Capítulo 14: La sinfonía del flujo.
El cielo de Elyndran seguía gimiendo.
Las Lunas Gemelas, desalineadas por el caos, proyectaban sombras irregulares sobre una ciudad que se desmoronaba en silencio y estruendo. Fragmentos de piedra de imán flotaban, giraban, chocaban entre ellas o explotaban sin previo aviso. Las runas antiguas parpadeaban como luciérnagas moribundas, incapaces de contener el flujo desbordado que brotaba del cristal ahora despierto.
En medio del desastre, dos figuras combatían sobre una plataforma inestable: Tervhael, el último bastión de la pureza celestial, y Adriene, el rey guerrero de Umbraal.
A su alrededor nadie intentaba interponerse o ayudar, estaba claro que el nivel de ellos superaba al de cualquier y sus motivos eran más fuertes que cualquier arma.
Sus armas ya no eran solo acero. Eran ideologías encarnadas.
—¡Tu ambición ha condenado a Titán! —Rugió Tervhael, su lanza de cristal vibrando con luz ardiente.
Adriene bloqueó el golpe con su espada oscura, la hoja forjada en las profundidades de las raíces de su reino. El ultimo recuerdo de su hermano.
—Y la tuya la mantuvo encadenada durante siglos. No confundas mi causa con tus prejuicios.
Las plataformas bajo sus pies crujieron. Un fragmento cayó rompiendo la tensión bajo un sonido estridente, arrastrando columnas en su descenso al abismo.
Tervhael se elevó en vuelo, alas extendidas como cuchillas. Adriene saltó para encontrarlo en el aire. Cuando chocaron, el estallido de energía fue tan potente que iluminó el cielo fragmentado.
—¡Tu hija eligió la oscuridad! ¡Ese mestizo contaminó el corazón del mundo!
—Mi hija eligió la verdad. Y Kael… hizo lo que tú jamás tuviste el valor de intentar: tocar el origen.
El silencio fue breve. Después, la guerra rugió más fuerte que nunca.
Sabían a ciencia cierta que el que bajar las armas sería quien terminaría muerto, pero ninguno estaba dispuestos o seder sin luchar.
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En lo profundo del templo, donde las paredes aún resistianel colapso, Brouke y Nim trabajaban sin descanso.
—Necesitamos resonancia. —Murmuró Brouke. — Si el flujo se puede volver música, entonces también puede volver al equilibrio. Es cosa de modificar la naturaleza de la onda que sigue el flujo.
Nim trazaba patrones de luz en espiral, dejando brillos tenues que se adherían a las paredes del templo como marcas vivas.
—El cristal nos escucha. Pero no nos entiende. Hay que enseñarle a danzar —Respondió con una sonrisa intensa. — Lo he visto en el bosque, la energía del flujo es capaz de seguir patrones realizados por otra energia: es como enseñarle por medio de la repetición.
Brouke colocó ambas manos sobre el suelo. Las runas se activaron con un pulso firme. Pequeñas notas musicales retumbaron desde el suelo hasta salir en forma de polvo en el aire, como si el lugar comenzará a cantar.
—Está respondiendo… El flujo quiere aprender.
La sala entera empezó a cambiar. Columnas olvidadas se alzaron. Runas escondidas desde la Primera Era se encendieron. El templo no resistía… se adaptaba.
Una nueva melodía nacía.
Ambos seres mágicos aceptaron el desafío mientras el sonido de las armas les indicaban que el tiempo se acotaba. Era momento que el flujo siguiera un nuevo ritmo.
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Todo era silencio.
No había nada.
Kael flotaba. No había forma, no había cuerpo. Sólo conciencia.
Estaba suspendido en un océano de recuerdos, atrapado en una corriente de tiempo que no fluía ni se detenía. A veces la oscuridad era iluminada por una luz intensa la cual se expandía hasta volver nuevamente a generar oscuridad, en un bucle infinito.
Kael era aún guerrero pero no podía tocar, sentir ni orientarse porque su existencia se había vuelto solo a estar ahí. Y en ese espacio sin dimensión, aparecieron figuras que parecían estar en su mismo dilema, existían ahí y solo eso.
La primera, una mujer cubierta de velos translúcidos, con ojos violetas.
—Soy Aera, guardiana del pacto. Has llegado al corazón, Kael.
—¿Estoy… muerto?
—No. Estás donde todo comienza y todo termina. Aquí vive el flujo. Este es su inicio y es final, Qui empieza su vida y vuelve a morir.
Una segunda figura emergió: Tharun, un mago antiguo, uno de los primeros en resistirse al dominio celestial. Uno de los primeros que descubrió las artimañas que se escondían tras un pacto de paz.
—La guerra que recuerdan como accidente… fue intencional. Los celestiales decidieron romper el pacto por miedo. Miedo a lo que no podían controlar. Y así nació el aislamiento. Así nació esta ruina.
—¿Por qué yo estoy aquí?
—Porque el flujo te reconocío como la respuesta que todos esperaban desde aquella época. —Explicó Aera.
—Porque tú no eres uno ni otro. No eres celeste ni oscuro. Eres lo que debió haber sido. La prueba de que el equilibrio era posible.
A su alrededor comenzaron a aparecer más: druidas de corteza viva, sirenas de ojos líquidos, demonios silentes. Todos lo miraban.
No con juicio. Con esperanza.
—¿Puedo volver?
—Cuando estés listo. —Respondió Aera. — Cuando entiendas lo que realmente se rompió.
Las figuras extendieron sus manos. Y el flujo le mostró más: imágenes del inicio, del primer sello, del momento exacto en que la unidad fue sacrificada por poder.
Kael no habló. Solo escuchó.
Tenía muchas dudas. Había sido mucha información en muy poco tiempo pero estaban en guerra y solo quería volver y proteger a Lyara.
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Arriba, la guerra alcanzaba su clímax.
Los Alados del Juicio descendían con violencia sobre las plataformas donde los elfos oscuros resistían. Adriene lideraba la carga con fuego en los ojos. Tervhael, con cada golpe, buscaba no sólo matar, sino purgar.
—¡Esto es por Elyndran! —Gritó un capitán celeste.
—¡Esto es por los que fueron silenciados! —Respondió una elfa de luz luchando a su lado, contra los suyos.