LA DESCOMPOSTURA DE LA GORDA MARCIALA.
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Jeanine toma su mariposa de plata empapada con la sangre negra de Cándida, del otro lado el cuchillo con el que harán el cierre de sangre. Tábata tiene la foto de su familia y de la otra mano, tiene un pedazo de carne que le arrancó al macho cabrío y finalmente Mirla, que tiene la estaca con la que atravesó al demonio y su libro.
Están listas, se posicionan en los puestos que deben ocupar. La bruja Adalgisa, las guía con gritos y las protege con esos raros líquidos, que al parecer no se le acaban.
Jeanine mira a Harold, quien lucha con fiereza, pero aterrado. Tábata llora por su padre, que a pesar de su edad le demuestra el verdadero amor y Mirla, que su hermano no es tan frívolo como pensó. Cada uno le ha demostrado la verdadera forma de amor.
—¡Queda poco tiempo! —advierte la bruja—. ¡Alrededor del ritual, listas con lo que tienen que hacer! ¡Detendremos esto desde raíz!
Cada una de las chicas tiembla, con nervios, aun así, en sus cuerpos está la fuerza que las obliga a terminar aquella paga que las ha llevado a perder la cabeza.
Cuando iban a terminar, la música de fondo cesó, todas las miradas quedaron tendidas en aquella gorda que estaba sentada sobre una piedra. El rostro de la vieja Adalgisa es de ira y frustración.
Marciala, la gorda asistente se ha puesto de pie.
—¿Qué crees que haces, gorda estúpida? —espeta la bruja Adalgisa.
La mujer tiene un filoso y gran cuchillo que las apunta con su mano, y antes de que pueda hacer algo, sin que nadie lo note, tomó a Harold, que había estado huyendo mucho de los cadáveres. Lo toma con fuerza de la cabeza y le posa la afilada hoja por el cuello.
—¡Oye, suéltalo! —demanda Jeanine asustada.
Pero entre las negativas, la regordeta Marciala más aprieta el filo contra la piel más joven de todos los hombres.
—¡Suéltalo! —ordena la bruja Adalgisa, que se mantiene frente a la gorda mujer.
La mujer muestra un rostro nervioso y con demasiada energía dentro, que no sabe canalizar. No solo se ve acorralada, está muy asustada y dudosa de lo que pueda pasar.
—No, no y no... —susurra—. No voy a soltarlo, ni tampoco dejaré que acaben el juego. Quedará abierto.
La bruja Adalgisa no alcanza a entender lo que la mujer gorda planea en su descabellada cabeza.
—Él servirá de sacrificio eterno aquí a nuestra señora de las tinieblas... Y ella nos dará favores que veremos lucir en el futuro.
La mujer más sabia de todos, suelta una ligera carcajada que desatina en el lugar, puesto que nadie entiende muy bien esas pesadas cabezas.
—No hay pago de promesas de oro y vida llena de lujos. Elegiste muy mal tu destino final, grasosa sirvienta —grita con mofa a los aires—. ¿A qué amo intentas servir? Nosotras las brujas, ofrecemos nuestros cuerpos y mentes a la sabiduría plena, la salud inquebrantable, la vejez más fuerte y todo, por saber más de este pequeño mundo, para viajarlo, observarlo y manipularlo. Que poco has entendido lo que somos, por eso, siempre fuiste mi criada y no mi pupilo. Sabía que tú saldrías disfrazada de bruja, pero en fondo serías ambiciosa, igual que los hijos de Adán —la más vieja, llena de ira y desilusión lanza un escupitajo—. ¡Tú no eres una bruja!
—¡No me importa! ——berrea, dispuesta a seguir con su demencial idea que se le formó en la cabeza por tentaciones—. Este hombre será el tributo a la diosa, le entregaré su carne para que los portales de inframundos queden siempre abiertos. Los humanos terrenales y falsos predicadores de aquel dios sufrirán por su ambición y destrucción.
Aquel ente que se le debió presentar a la regordeta mujer debió haber sido un ser del caos, que debe permanecer atado en el infierno, con la gran disposición de ir a la tierra para sembrar el pánico y atrocidades inimaginables.
—Si dejas abiertos los portales, no solo traéras a ese ser ese mundo aquí, sino muchos y lo único que lograras será la destrucción de todo lo que vemos. Miles de seres morirán y los entes que vagan por siempre, se aniquilaran entre ellos —la bruja Adalgisa extiende su brazo arrugada y con flacidez a lo largo—. Solo mira este bosque, está más muerto que un desierto, así quedará el mundo sino lo cerramos.
Marciala no piensa cambiar de idea, sigue empedernida en continuar con aquel desatino.
—Nuestro señor es el mismo, Lucífer en persona me puede haber encomendado esta acción —declara dudosa, al no saber bien quién le ordenó aquello.
—Nuestros señores oscuros, al parecer son diferentes —menciona la más vieja, conocedora de la magia y de los miles de demonios, dioses y más seres que existen en este gigante universo—. Deseo que humanos sufran y que paguen todo el caos, el sufrimiento y el despilfarro que han provocado, pero no deseo que seres inocentes, como animales y plantas mueran alterando nuestro mundo. Sacrificamos seres en nuestros aquelarres como ofrenda a nuestro señor, pero como ofrenda, no como un acto de cobardía.
Adalgisa es una bruja con sabiduría, conoce los males de los hombres, sabe a dónde ir y qué no hacer. Pero no es una asesina despiadada que mata simplemente porque desea, todo conlleva una razón justificable, cada acción comprende una razón necesaria.
Marciala está enojada, molesta porque aún no comprende la razón de ser una bruja, la forma correcta de vivir y de seguir el camino del ocultismo. La mujer gorda entra en un arranque de ira y aprieta más la daga.
—¡Él vendrá, y cuando venga, arderas en sus llamas por la eternidad!... —con el cuchillo apunta a todas las mujeres que están frente a ella—. Tú y todas ellas.
Entre la caída de agua desde el cielo, la mujer sabe dónde está su camino y su sangrante final.
—Sé que mi destino es en el infierno, pero no será en las llamaradas del averno —replica segura, llena de curiosidad y de fortaleza—. Si estaré ahí, será para besar las pezuñas de mi señor. Hoy, fui en contra de lo que siempre he creído, el camino que he seguido, pero sé que hago lo correcto. Esto no lo hago solamente por salvar las almas de estas muchachas, lo hago para salvar a animales y plantas que fueron puestos aquí por una razón.
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Editado: 02.07.2021