El Juego Mortal

Capítulo 6

La presencia dominaba el ambiente, y Aria, a pesar de su temor, no podía evitar sentirse atraída por esa confianza peligrosa que emanaba de él. Sabía que estaba en un terreno resbaladizo, un lugar donde las reglas no solo cambiaban, sino que se distorsionaban hasta volverse irreconocibles. Todo lo que conocía hasta ahora sobre juegos, sobre vida y muerte, no servía aquí.

Los murmullos de los estudiantes se extinguieron, reemplazados por una tensión palpable. El aire estaba tan denso que parecía espeso, casi pegajoso. Las sombras en las esquinas de la habitación parecían moverse, desplazándose lentamente, como si tuvieran vida propia. La figura sin rostro ya no estaba, pero su presencia seguía pesando sobre ellos. Los ojos de Aria recorrían frenéticamente el salón, buscando alguna salida, alguna pista que pudiera darles una ventaja, pero todo estaba desbordado por la oscuridad que había invadido cada rincón.

Elijah, con su paso firme, se acercó a la mesa donde reposaban las cartas del juego, esas cartas que aún palpitaban con una energía que Aria podía sentir en sus propios huesos. La daga de plata seguía allí, brillante y fría, reflejando la luz temblorosa de las antorchas. Él la miró por un momento, como si estuviera considerando algo, y luego, con un gesto que no dejó lugar a dudas, tomó una carta.

La sala pareció detenerse. Todos los estudiantes observaban en silencio, conscientes de que sus destinos ahora estaban entrelazados con el de Elijah. No era solo el juego lo que estaba en juego ahora; era la supervivencia.

Elijah miró la carta, luego se la mostró a todos, pero no la dejó ver completamente. Solo una palabra, escrita en letras doradas, se alcanzó a distinguir: "Eclipse".

El murmullo se intensificó. Algunos estudiantes se apartaron, mirando a su alrededor, como si esperaran que algo los alcanzara. Aria sintió un escalofrío recorriéndole la columna vertebral. Eclipse. Esa palabra resonaba en su cabeza, como si fuera la clave para desatar todo lo que estaba por venir.

—Es el fin—murmuró Naomi, sus ojos llenos de terror—. Ya lo ha comenzado.

Elijah no parecía inmutarse. En cambio, sus ojos brillaban con un destello que Aria no alcanzó a entender por completo. No se trataba solo de un juego. Había algo en esa carta, algo que estaba mucho más allá de las reglas conocidas de Blackthorne.

Aria se acercó un poco, sintiendo una extraña atracción hacia lo que estaba por suceder. Había algo fascinante en la frialdad de Elijah, en cómo se mantenía sereno mientras el terror se apoderaba de todos a su alrededor.

—¿Qué significa esto?—le preguntó Aria, su voz temblando apenas, pero lo suficientemente fuerte como para hacerse escuchar.

Elijah la miró, su expresión oscura pero calculadora, como si ya hubiera anticipado esta pregunta. Con una sonrisa en sus labios, que aunque era leve, poseía una dureza inquebrantable, le respondió:

—El Eclipse es el inicio de la caída. No importa quién seas o lo que creas saber. Este juego no se juega solo con mente, sino con alma. Todos tenemos una oscuridad en nuestro interior, Aria. Y este juego... te obligará a enfrentarte a la tuya.

Un estremecimiento recorrió a Aria. No podía entender completamente lo que Elijah quería decir, pero las palabras resonaron profundamente en su mente, como un eco lejano. A lo lejos, una puerta se cerró de golpe, y un grito lejano, ahogado por la neblina, se escuchó en algún rincón oscuro de la mansión.

La figura sin rostro apareció nuevamente, esta vez más cerca, flotando por el aire como una sombra indescifrable. La energía en el salón se volvía más densa, más peligrosa. La criatura sin rostro extendió una mano, y la sala entera pareció temblar.

—El eclipse ha comenzado—dijo con una voz que no era voz, sino un susurro que venía de todos los rincones a la vez—. Bienvenidos al verdadero juego. Solo aquellos que abracen la oscuridad sobrevivirán.

Aria sintió que el suelo bajo sus pies se desvanecía lentamente. La neblina la envolvía, pero ya no era la misma. No era solo una niebla física. Era algo más. Algo que rozaba los límites de la percepción humana.

—Ahora... es su turno—dijo la figura, y con un estremecimiento final, la sombra se disolvió, dejando en su lugar un silencio que se apoderó de todo.

El eclipse, la caída, el juego... todo lo que una vez pareció tener sentido ahora era solo una oscura trampa, y Aria entendió que no podía escapar. Si quería sobrevivir, tendría que jugar. Tendría que enfrentarse a la oscuridad que se escondía dentro de ella.

El salón, ahora sumido en la niebla, parecía aún más distante, más aislado. La puerta a la que habían intentado escapar no estaba más. Solo quedaban los estudiantes, todos mirando con ojos llenos de miedo, pero también con una especie de desesperada determinación.

—Lo que sucede ahora es real—dijo Elijah, su voz ya tan fría como el hielo. —Y la única forma de ganar es no rendirse ante la oscuridad. Es hora de ver quiénes somos realmente.

Aria, aunque asustada, se sintió impulsada por un deseo desconocido. Tal vez fuera la necesidad de probar que no era una víctima, tal vez fuera algo más profundo. Pero algo en ella despertó con fuerza. Ya no estaba dispuesta a dejar que el juego dictara su destino.

El juego mortal había comenzado, y las reglas nunca habían sido tan claras.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.