El juramento de las lunas gemelas

Capítulo 2

Capítulo 2: Sombras y juramentos

Kael permaneció en el mismo lugar, su cuerpo presionando contra el pequeño cuerpo de su contrincante. El frío viento de Titán azotaba la tundra, pero él apenas lo sentía. Había algo más pesado que la nieve sobre sus hombros.

Algo que tenía que ver con ella, con esos ojos que parecían querer penetrar su alma y hacerlo arrodillarse en su presencia.

No mostraba temor, pero tampoco arrogancia. Nunca alejó su mirada aunque jamás dejó de luchar; estaba claro que no era alguien que retrocediera a los desafíos, pero más que eso, parecía estar hundida en su mirada como él estaba en la mirada de ella.

Tuvo que generar una distancia entre ellos; en rápido movimiento ocupó una de sus dagas y la dejó atrapada en una de las rocas, atrapada con su ropa, dejándola atrás.

Su respiración aún era irregular. Su mente revivía el momento en que la había tenido contra la roca, cuando sus miradas se encontraron en el silencio de la noche, sus ojos de un tono esmeralda con pequeños destellos lazuli.

Se habría quedado atrapado en esa mirada, solo un par de segundos más. Sin embargo, el eco de la profecía había resonado en su mente, como si alguien estuviera atento al encuentro prohibido.

"Luz y sombra… condenados a encontrarse."

Kael alzó la vista.

Las Lunas Gemelas brillaban intensamente en el cielo, sus reflejos proyectándose en los picos de hielo negro que rodeaban el desfiladero.

Aelion y Nyxar.

Dos cuerpos celestes opuestos, uno de un blanco plateado puro y el otro de un rojo intenso como la sangre. Dos fuerzas que giraban eternamente en un ciclo sin tocarse, pero cuya influencia dominaba el destino de este mundo y el de sus propias existencias.

Así era la profecía.

Un mito antiguo, narrado en los salones de los ángeles y en los templos de los elfos oscuros. Un juramento sellado desde tiempos inmemoriales.

"Cuando la luz y la sombra se crucen bajo la mirada de las Lunas Gemelas, el mundo cambiará para siempre."

Muchos la habían considerado una advertencia.

Otros, una condena.

Pero había quienes la veían como un destino inquebrantable.

Kael había escuchado esa historia cuando era niño, antes de que la guerra con los elfos oscuros volviera imposible cualquier alianza entre ambos pueblos.

"Dos corazones enfrentados por la eternidad…"

"Dos almas que no deben unirse, pero que serán atraídas el uno al otro con la fuerza de las estrellas…"

¿Era posible que hablara de él y de la elfa oscura?

Kael cerró los ojos por un momento, sonriendo con burla.

No.

Era absurdo.

Las profecías eran meras palabras, interpretaciones que los mortales daban a las fuerzas del universo. Él no podía ser parte de una historia predestinada. No cuando su propio destino ya estaba escrito en su exilio.

Y, sin embargo, la sensación persistía.

El instante en que su cuerpo chocó contra el de ella, la energía latente en el aire, la forma en que su respiración se aceleró… No era normal.

Era como si el universo entero hubiese contenido la respiración.

Kael sintió una punzada de frustración; no era su primer encuentro con esa raza, pero fue todo nuevo para él. Era como si el mundo desapareciera, el dolor del exilio había desaparecido y solo podía verla a ella.

La profecía de las Lunas Gemelas siempre había sido una sombra en la historia de los ángeles y los elfos oscuros. Se decía que si un ángel y un elfo oscuro cruzaban sus destinos en una noche en la que las dos lunas brillaran con igual intensidad, un nuevo orden nacería del caos.

Pero nadie sabía realmente qué significaba.

Kael apretó los dientes.

Si la profecía era real…

¿En qué lado de la historia caería él? ¿Qué podría ofrecer para hacer un cambio tan grande?

Pasó sus manos por sus cabellos castaños mientras una nueva sonrisa de burla se dibujó en sus labios; era ridículo. El exilio había empezado a hacer estragos en él y en su mente, eso era todo.

Porque había una cosa que sí sabía con certeza:

Nada en el universo une la luz y la sombra sin un precio.

Y él no valía nada.

.

.

.

Y ella era el enemigo, nada más.

**

—Maldito —Reclamó Lyara cuando logró liberarse de la daga que la había estado limitando— ¡Huye, cobarde! —Grito a la nada más por frustración.

Cogió la daga con firmeza en su mano, sintiendo el calor que aún quedaba en esta por el toque del ángel.

Se sentía avergonzada, de solo recordar cómo aquel ser la había tenido acorralada sin problema. Definitivamente, lo que se decía de aquel ser no era mentira, pero solo generaba más dudas.

¿Por qué la había dejado ahí?

Pudo haberla atrapado y llevarla al salón de las Deidades, estaba segura de que de haber atrapado a la princesa de los Elfos oscuros le daría la libertad para salir de su exilio o al menos el favor de los Celestiales. Pero se había alejado como si fuera un mal augurio su encuentro.

Miró ambas lunas que brillaban con fuerza, siendo consciente de que su corazón no había dejado de palpitar con fuerza contra su pecho.

Guardando el arma dentro de sus cosas, se acomodó la ropa antes de seguir su camino. Si Kael pudo encontrarla podrían haber más como él y debía ser cuidadosa. Estaba más cerca de su destino, pero estaba claro que no sería tan fácil como en un principio había sugerido a sus padres.

Titan era un mundo grande y hostil; los humanos que habían llegado décadas atrás lo habían señalado como un lugar de castigo eterno y elitista, pues no había lugar para los seres débiles e imperfectos. “Un claro ejemplo de la selección natural en extremo”, había dicho más de una vez, aunque para ellos era distinto, era piedad, algo a lo que nunca llegaron a consenso.

Cerrando los ojos, intentó calmar su cuerpo y volver a su estado óptimo, pero su corazón no dejaba de palpitar con fuerza mientras su mente volvía una y otra vez a aquel momento donde estuvo acorralada contra el ángel.




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