Capítulo 9: Bajo las raíces del origen.
El aire se volvió más denso y frío a medida que descendían por el espeso entramado del Árbol del Eco. Las raíces, gruesas como torres y cubiertas de musgo brillante, crujían suavemente bajo sus pasos. El silencio era casi reverente. Este no era un lugar común del bosque, sino uno antiguo, sagrado, que palpitaba con la energía primordial del flujo.
—Estamos cerca del núcleo. —Murmuró Brouke, guiando con su báculo que vibraba débilmente con cada paso. Su mirada, aún joven pero endurecida por la magia, no perdía detalle alguno de los símbolos grabados en la madera viva. — Tengan cuidado con la magia y la energía del lugar.
Khorvak bufó, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa; no podía evitar observar con desconfianza el entorno. Sus orígenes demoníacos lo hacían especialmente sensible a la energía concentrada del lugar.
—Este maldito árbol me da escalofríos. ¿Estás segura de que lo que buscamos no está más cerca de la superficie? — Se quejó pateando parte del musgo, el cual brilló con el movimiento.
—El druida fue claro. —Intervino Kael, que cerraba la marcha. — El sello yace donde el flujo se originó… en lo más profundo.
Nim revoloteó a su alrededor, su luz chispeante proyectando sombras danzantes contra las raíces. Era la más emocionada; estaba claro que la energía también la había mantenido alejada por su propia seguridad, pero ahora estaba excitada por la aventura.
—¡Y pensar que todo esto ha estado aquí, oculto, mientras los ángeles construían templos y los elfos se creían los únicos herederos del mundo! ¡Este bosque respira historia, secretos, magia viva! —Se emocionaba revoloteando— Sin ofender. — Aclaró el hada mirando al grupo. — Ustedes entienden.
Lyara no respondió. Los demás tan solo la observaron con severidad, pero sin criticar.
Los pensamientos de Lyara estaban enfocados en una única cosa: el sello. Si lo encontraban, habría una posibilidad de restaurar el equilibrio entre las razas. Si no… los cancilleres celestiales cumplirían su amenaza.
La sola idea le hacía sentir un nudo en el estómago.
La raíz en la que caminaban se abrió en una especie de plataforma natural, rodeada de anillos de madera petrificada. En el centro, una esfera semienterrada brillaba tenuemente con una luz azul pálido. Brouke se detuvo en seco.
—Esto es… —Dijo con un nudo en la garganta y la voz un poco estrangulada. — El Núcleo del Eco.
Kael bajó la lanza, acercándose con cautela. La esfera parecía viva, pulsando con un ritmo lento, casi como si respirara.
—Aquí es donde el druida dijo que estaría el sello. —Dijo Lyara, bajando la capucha. — ¿Sabes cómo despertarlo?
—No exactamente. —Respondió Brouke. — Pero dijo que solo aquellos que aún están en sintonía con el flujo podrían hacerlo.
Nim se adelantó sin pensarlo, extendiendo una mano diminuta hacia la esfera. Esta se iluminó con un destello repentino, y luego… silencio.
Un segundo después, una figura apareció flotando sobre la esfera. Era translúcida, formada de luz y savia. Parecía una mujer anciana, con ramas saliendo de su espalda y ojos vacíos pero serenos.
—Han llegado tarde. —Dijo con una voz que sonó en sus mentes más que en sus oídos. — El equilibrio se deshace.
—¿Quién eres? —Preguntó Lyara, tensando los hombros.
—Soy la guardiana del recuerdo. Fui la voz que selló el flujo cuando las razas se separaron. Y ahora, ustedes son la última oportunidad de los suyos.
El suelo vibró ligeramente bajo sus pies.
—¿Dónde está el sello? —Inquirió Kael. — Debemos despertarlo.
—El sello no es un objeto. —Explicó la guardiana. — Es un vínculo, un fragmento del primer pacto. Reposa su recuerdo en esta raíz… pero solo será revelado si se restablece la conexión entre los herederos del equilibrio.
Sus ojos se posaron en Kael, luego en Lyara.
—Tú, ángel caído. Y tú, elfa de sangre oscura. Sus razas fueron las primeras en sellar el pacto original: luz y oscuridad. —Luego miró a Nim, Brouke y a Khorvak— La energía, la curiosidad y la seducción; faltan, pero son buenos herederos del equilibrio.
Kael frunció el ceño.
—No tenemos tiempo —Gruñó el ángel.
—Nunca lo hubo. —Interrumpió la voz de Elrhen; entonces una de las raíces dibujó la imagen del druida.
—¡Maldito anciano! —Brouke notoriamente molesto, apretó su báculo. — Sabías que necesitábamos…
—Una solución rápida. —Interrumpió Elrhen, con una sonrisa cansada. — Pero eso es lo que nos ha llevado a lo que estamos viviendo. Es hora de hacer lo correcto y ustedes pueden hacerlo. Sobre su espalda carga las decisiones de sus ancestros; en sus manos está la oportunidad de hacer la diferencia para su descendencia…
—¿Qué tan grande es todo esto? —Preguntó Khorvak.
—Lo suficiente—Admitió Brouke. — ¿Qué significa restablecer la unión?
Elrhen sonrió.
—Volver a donde inició todo.
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Muy lejos de allí, en el corazón del Templo de la Luz, los cancilleres celestiales se encontraban reunidos bajo las cúpulas del Salón del Juicio. El mármol blanco y las estatuas doradas resplandecían con la luz de las lunas gemelas, mientras una energía contenida se acumulaba en la gran esfera cristalina del relicario.
—La decisión está tomada. —Afirmó el Canciller Alzeer, alto, de cabello de plata y expresión severa. — El flujo ha sido una fuente de contaminación, de mezcla indebida. No podemos permitir que lo irracional de otras razas destruya la pureza de los celestiales.
—El relicario será sellado con el primer canto de la luna de sangre. —Añadió Mehera, la canciller de voz suave pero implacable. — Así se restaurará nuestra integridad.
—¿Y qué hay del antiguo pacto? —Preguntó Lys, la más joven del consejo. La misma que había escuchado el temor de los ancianos del Reino, aquellos cuyos ojos habían visto el inicio de la gran guerra. — ¿De las consecuencias del aislamiento?