la bruja, quien toma un frasco de vidrio y lo lanza hacia la ancha mujer.
Los cristales estallan ante la pared cuando la mujer se agacho. Adalgisa mostraba una mirada devoradora, como si esa gorda hubiera cometido un grave error al soltar eso. Ella a pesar de usar sus manos para cubrirse, mostraba una mirada afrentosa.
—Esta impertinente no sabe, ella no sabe nada. Es sola una aprendiz que ha visto muy poco, una donnadie —se voltea, dejándola quieta, pero con una vista parecida a la de una serpiente, lista para atacar—. La paga de jugadores es el precio que están pagando ustedes.
Mueve las hojas de aquel manuscrito, y pasa a la siguiente, donde se ven varios escritos y rayones. En el centro, se puede ver a los tres participantes realizando el juego y a su alrededor danzando diferentes demonios.
—A las tres de la mañana empieza el juego y a las tres y treinta y tres, se acaba —mueve la hoja de nuevo.
En la siguiente página se puede ver como los demonios danzantes pasan a posarse sobre las cabezas de cada uno de los jugadores, levitando sobre ellos.
—Pero... este juego tiene ciertos toques de curiosidad. En el pasado no se dejaba que las mujeres jueguen dicho juego, era exclusivo para hombres, estos creían que las mujeres siempre han sido fáciles de guiar por Satanás, fáciles de seducir por el demonio.
—La religión y los hombres cuando no pueden vencer a una mujer con un argumento lógico, la tachan de bruja, de loca o de zorra —participa Mirla.
Todos los presentes masculinos se ven trastocados con esas duras palabras, incluso Harold voltea los ojos ante el comentario. Nunca ha podido ocultar su desagrado por la amiga de su novia.
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Editado: 02.07.2021