El Juego Mortal

Capítulo X: "El mapa de Invierno". (Parte 2).

Una vez que cortamos el puente, nos echamos a andar.

Cerré los ojos durante un instante, y pude ver mi propia barra llena de vida. Me pregunté qué pasaba en los casos de Jacinto y Nicole.

Sabíamos que ahora nos tocaría atravesar las montañas oscuras. De hecho, ya podía divisar la base de estas, que se encontraban a una corta distancia.

La nieve era más alta en este territorio, el terreno iba en subida, y el viento soplaba con mucha fuerza.

No estaba en buen estado físico, y ayudar a Nicole me hacía jadear a cada rato. Hasta había empezado a sudar a pesar del frío.

—Chicos ¿Están bien? —preguntó Ariel a nuestros ayudantes—. Su ropa tiene nuevas manchas de sangre…

—No podemos atrasarnos —lo interrumpió Nicole, aunque se veía más pálida de lo normal—. Tenemos que atravesar las Montañas Oscuras antes de que anochezca. No disponemos de mucho tiempo.

 

 

Diez minutos más tarde, habíamos llegado a la base de las montañas. Estaban hecha de piedra negra, y arbustos secos y cubiertos de nieve.

Lo primero que divisamos allí fue un cartel rojo, que hacía un enorme contraste con el blanco del paisaje:

 

<< Como este es el penúltimo desafío

Los jugadores sentirán un poco de frío

Subirán por las montañas

Saltando barra por barra >>.

 

—¿Qué mierda…? —empecé a decir, pero de pronto, me quedé callada.

Una especie de escalera de hielo se formó en las montañas. No era exactamente una escalera sino más bien un camino, formado por bloques de hielo de un metro de largo y treinta o cuarenta centímetros de diámetro. Ascendía y luego parecía continuar del otro lado de la cadena montañosa.

Ariel estaba por protestar, pero fue interrumpido por la aparición de un equipo para escalar: botas, ganchos, arnés, cuerdas, etcétera. Se hallaban justo delante del cartel rojo.

—Esto va a ser una pesadilla —protesté, mirando cuán horrible estaba el clima para ponerse a escalar.

—Lleven consigo las herramientas, les servirán —comentó Nicole.

—Nosotros iremos por el sendero normal —agregó Jacinto—, así ahorramos tiempo ¡Suerte, chicos!

No pudimos protestar.

—¡Cuídense! —exclamé.

Malheridos, se marcharon lentamente mientras nosotros nos pusimos el equipo para escalar.

—Estamos solos otra vez, April.

Nos echamos a andar.

—¿Tenés experiencia escalando? —pregunté, mientras nos acercábamos a la primera barra de hielo—. Vos vivís rodeado de montañas. De hecho, estás súper cerca del pico más alto de América —el Aconcagua.

—Sólo acostumbro a hacer trekking, no hago cosas tan peligrosas… pero ahora nos toca —hizo una breve pausa, observando con desconfianza al bloque de hielo—. Te juro que cuando enfrente a mi papá…

—No pienses en eso ahora. Tenemos que subir.

Y en ese instante, salté sobre el primer escalón congelado.

 

 

Cuando llegamos a la cima —los ganchos y las cuerdas nos salvaron de que el viento y la nieve nos hicieran caer—, vimos que había que descender y más tarde, atravesar una especie de camino en espiral.

A lo lejos, pude divisar el lago Calavera. Se llamaba así porque tenía forma de un cráneo. Daba miedo. Por suerte, no tendríamos que pasar por allí.

—No hay tiempo que perder —balbuceó mi amigo—. ¡Está oscureciendo!

Una vez dicho esto, se precipitó hacia abajo… y quedó colgando de la soga, chocándose con una montaña de nieve.

Solté un grito, y salté para socorrerlo. Por suerte, mis botas se engancharon en el hielo mientras intentaba atraer a Ariel con la cuerda.

Una vez que lo logré, él cayó de rodillas sobre la barra de hierro. Tenía el cabello cubierto de nieve y temblaba como un papel. Lo ayudé a ponerse de pie y le acomodé el cabello.

—Tratá de no matarte —no pude evitar regañarlo—. Si te pasara algo…

De sólo pensarlo, se me hacía un nudo en el estómago.

—Lo sé… —me acarició el rostro. A pesar de que tenía los guantes puestos, me estremecí ante su gesto afectuoso. No estaba acostumbrada a que me trataran con tanto cariño—. Somos un buen equipo, April.

Una vez dicho esto, volvió a saltar.

 

 

Terminamos el camino luego de un par de horas. Había oscurecido, y en la última parte del tramo me vi obligada a iluminarnos con mi pulsera.

Cuando quedaba el último “escalón”, Ariel utilizó su brazalete para impulsarse y dar una especie de salto mortal sobre la nieve. Se veía animado.

Yo bajé como una persona normal, por supuesto. Luego, acomodé el equipo de escalar para que no me molestara al caminar.




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