Capítulo 12: Fragmentos de verdad.
El latido suave nació del cristal cuando Kael lo alcanzó, entonces la tierra bajo sus pies retumbó con fuerza, la luz nació del centro del objeto y llenó el templo donde se encontraban cegando a todos y deteniendo la batalla. Fue entonces cuando el sonido de murmullos empezó a envolverlos, eran voces que hablaban al mismo tiempo, sonaban como un murmullo agudo, parecido a una lluvia.
Kael sintió como si fuera jalado desde el interior del cristal, intentó luchar pero sus fuerzas se desvanecieron y fue incapaz de hacer nada, sus alas doradas cayeron pesadas en su cuerpo
El cristal temblaba. No con la armonía de la vida, sino con la violencia de algo que había dormido demasiado tiempo.
El despertar del flujo no fue limpio, no fue suave.
No podía serlo.
Miles de ciclos comprimidos en un solo corazón mágico estaban liberando su pulso sobre Elyndran. La ciudad de los ángeles, suspendida entre cielo y piedra de imán, comenzó a desestabilizarse. Las torres flotantes vibraban con una frecuencia que hacía que las runas de contención chirriaran, como si la ciudad entera gimiera.
Las calles sagradas se fracturaron y por primera vez no había ordenó, los ángeles no caminaban con calma y temple. Buscaban a los suyos con desesperación buscando respuesta y protección.
Las estructuras de luz se apagaban en destellos. La energía que debía purificar y sanar… estaba fuera de control.
Y el latido del cristal, ahora completamente despierto, no hacía más que acelerar.
Lyara apenas había logrado arrastrar a Kael fuera del pedestal cuando el primer anillo de luz barrió el templo, empujando a todos hacia atrás. Khorvak había quedado inconsciente en el otro extremo. Brouke intentaba canalizar los excesos de energía a través del sello que aún sostenía, pero era como contener una tormenta con las manos desnudas.
Nim, flotando con el cabello erizado, gritaba cosas ininteligibles mientras lanzaba frascos hacia los puntos de colapso mágico.
—¡El flujo no quiere volver a estar contenido! ¡Está buscando salir, expandirse! —Gritó Brouke—. ¡Esto…!¡Esto es una memoria viva de todo lo que se selló!
—Debemos salir de aquí. —Lys se acercó mostrando como todos habían abandonado el combate, buscando una guía. — Debemos cuidar de aquellos que están en peligro, evacuar la ciudad antes que esto vaya a mayores.
—Tenemos que ayudarlos. —Lyara ordenó a Nim y quienes los rodeaba. — En este momento necesitamos sobrevivir. —Lyara miró directamente al padre de Kael, quien mantenía la postura firme pero denotaba desconcierto.— Después arreglaremos nuestras diferencias, pero allá afuera hay gente inocente que nos necesita.
Una nueva grieta se formó en el cristal y más energía se expandió golpeándolos, si seguían ahí tarde o temprano caerían bajo tanto poder y tantas almas.
Fue entonces cuando Kael abrió los ojos. Pero no los suyos.
Se encontraba en un espacio sin tiempo, suspendido entre fragmentos de luz. A su alrededor flotaban imágenes que no comprendía de inmediato: ejércitos, templos en llamas, niños llorando, clérigos rasgando antiguos pactos.
Y entonces las visiones lo eligieron.
Kael fue absorbido por una corriente de recuerdos, y de pronto vivía dentro de los ojos de otro.
No un ángel.
Un niño mestizo. Con ojos pálidos y cabello oscuro. Un niño que lloraba en los pasillos de mármol, mientras su madre —una mujer de rasgos suaves como los ángeles pero en su muñeca había una joya con gravados elficos— rogaba por su vida ante el consejo de los celestiales.
—No es una aberración. Es parte del equilibrio. ¡Él puede ser el puente!
—No hay puente entre lo impuro y lo divino —Sentenció un ángel con voz de acero.
—¡No es un ángel! —Sentenció otro más con asco en sus palabras.
Reconoció esa voz y ese lugar, él había estado ahí de niño y muchos años después en su propio juicio. Nada había cambiado pero era curioso como la mujer insistía en cubrir al pequeño contra su cuerpo. Avanzando un par de pasos la vio, la mujer tenía ojos claros, casi celestes, sus mejillas pálidas se tenían ante la urgencia de la situación pero sobre su cuello estaba un viejo collar que indicaba su familia ancestral.
Era su madre.
Estaba viendo su juicio.
Entonces comprendió. Ese niño no era un desconocido.
Era él.
Kael jadeó, sintiendo cómo todo su ser temblaba. No era un ángel puro. Nunca lo había sido. Su madre… nada era como su padre le había dicho. Había sido borrada, silenciada, y con ella, su verdadero linaje.
Sintió que podría hiperventilar pero fue entonces que aquella mujer tomó su rostro con ambas manos y sonrió con dulzura. Esa dulzura que no había recibido hace años.
—Te has convertido en un guerrero grande y fuerte. —Señaló la mujer con dulzura— Hice tanto como pude mi vida, solo quería que fuera feliz.
—¿No estabas enferma? —Solo atino a preguntar recordando la excusa de su padre.
—Ofrecí mi vida a cambio de la tuya, amor. —Admitió la mujer.— La guerra hizo cosas horribles pero me llevo a un hombre fuerte y generoso que fío su vida para que nosotros pudiéramos vivir aquí, pero… el secreto salió a la luz y tuve que elegir. —Suavemente se acercó y beso su frente como cuando era niño. — No dejes de luchar por lo que es justo y por la libertad que mereces mi vida, hay muchas cosas que cuando llegue su momento las sabrás, pero de momento solo recuerda: te amo con mi vida y eres la prueba viviente que este mundo necesita más seres como tú.
El desprecio, el juicio, la crueldad. No eran castigos por una traición aislada. Eran el reflejo de su origen prohibido.
Kael no había sido el error.
Había sido el recuerdo viviente de una unión que los celestiales habían jurado destruir.
Y él ya no estaba dispuesto a mantenerse al margen.
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Afuera, el caos había comenzado.
Los elfos oscuros, liderados por la reina Dhelia, aprovecharon el colapso energético de Elyndran. Emergieron desde Umbraal, el Reino subterráneo, por fisuras recién abiertas por la energía del cristal. Por siglos habían esperado este momento. Ahora, el cielo se debilitaba.