El Juego Maldito (Ñahui)

Lo Que Escondía La Espesa Neblina

LO QUE ESCONDIA LA ESPESA NEBLINA

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El fuerte viento los adentra a la parte fuera de los lindes marcados. Entre movimientos torpes y cansosos todos se reúnen cerca de la sección de los árboles de copas anchas, en esta parte del bosque es más difícil la entrada de luz y el frío ya no aplaca como en otras partes del masivo bosque.

Todos se reúnen cerca de Alé, el guía, que se muestra estático y tranquilo.

El hombre saca de su mochila un rollo muy grueso de una cinta roja. Toma un extremo de la cinta y la amarra en el árbol. Se asegura de que la cinta esté muy bien amarrada y comienza a desenroscar la cinta.

Los presentes observan extrañados, haciéndose preguntas mentalmente sin una conclusión fija.

—¿Para qué es eso? —pregunta Tábata.

El guía sigue moviendo la cinta entre sus manos y explica, sin inmutaciones exageradas.

—Soy un hombre que ha estado mucho tiempo metido en este bosque, pero lo respeto y sé —levanta la cabeza, dándole una mirada pasiva a la chica que preguntó—, sé muy bien que podría perderme aquí. Y si no dejamos un rastro de como regresar, será imposible volver de nuevo.

Tábata traga fuerte, moviendo sus dedos ante los nervios que aplacan su calma.

—Pero usted es nuestro guía, ¿no se supone que sabe todo acerca de este bosque?

—Señorita, creo que usted no me ha escuchado —ataca el guía a Mirla, que da un paso con mirada altiva—. Yo soy un guía especializado, conozco mucho este lugar, pero no lo conozco del todo. Sé que si me interno dentro de aquí, es muy posible de que muera de hambruna o...—le pega un vistazo a la bruja, y está suelta una risilla—...de otras cosas. He estado trabajando para la reserva por más de diez años.

—¿En todo ese tiempo usted ha sido guía? —increpa el padre de Tábata, el señor Manuel, quien parece el más calmado del grupo.

El grupo comienza a avanzar de inmediato, la bruja Adalgisa les recalca que deben de moverse y mientras sus pies se mueven, el guía le contesta al hombre mayor.

—Guía, excursionista y recolector de cadáveres que se dieron por perdidos. No es casual que yo este aquí porque soy un común voluntario. Mi hermano hace años se internó aquí y su cuerpo hasta el día de hoy, no ha sido encontrado.

Una noche de torrente lluvia, el hermano menor de Alé, hundido en sus tristezas por el declive de una fallida relación amorosa, se internó dentro del bosque, ebrio de amor y melancolía, su entrada al bosque fue asegurada, más no su salida. Alé, desde años se propuso como voluntario para encontrar a su hermano, más nunca encontró un indicio que dé con su paradero, tan solo pistas y prendas de su propiedad que encontró en una tienda de campaña olvidada en el profundo bosque.

—¿Qué le sucedió? —cuestiona Jeanine, pasando sobre unas ramas caídas.

—Supongo que debió morir de hambre o de frío —responde—. Aquí solo hay silencio, por eso la cinta. Porque así yo podré volver y ustedes también. Porque si dejan que el bosque los absorba, tengan la seguridad de que no saldrán de él, nunca.

Las chicas se plantan de inmediato y escuchan a lo lejos, nada; no se escucha nada en el espeso bosque que les ha permitido la entrada, tan solo el correr del viento presuroso de que se internen en ese mar de árboles.

La regordeta Marciala se aproxima a rebasarlos, llevando un gigante caldero en su mochila y se escucha tintineos de vidrios rozando mientras mueve su voluptuosa panza. Sobre pasa varias gruesas raíces resaltadas, llegando a estar frente al grupo.

—Aquí dentro hay miles de demonios y almas en pena. Cada uno de estos demonios está dispuesto a no dejarlos escapar para poder llevar su alma al otro lado donde ellos gobiernan, entonces deambularon eternamente.

Jeanine, de inmediato entiende el sentido del bosque. El lugar es tan masivo que para una persona normal y experimentada es complicado escapar y fácil perderse, por eso vinieron al bosque, ya que cada parte de ahí se ve exactamente al resto. La respuesta es más fácil de entender, estando dentro del bosque aquellos seres, deambularan eternamente sin encontrar la salida y tan solo chocaran con otros seres más poderosos, o con algún incauto que entre al bosque.

—Así nosotros también podremos ser libres, dejaremos aquellos demonios que nos persiguen aquí.

Fernando, el hermano de Mirla lanza una risilla burlesca desde donde está, toma una rama del suelo y la sacude en el aire.

—Perdón. Pero en serio creen que voy a creer todo lo que dicen —con la rama se acerca a un árbol y comienza a darle latigazos—. Este es otro bosque, uno más del resto. No sucede nada aquí, no he visto nada malo. Es un bosque... ¡y ya!

Lo golpea tantas veces, que se puede ver como se desprendieron varios pedazos del tronco, dejando ver una parte verde y blanca.

La regordeta Marciala lo detiene con un movimiento exacto.

—No es bueno que lastimes al bosque. Es de muy mala suerte hacer eso.

La gorda mujer se posa frente a la cara del joven incrédulo y lo analiza con pesimismo, el chico es un sabelotodo que se niega a aceptar cosas que no tienen explicación. No va a perder el tiempo con él, si por ella fuera, que muera dentro del bosque con su ciencia.

El grupo sigue avanzando a paso lento, sudando la gota gorda de caminar por el profundo lugar. Jeanine no pudo negar que aquella masiva arboleda sin duda es hermosa, el bosque brinda un silencio sepulcral, pero es magnífico, brinda una belleza única nunca antes vista. Como un deseo muy fuerte de quedarse ahí, sentado sobre las raíces de un árbol para siempre.

El encanto del bosque surte efecto en la chica.

Mira hacia el lado derecho, a más de cien metros de donde está y logra a ver a dos personas, tomadas de las manos, un hombre y una mujer, juntos, caminan a pasos lentos admirando la flora del lugar. Un par de enamorados que están perdido entre la magnífica arboleda que les provoca regocijo.




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