El mes pasado, en septiembre, cuando cumplí dieciséis años, mi vida cambió para siempre.
Me llamo Abril Julio.
Odio mi nombre. No sólo por las bromas que me hacían en el colegio por eso (decirme continuamente el sobrenombre: “Calendario”, por ejemplo); sino porque fue mi madre quien escogió “Abril”, porque le gustaba mucho el comienzo del otoño. Sí, la misma persona que finalmente decidió abandonarme.
Desde que mi progenitora nos había dejado solos, todo había cambiado para mi papá, y para mí. Él trabajaba la mayor parte del día y casi nunca lo veía. Por lo tanto, no tuve más remedio que aprender a ser independiente. Él me daba dinero para que hiciera las compras, y yo me manejaba prácticamente como una adulta con las tareas del hogar y del colegio.
Sin embargo, nadie nunca me había advertido que la independencia sería tan solitaria.
La única persona que se preocupaba por mí, a veces, era mi tío Pedro. Sin embargo, él también estaba demasiado tiempo preocupado por su trabajo y por sus propios hijos (mis primos).
Por eso, la persona que más me comprendía, era Corina, mi mejor amiga. Pasábamos mucho tiempo juntas. Ella era divertida, agradable, y, además, amaba a los animales, igual que yo.
A la salida del colegio, siempre había un grupo de perros callejeros esperándonos para acompañarnos a casa.
Me he ido de tema. No venía a hablarles sobre mi aburridísima vida, sino de lo que sucedió ese día.
Sí, el día en que cumplí dieciséis.
Si piensan que estuve sola con Corina y mi tío durante la celebración, están en lo correcto. Sin embargo, eso no fue importante.
Aquí voy:
Cori me saludó con la mano al salir del contraturno del colegio, mientras se marchaba a su casa. Un grupo de perros la siguió. Esbocé una sonrisa, y seguí mi camino.
Vi que un grupo de hombres de blanco en la esquina de la escuela. Mi instinto de supervivencia me gritó que me alejara de allí, pero reaccioné demasiado tarde.
De repente, dos de esos señores de traje me tomaron por los hombros, y me susurraron:
—No grites, Abril. Si te portás bien, no sufrirás ningún daño.
Y en ese momento, me taparon la boca y me obligaron a subir a una Kangoo blanca.
Abrí los ojos, sintiéndome mareada y confundida.
Noté que estaba amarrada a una especie de camilla, y que decenas de personas vestidas de traje blanco (similar a la ropa que usaban los astronautas), llevaban en sus manos diferentes aparatos tecnológicos.
Un escalofrío recorrió mi fuero interno. Deseé gritar y escapar, pero mi cuerpo estaba paralizado. Pensé que había llegado mi final, y no puedo explicar el terror que sentí al pensar en la muerte.
—Ha despertado. La hija número quinientos, ha despertado —musitó una voz masculina, con tono neutro.
Deseé gritar, pero no pude hacerlo ¿Experimentarían con mi cuerpo, con mi cerebro? ¿Me harían daño? ¿Iban a quitarme los órganos? Intenté moverme con todas mis fuerzas, pero no fui capaz de hacerlo.
Quería llorar de la rabia y del miedo.
—¿Estará lista para comenzar? —preguntó una voz femenina, cuyo tono me resultó familiar.
—Eso no importa. Si logramos nuestro objetivo, seremos millonarios —retrucó un hombre de blanco.
—Tiene sólo dieciséis años… ¿Creen que lo logrará?
—No lo sabremos hasta que no haya jugado. Sin embargo, presiento que la hija número quinientos tiene más potencial que los demás.
No comprendía de qué estaban hablando ¿Acaso iban a experimentar conmigo? ¿Pensaban probar esos horribles artefactos tecnológicos en mi cuerpo?
Se me encogió el corazón. Estaba desesperada por huir de allí, pero mis extremidades se encontraban entumecidas.
—Abril Julio tendrá el honor de ser la primera adolescente argentina en ingresar a la Cabina de la Diversión.
Antes de que pudiera siquiera pensar en una forma de escapar, las luces se apagaron.
Y junto con ellas, mi mente se ensombreció.