Capítulo 6: El refugio del último hechicero.
—Vamos —Kael había ordenado de tal forma que estaba claro que no esperaba objeción— Es peligroso seguir aquí.
La ciudad parecía dormida, pero sus luces nunca se apagaban; era demasiado notorio su temor a la oscuridad. Elyndria no conocía el descanso: las torres de vigilancia continuaban su danza silenciosa, las runas en las murallas pulsaban como corazones distantes, y los ángeles patrullaban como sombras blancas bajo la luz incesante de las Lunas Gemelas.
Todo en una fría sincronía.
Kael y Lyara se movían rápido entre pasajes ocultos, caminos conocidos solo por quienes habían vivido entre secretos y traiciones. A esa hora, las calles se volvían laberintos seguros para fugitivos, y Kael conocía todos los atajos.
Lyara, aún con la adrenalina agitada en la sangre, no dijo una palabra. Pero sus ojos estaban encendidos. Había visto algo en él, algo que no encajaba con su imagen del enemigo. Kael no era la crueldad alada que se predicaba en su reino. No. Él era otra cosa. Algo quebrado y valiente a la vez.
Y ahora, ambos necesitaban respuestas.
—¿A dónde vamos? —Preguntó finalmente Lyara, su voz baja pero firme.
—Con alguien que tal vez sepa cómo detener esto antes de que sea demasiado tarde.
—¿Un ángel?
Kael sonrió con un dejo de ironía.
—Peor. Un mago.
Una de las entradas al refugio estaba oculta bajo uno de los canales inferiores de Elyndria, donde el agua luminosa corría bajo los templos y el mármol resplandecía con la energía que alimentaba la ciudad. Allí, oculto tras una cascada de luz artificial, había una pequeña puerta de metal oxidado con un claro sello de detección: inapropiada para el refinamiento celestial. Y por eso mismo, invisible.
Kael murmuró un encantamiento en un idioma que Lyara no reconoció. Las runas brillaron y la puerta se abrió con un quejido metálico.
—Entra rápido —Le indicó.
Lo hizo. Dentro, el aire estaba cargado de polvo mágico, libros desordenados y cientos de cristales flotantes que iluminaban el lugar con una luz tenue, casi nostálgica. En una esquina había una enorme chimenea donde el fuego mágico bailaba entre mineral negro; definitivamente el entorno estaba marcado por las rutinas de un mago.
—¿Este es tu escondite?
—No. Es de Brouke. Un hechicero más joven de lo que parece. O tal vez más viejo de lo que quiere admitir.
En ese momento, un sonido proveniente del fondo los interrumpió.
—Vieja tus alas, Kael. Y ni siquiera las tienes ya.
Desde una esquina del laboratorio, apareció Brouke, un joven de apenas dieciséis años, con el cabello desordenado, gafas mágicas flotando frente a sus ojos y una túnica de múltiples colores que parecían cambiar con cada paso. Era bastante bajo para su edad, pero tenía una seguridad que dejaba notar que era un ser al que se le debía respetar.
—¿Sabes que tus visitas traen problemas, verdad? —Dijo, cruzándose de brazos— Y ahora vienes con una elfa oscura. Qué sutil. ¿Pensaste en lo que te había dicho?
—La sutilidad se acabó —Replicó Kael— Necesitamos respuestas. Urgente.
Brouke los miró a ambos con intensidad. No con desconfianza, sino con una curiosidad punzante.
Se dibujó una sonrisa divertida en sus labios y sus ojos brillaron de emoción.
—¿Qué ha pasado?
Mientras Kael y Lyara hablaban, Brouke caminaba de un lado a otro, lanzando hechizos menores que extraían imágenes del aire: visiones del Cristal Celestial, mapas de los portales antiguos y fragmentos de profecías perdidas.
—Los inquisidores se están moviendo —Explicó Kael— Están activando los portales para cortar la conexión con el resto de las razas. Si sellan el plano, nadie podrá entrar. Nadie podrá salir. Y la magia comenzará a descomponerse fuera de Elyndria.
—Y si el resto de las razas pierde el flujo vital… —Completó Lyara— Todos caerán.
Brouke asintió, quitándose las gafas flotantes.
—He sospechado durante meses. El Cristal Celestial está inestable. Han intentado mantenerlo oculto, pero es evidente. Se están desesperando.
—¿Y los portales? —Preguntó Kael.
Brouke chasqueó los dedos, y uno de los cristales flotantes se convirtió en un mapa tridimensional de Titán. Sobre él, ocho puntos brillaban con un tono rojo: los Nexos Sellados.
—Los portales fueron creados por los antiguos druidas y los magos de luz, mucho antes de que los ángeles decidieran alzarse como guardianes. Se alimentan de un equilibrio: para ser precisos, mezcla de magia, no pureza. Si los ángeles los controlan sólo con su esencia, el sistema colapsará.
—¿Qué sucede si colapsa?
—El plano se volverá inestable. Y el cristal… podría implosionar.
Los tres quedaron en silencio viendo cómo el mapa mostró cómo se quebraba desde los mismos portales.
Kael se pasó una mano por el rostro. Lyara cerró los puños.
—Entonces el aislamiento no es solo un acto político, es una sentencia de muerte para todos.
Brouke los miró, su rostro de adolescente ahora endurecido por la gravedad del momento.
—Necesitamos romper el ciclo. Pero no desde fuera. Desde dentro. Y para eso, necesito algo que solo tú puedes conseguir, Lyara.
Ella lo miró con recelo.
—¿Yo?
—Tu magia. Tu vínculo con las sombras. Las runas que protegen el Cristal solo pueden ser atravesadas con un catalizador opuesto: luz pura y oscuridad antigua. Solo un ángel y un elfo oscuro juntos pueden activar la clave.
Kael y Lyara se miraron. Ninguno habló.
Porque sabían lo que eso significaba. Lo que implicaba su unión.
Las Lunas Gemelas.
Lyara dio un paso atrás. La habitación parecía haberse encogido. Su pulso latía en su garganta.
—Eso es lo que dice la profecía —Murmuró— Que la sangre de la oscuridad y la luz traería el final del ciclo.
Brouke asintió.
—No el final del mundo, como todos temen. —Corrigió el mago con una sonrisa tranquilizadora— Sino el final del orden podrido que lo gobierna. Desde que el mundo se formó ha tenido interminables ciclos y todos deben llegar a su fin antes de destruir a los demás.