La oscuridad del salón era densa, como si la luz misma hubiera sido succionada por un abismo profundo. Cada respiración de los presentes sonaba amplificada, un eco sordo que se mezclaba con el creciente temor. Aria sentía el peso de la figura en la entrada, una presencia tan abrumadora que sus piernas parecían flaquear bajo ella. Era como si la misma mansión de Blackthorne hubiera cobrado vida, respirando junto a ellos.
La sombra se movió, flotando con una gracia antinatural. Nadie se atrevió a mirar demasiado tiempo hacia ella. Cada uno se aferraba al pensamiento de que, si no la miraban directamente, tal vez no los vería a ellos. Pero era inútil. La criatura estaba más allá de la percepción humana.
Elijah, como si estuviera esperando este momento, no se inmutó. Su mirada fija en la sombra, una ligera sonrisa curvando sus labios, revelando una comprensión aterradora de lo que sucedía. Sin embargo, el miedo no desapareció de su rostro. Era el miedo que uno siente cuando sabe que está ante algo que no puede comprender.
—¿Quién… eres? —La voz de Naomi tembló, pero la pregunta estaba cargada de algo más, de una desesperación que caló hondo en todos los presentes.
La figura sin rostro se acercó, como si las sombras se disolvieran a su paso, revelando una silueta que parecía fluir entre el espacio y el tiempo. La voz que respondió no parecía venir de un solo lugar, sino de todas partes a la vez.
—Soy la manifestación del juego. El encargado de que las reglas se cumplan. El vigilante de Blackthorne. Y ahora, ustedes son parte de mi mundo.
Aria intentó tragar saliva, pero su boca estaba seca. El frío la invadía lentamente, como si el aire en el salón se hubiera vuelto venenoso, y cada respiración le costara más. Los demás estudiantes a su alrededor compartían su angustia. Algunos estaban paralizados, otros comenzaban a susurrar entre sí, buscando una salida que no existía.
—¿Qué significa esto? —preguntó un joven con el rostro pálido, claramente al borde de la desesperación.
La sombra levantó una mano, o al menos, una parte de ella que parecía hecha de niebla y oscuridad. Un destello de luz se reflejó en su superficie, como si estuviera formada de partículas oscuras flotando en el aire.
—El juego no es solo una cuestión de habilidad. Es la supervivencia, la rendición de la voluntad. Solo los que realmente acepten lo que implica el juego podrán salir de aquí con vida.
Un estremecimiento recorrió a todos los presentes. Aria sentía cómo su estómago se revolvía. No era solo un juego en el sentido que ellos habían entendido hasta ahora. Era una trampa, una farsa mortal que los estaba consumiendo sin piedad.
Elijah, por un breve momento, dejó de sonreír. Su rostro, siempre tan controlado, mostraba una sombra de incertidumbre.
—¿Qué quieres decir con "aceptar"? —preguntó, esta vez con un tono más grave, como si estuviera intentando entender el alcance de lo que estaba sucediendo.
La sombra giró hacia él. La respuesta fue clara y aterradora.
—Aceptar lo que son. Aceptar su destino. La lucha por la vida en Blackthorne no se basa en escapar, sino en aprender a gobernar el caos. En comprender que los jugadores aquí no solo se enfrentan entre sí, sino que deben rendirse a la oscuridad que los rodea. Aquellos que lo hagan, podrán escapar. Los demás... desaparecerán, como piezas de un juego olvidado.
Un silencio mortal invadió el salón. Nadie se movió. Nadie habló. Cada estudiante comprendió, en algún rincón de su mente, que las reglas habían cambiado de forma irrevocable. Aria, con el corazón golpeándole el pecho, sentía que algo dentro de ella, algo profundo, se estaba transformando. La angustia era insoportable, pero el pensamiento de la desaparición, de desaparecer como una sombra borrada por el viento, era peor.
—Pero... ¿por qué nosotros? ¿Por qué estamos aquí? —preguntó Naomi, su voz rota por el miedo, pero también por la confusión.
La sombra se deshizo brevemente en una niebla espesa antes de volver a materializarse. Sus ojos, aunque ausentes de rostro, parecían ver a través de cada uno de los presentes.
—Porque han sido elegidos. Y no hay forma de escapar una vez que entras en este juego. La academia... esta mansión... no es solo un edificio. Es un organismo vivo. Un ente que requiere sacrificios para mantenerse. Para existir. Solo aquellos que dominen el juego, que acepten el precio, podrán sobrevivir. Y, tal vez, obtener una recompensa mayor.
La criatura se desvaneció en la neblina, como si su cuerpo estuviera hecho de pura oscuridad. Su última palabra flotó en el aire.
—La pregunta no es por qué están aquí... sino si pueden enfrentarse a lo que serán. A lo que el juego los convertirá.
El salón quedó en completo silencio. Nadie se movió, pero todos comprendían lo que significaba esa última declaración. Lo que sucediera ahora, ya no dependía solo de ellos, sino de lo que fueran capaces de convertirse. Un cambio en sus almas, en su mente, tal vez incluso en su humanidad.
Aria se giró hacia Elijah. Su rostro, siempre tan controlado, mostraba un atisbo de lo que parecía una ansiedad contenida. Algo había cambiado en él. Algo que solo ahora empezaba a entender.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella, aunque sabía que su voz no tenía fuerza ante la gravedad de lo que estaba sucediendo.
Elijah la miró, y por un momento, pareció vacilar. Luego, su sonrisa volvió a aparecer, aunque esta vez, era más sombría.
—Jugar, por supuesto. Porque ya estamos atrapados. Y si no jugamos, si no aceptamos las reglas, la oscuridad se llevará a cada uno de nosotros, uno por uno.
Aria no sabía si su miedo era más grande que su curiosidad o viceversa. Pero algo en su interior comenzó a despertar.
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Editado: 02.02.2025