El Juego Maldito (Ñahui)

Las Manos Del Pantano

LAS MANOS DEL PANTANO

 

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La chica tiembla de sopetón al levantar la cabeza. Mira con horror como aquella persona pende de una soga apretada a su cuello. Su cara es de un color morado putrefacto, su cuello está roto, la quijada parece desviada, los ojos llenos de gusanos, pero aun muestran inercia típica.

Es un cadáver, un jodido cadáver pendido de un árbol torcido, solo Dios sabrá desde cuando está colgado de ahí.

La chica se mueve hacia atrás, con la mano temblante cerca de su boca y con un grito interior siendo apretado en el fondo, como si no pudiera sacarlo del fondo de dónde está.

—¡¡¡Dios!!! —chilla.

Harold la toma de los brazos y la aleja enseguida de la escena.

Jeanine no deja de gritar, su mano temblorosa tapa su boca mientras sus bufidos son incontrolables. La chica está muy trastocada. Había estado caminando desorientada por un bosque profundo, abrumada por espectros escondidos entre la neblina y ahora, un cadáver frente a ella.

Tan solo desea que está pesadilla finalice lo más pronto posible.

La niebla comienza a disiparse, su espesor natural comienza a desvanecerse y se logran ver todos. Cada uno muestra un estado tétrico, algunos rostros son pálidos, otros en cambio tienen sus orbes gigantes.

Jeanine mira sobre el hombro de Harold, sintiendo aquellas cuencas vacías que la observan desde lo alto del árbol. Puede desarrollar miles de historias diferentes de aquel hombre, debió haberse perdido mientras caminaba en círculos, la ansiedad o la depresión debió matarlo. No puede imaginar que horrendas cosas debió haber visto ese hombre para quitarse la vida en un profundo y solitario bosque.

Alé, el guía, se acerca al cadáver. Lo examina con su profunda mirada –acostumbrado a dichos sucesos–, es completamente normal este tipo de situaciones en el bosque. Alé, ha llegado a recoger cerca de cincuenta cadáveres al año.

Alé se mueve hacia la chica, que se observa muy perturbada, tratando de correrle a aquellos cuencos oscuros que la observan, casi puede sentir como la cabeza se mueve de un lado al otro. Hambriento de cazar la mirada agresiva que suele tener.

—Tranquila Jeanine —reconforta a la chica, mientras mira el muerto—. En este bosque es muy usual encontrar cadáveres. Muchos de estos no han sido levantados porque se perdió las pistas o porque el trabajo en conjunto con los rescatistas no es suficiente. El bosque es muy profundo y no se puede encontrar a todos los muertos.

Alé dejó marcado el lugar. Puesto que al día siguiente vendría con más personas que lo ayudarían a cargar aquel cadáver. Solo esperaba que el muerto no cambie de posición al día siguiente.

El camino sigue, las pisadas fuertes provocan mucho cansancio, los saltos y brincos bruscos provocan que los tobillos se lastimen, los mosquitos han comenzado a picar demasiado sus cuerpos. A pesar de que el lugar es muy húmedo y frío, han comenzado sudar de tanto caminar.

—Al pasar la sección de los árboles de olivo —apunta a un verde más opaco, uno más oscuro—. Y luego de pasar el pequeño lago, justo ahí los dejaré.

Lo repitió varias veces, lo hizo para dejar en claro de que él no se quedaría ni de locura dentro del bosque en la noche. Alé es un experto, pero no es un suicida. El trayecto de árboles de olivo fue muy largo y demasiado oscuro, en está parte del basto bosque, en cambio se mostró ser muy árido, oscuro y un poco más caluroso. Es como otro bosque dentro del gigante.

Aquella parte del bosque es igual de temerosa, debido a la oscuridad. Aun así, no hubo ningún tipo de manifestación. Aunque, Jeanine en cada paso que dio, se figó en que alguien a lo lejos la estaba observando.

Todavía piensa en aquel cadáver colgado en aquel árbol. Tan solo se imagina que ese ser desamarró la soga de su cuello y se bajó, con el único objetivo de seguirle los pasos.

Llegaron a un lago muy quieto, de agua café clara, el lago daba un mal semblante y realmente era feo. No es muy grande, es muy pequeño y por boca de Alé, «muy peligroso».

—Este bosque no solo es peligroso y confuso, aquí, dentro de este maldecido bosque también está este lago. El lago muerto, como nosotros lo hemos nombrado. Aquí han muerto cerca de quince personas en los últimos cuatro años.

Fernando, el hermano de Mirla, se acerca a la orilla del feo lago y trata de mojarse las manos.

—Yo de ti, no haría eso, muchacho —recomiendo la bruja Adalgisa—. Ese lago es peligroso, y sus aguas no son recomendadas para beber.

El chico continúa con sus desplantes de mala actitud y voltea los ojos. De su bolsa que carga, saca un recipiente.

—Sería bueno llenar nuestras botellas de agua y qué mejor de un lago.

Desenrosca la tapa, con mirada desafiante hacia la bruja, que no se inmuta. Ella no detendrá a un tonto que desea morirse, tampoco hacerle escuchar a un sordo o hacerle ver a un ciego, solo se deleitará de lo que pueda sucederle al chico.

—Un lago que en su fondo tiene muchos cadáveres, lo dudo mucho. Si pruebas esa agua, te sabrá agria, y si la bebes, te traerá muchos problemas, muchachito —responde la vieja regordeta de Marciala.

La bruja Adalgisa le muestra desprecio en su mirada. La más vieja esperaba que el chico se intoxique solo y la gorda ayudante no se lo ha permitido. Desea golpearle la cabeza con una piedra gigante para que no vuelva a hablar.

Fer alcanza a sentir esa mirada efusiva y fuerte de la bruja, con esos ojos lo tienta a meter las manos dentro del agua para que reciba su castigo por bocazas y poco creyente.

—¿Por qué dice eso ella, señor Alé? —interroga el chico.

—Este llamado 'lago', ha matado a muchos perdidos a sus aguas. Cuando alguien cansado de caminar y sin agua, se acerca a refrescarse a este lago, es seguro que lo matará. Dentro, muy en el fondo, además de cadáveres atrapados, hay una especie de arena pegajosa o movediza, que no te deja escapar. Una vez que caes ahí, es imposible salir.




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