Capítulo 13: El eco de la guerra.
El aire vibraba con una fuerza primitiva, sin embargo, el tiempo parecía suspendido con esa electrizante calma ante del desastre.
De pronto Elyndran crujío rompiendo el silencio y marcando el inicio del fin.
Sus muros, perfectos y blancos como los cielos que los ángeles adoraban, se rajaban como huesos viejos. Las plataformas de piedra de imán flotaban de forma errática, impulsadas y repelidas por la energía desbordada del flujo. Runas que durante siglos habían sido fuente de estabilidad ahora parpadeaban como estrellas moribundas.
El corazón del reino se estaba rompiendo.
Lyara lo sentía en la sangre. El cristal había despertado, sí, pero la energía que liberaba había estado sellada por tanto tiempo que el equilibrio era imposible. Cada pulso que atravesaba Elyndran arrancaba una nueva grieta en su estructura.
Kael… había desaparecido.
La explosión de luz tras su contacto con el cristal había arrasado el templo. Cuando el resplandor se desvaneció, Kael no estaba. Solo quedaba el pedestal vibrando y una resonancia profunda que hacía temblar hasta el alma.
Deteniendo su marcha Lyara apretó su mano contra su pecho. No podía permitirse caer en el miedo.
No ahora.
—Tenemos que movernos —Dijo con voz firme, aunque el temblor en sus dedos la delataba. Hablaba más para ella que para los demás, necesitaba esa orden en su cabeza. — La ciudad no aguantará mucho más.
Brouke, pálido, asintió.
—El flujo... ha entrado en resonancia con el núcleo de piedra de imán. Elyndran caerá. Es cuestión de tiempo.
Khorvak se levantó con una mueca de dolor, no había alcanzado a avanzar mucho antes de la expansión de la última onda. Tenía un corte profundo en el hombro, pero su mirada seguía siendo fuego puro.
—No caeremos con ella. —Gruñó.— No sin terminar lo que empezamos.
—¿Están bien? ¿Y Kael? —Murmuró Nim, flotando con alas apagadas, su luz titilante. — No lo sentimos. No está… ¿Dónde se fue?
Nadie respondió.
Khorvak apretó sus labios y Brouke volvió la vista al lugar que habían dejado atrás.
**
El temblor final llegó con un estallido.
Varias de las plataformas inferiores de Elyndran se desprendieron en un rugido que ahogó los gritos. Ángeles y civiles caían en caos, mientras las torres de guerra intentaban mantener posiciones entre los fragmentos de ciudad.
Era el momento que Adriene había esperado.
El padre de Lyara, con su armadura negra y el emblema de la corona de Umbraal sobre el pecho, emergió desde las grietas abiertas. A su lado, su guardia personal: guerreros elfos oscuros con lanzas de sombra y capas tejidas en la Seda de la Noche.
—La ciudad cae —Dijo, su voz como un trueno contenido. Recordó toda la guerra que habían vivido, todas las bajas, todas las vidas afectadas por la guerra. Era el momento. — ¡Que caiga con justicia!
Su ejército avanzaba en oleadas desde los corredores subterráneos que el flujo había abierto, saltando entre las plataformas inestables, tomando posiciones clave.
Adriene alzó su espada larga, forjada en el antiguo metal de las raíces de Umbraal.
—¡Por siglos hemos esperado! ¡Que la pureza ciega caiga! ¡Que Titán vuelva a respirar!
Los guerreros respondieron con un clamor que resonó por todo el cielo.
Era el momento que las lunas de Titan habían marcado.
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Tervhael apretó su arma, estaba listo.
Desde la plataforma superior del Gran Salón, miraba el desastre con una mirada fría y serena. Su lanza resplandecía, su armadura no tenía ni una grieta.
Kael le había dado una gran batalla pero nunca le atacó. Nunca lo haría.
No había duda ni compasión en sus ojos.
—Que así sea. —Declaró dibujando una cínica sonrisa. — Si el mundo debe romperse para renacer puro… entonces que sangre de herejes lo selle.
A su lado, un contingente de los ángeles más fieles —los Alados del Juicio— desplegó sus alas doradas. Eran fanáticos, devotos, dispuestos a morir por el ideal de la pureza.
—¡A las armas! —Ordenó Tervhael. — ¡No permitiremos que la oscuridad tome lo que es nuestro!
El choque no tardó.
En los cielos rotos de Elyndran, alas blancas frente a criaturas de la oscuridad se entrelazaron en una danza mortal. Los elfos oscuros usaban la ventaja de las sombras que el flujo liberaba. Los ángeles puristas respondían con ataques de luz controlada.
Pero el campo de batalla no era estable.
Cada nueva grieta, cada fragmento que caía, convertía la ciudad en un campo de guerra flotante.
El fin había iniciado en Elyndra pero la Luna entera sufría el caos del flujo contenido.
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Mientras la guerra devoraba los cielos, Lys guiaba a su grupo por los corredores secretos.
No eran soldados.
Eran historiadores, clérigos, ángeles que no aceptaban el dogma de pureza.
—Debemos proteger a los civiles —Insistió abriendo los caminos sellados siglos atrás. — Y detener a Tervhael si es posible.
Uno de los suyos temblaba.
—¿Cómo podremos...? ¡Es el más poderoso de todos!
Lys detuvo su marcha, su mirada ardía.
—El más poderoso, sí. Pero ciego. La pureza no es un escudo contra la verdad.
—¿Alguna otra excusa? —Khorvak apareció junto con los que habían quedado atrás. — Que el miedo les de la valentía de sobrevivir y no la excusa para no hacer nada, eso es patético.
Habían sentido el flujo.
Pero Kael había desaparecido tras tocar el cristal.
El sello se había encendido.
El pacto estaba en marcha.
Lys lo sabía. Su deber ahora era proteger lo que quedaba de esperanza.
Asintiendo al demonio Lys terminó de abrir los pasajes, era momento de hacer las cosas bien por el pueblo.
—Gracias. —Lyz miró a Khorvak antes de hacer una reverencia, una que solo se le daba a los más respetables de su Reino. — Has salvado sus vidas y estaremos en deuda eternamente.