El Juego Mortal

Capítulo II: "El anillo de la reina". (Parte 2).

No pude contenerme.

—¿Qué le están haciendo? —aullé, desconsolada.

Esas mujeres estaban vengándose con mis compañeros por el comportamiento misógino del patriarcado en el mundo real. Lo sabía, pero era injusto y cruel.

—El mundo es hostil, Abril. Sobreviven los más fuertes. Aquí, somos las mujeres quienes gobernamos… Estos hombres jóvenes podrían ser muy útiles para nuestra reproducción. Por cierto, éste es el conservatorio en donde le damos la vida a nuestras futuras generaciones. En tu mundo, todavía hay lugares en donde las muchachas son cosificadas y vistas como máquinas de parir ¿No es así? Bueno, aquí es todo lo contrario…

Deseé llorar.

No soportaba que ningún ser vivo sufriera. Nadie merecía ese cruel trato: ni hombres, ni mujeres, ni animales.

Empecé a sollozar. Mientras lo hacía, me agaché para corroborar le estado de salud de mis compañeros.

Jacinto estaba inconsciente, pero Ariel no. Éste último se hallaba irreconocible. Tenía arañazos en el rostro y enormes heridas en la piel. Me pregunté qué le habían hecho y por qué odiarían tanto a los hombres como para querer asesinarlos…

—Los liberaré —susurré—. Lo prometo.

—Puaj —evidentemente, me había oído—. No pueden gustarte los hombres. Son seres inferiores.

—Todas las personas tenemos el mismo valor, sin importar el género o la etnia —retruqué, sintiéndome valiente. Por lo tanto, me animé a soltar—: libere a mis amigos. Ellos son buenas personas.

La reina soltó una carcajada, acariciándose el anillo dorado con la yema de los dedos.

Sentí escalofríos.

—Es una pena. Creí que eras más inteligente.

Chasqueó los dedos, y en ese instante, el muro de ladrillos cedió y aparecieron tres adolescentes con trajes de neoprene fucsia. Todas me apuntaban con diferentes armas (arco y flecha, revólver y cuchillos).

Las piernas me temblaron.

—Estás muerta, Hija Número Quinientos —anunció la reina, con voz mecánica.

Si quería sobrevivir, debía huir.

Me moví tan rápido como pude justo cuando la chica más baja de las tres me arrojó una flecha magenta.

Afortunadamente, la esquivé, y por error acabó cortando la cuerda que convertía a Jacinto en prisionero.

Instantes después, el chico despertó. Que abriera los ojos había confirmado que habían estado drenándoles energía.

—¡Inútil! —la insultaron sus pares.

No dudé en tomar a Jacinto del brazo, y lo arrastré hacia atrás de una enorme mesa plateada. Él gimió cuando le apreté la extremidad, y sentí pena por él ¡Cuán dolorido debía encontrarse!

Justo en ese preciso instante, empezaron a llover flechazos, cuchillazos y disparos sobre la mesa de hierro. Me asusté, pero por suerte el material era resistente.

—Jacinto, necesito que reacciones —lo sacudí bruscamente. Él parpadeó lentamente, y asintió—. Nuestro amigo está en problemas… ¡Tenemos que salvarlo y completar nuestra misión!

—Sólo vos podés robar el anillo.

—Ya sé. Es porque soy mujer… —volvieron a arremeter las tres juntas contra la mesa, a menor distancia. Si no nos apresurábamos, acabarían hiriéndonos—. Mientras cumplo mi misión, vos tenés que liberar a Ariel.

—¿Cómo lo haremos? Somos cuatro contra dos y ya no contamos con la motosierra que habíamos robado en el nivel anterior.

Iba a decirle que improvisáramos, pero él me interrumpió:

—¡Mirá tu brazo!

El brazalete que llevaba puesto estaba brillando, como el sol estuviera amaneciendo desde mi muñeca. Parpadeé, ya que la luz que emanaba me encandilaba. Sus destellos desplegaban chispas doradas.

Las tres atacantes y hasta la reina dejaron de atacar para observar la situación.

Unas frases en cursiva se formaron en el aire.

 

Ataque y defensa. Sabrás cuando emplearlos.

 

Pronto, el brazalete dejó de brillar.

—¿Qué mierda está pasando? —pregunté, desconcertada—. ¿No se supone que esta porquería es un localizador?                                           

Jacinto no me supo explicar nada.

La reina ordenó que volvieran a atacarnos, y la mesa había comenzado a perforarse ¡No nos quedó otra opción que salir de allí!

—¡El plan! —grité, y me eché a correr hacia la reina, esquivando las flechas.

Jacinto se detuvo frente a Ariel, intentando liberarlo. Vi que la chica del revólver estaba preparando nuevas balas y la otra, más cuchillas.

Y en ese instante, un impulso extraño se apoderó de mí.

Ataque y defensa.

Tenía un plan tan descabellado como ese puto mundo rosado.

Empecé a correr en dirección opuesta y me interpuse entre mis compañeros y las chicas de neoprene. Puse mi pulsera dorada sobre mi pecho, como si fuera un escudo.




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