La Academia Blackthorne era un emblema de prestigio y poder. Solo los hijos de las familias más influyentes lograban entrar en sus pasillos de mármol, y quienes lo hacían cargaban con un peso mayor que la excelencia académica: el miedo.
Aria Lovecraft sabía que algo no estaba bien desde el primer día. La mansión que albergaba la academia estaba rodeada por un bosque espeso y perpetuamente envuelto en niebla. Las paredes de piedra gótica parecían susurrar secretos en la penumbra, y los pasillos, aunque iluminados por candelabros dorados, proyectaban sombras inquietantes.
—Bienvenida a Blackthorne, princesa —dijo Elijah Sinclair, el heredero de una de las familias más poderosas de la ciudad. Su sonrisa era encantadora, pero sus ojos destilaban algo más… algo que hacía que la piel de Aria se erizara.
—Gracias —respondió ella con cautela, ajustando el lazo de su uniforme negro.
Los estudiantes de último año se reunían en un rincón del salón principal, murmurando sobre "el juego". Nadie explicaba de qué se trataba, pero todos parecían conocerlo. Había algo en sus miradas, una mezcla de diversión y temor que no podía ignorar.
—No te acerques demasiado a ellos —advirtió Naomi Carter, una chica de cabello oscuro y ojos ansiosos—. En especial, al consejo estudiantil.
Aria arqueó una ceja.
—¿Por qué?
Naomi tragó saliva y miró a su alrededor antes de susurrar:
—Porque aquí, los que juegan… no siempre sobreviven.
La advertencia quedó suspendida en el aire cuando las luces parpadearon. Un murmullo recorrió el salón. Aria sintió que el aire se volvía pesado y sofocante. Su pecho se comprimió, y un sudor frío le recorrió la espalda.
Claustrofobia.
La sensación la atrapó como un puño invisible. La oscuridad repentina, el murmullo ahogado de los estudiantes, el peso del techo sobre su cabeza. El miedo irracional de quedar atrapada. Respiró hondo, intentando calmarse.
Entonces, una risa distorsionada rompió el silencio.
—Bienvenidos… —Una voz resonó por los altavoces, llena de un regocijo retorcido—. Este año, el juego será especial. Y las reglas… han cambiado.
Las luces se encendieron de golpe. Un escalofrío recorrió a todos los presentes. En el centro del salón, sobre una mesa, descansaba una caja de madera negra con un sello antiguo grabado. Nadie recordaba haberla visto antes.
Elijah avanzó con calma y, con una sonrisa confiada, retiró la tapa. Dentro había una serie de cartas de aspecto antiguo y una pequeña daga de plata.
—El destino de cada jugador está sellado en estas cartas —anunció, sosteniendo una en alto—. Una vez que entras en el juego… no hay salida.
Los estudiantes se miraron entre sí, nerviosos, pero ninguno retrocedió. Aria sintió un nudo en el estómago. Había algo oscuro en todo esto. Algo real.
Y luego lo vio.
Un reflejo en el espejo del fondo del salón. Un hombre alto y encapuchado, sin rostro, observando la escena con una presencia abrumadora. Cuando parpadeó, ya no estaba.
La caja, la daga, el juego… todo era una trampa.
Pero ya era demasiado tarde para escapar.
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Editado: 02.02.2025