Capítulo 15: La marcha de los sin voz.
El viento arrastraba polvo dorado en las llanuras abiertas del norte, donde los árboles del exilio extendían sus raíces hacia el cielo. Allí, entre la niebla del amanecer, marchaba un ejército sin nombre, sin himnos ni banderas… pero con propósito. Al frente, un joven de mirada firme y ojos oscuros guiaba la formación.
Ryder “el eco y la sombra”. Hijo menor de Adriene y Dhelia, futuro rey de los Elfos oscuros de Umbraal, había hecho lo que nadie esperaba de él: unir a los que el mundo había ignorado, aquellos que buscaban libertad y justicia, pero no encontraban tierra que los adoptará.
No lo logró con armas ni imposiciones. Lo hizo con actos.
Su travesía comenzó entre guerras contra los ángeles, cuando su madre le confió una misión secreta: encontrar a los esparcidos, los heridos, los olvidados; aquel ejército que ya no quería más guerra pero querían alguien que los guiará para luchar por su libertad. Él partió con un mapa desgastado, sin más escolta que su voluntad y la guía de su madre.
Empezó por el último destino que su madre conoció antes de ser llevada por los Notchélis, en la aldea flotante de Mirdain donde salvó a una familia de druidas atrapada en un incendio, sin preguntar a qué bando servían ni señalar a los posibles culpables. Continuó en las minas subterráneas de Thurel, antes de llegar a la costa de las Sirenas, dónde defendió a un grupo de mestizos esclavizados, siendo herido en el proceso y entre todos ayudaron a un Clan de enanos que habían quedado atrapados bajo un derrumbe. Cuando los demonios renegados se negaron a escucharlo, no los enfrentó: se quedó a enterrar a uno de los suyos caído en una emboscada, hasta que alguien lo ayudó con la última piedra con el sello del amanecer, el más alto gesto para un demonio caído en batalla.
Poco a poco, comenzaron a seguirlo, de pasar a comer solo frente a una pequeña fogata pronto se vio acompañado rodeado de seres que ofrecían comida y buenas historias a cambio de su guía.
Druidas de madera y ceniza. Sirenas que ya no cantaban, pero sabían construir y pelear. Antiguos guerreros humanos que sólo querían paz después de haber sido abandonados de misiones fallidas. Hadas expulsadas de sus círculos por no compartir sus ideales. Y demonios errantes con nombres olvidados.
Ryder no pidió fidelidad, no llevaba un escudo, no representaba a su familia, había abandonado su apellido, sus tradiciones, su pasado y el de los suyos.
Solo caminó delante, sosteniendo una verdad: que el pasado no podía repetirse.
Su madre, Dhelia, lo recibió con lágrimas contenidas cuando lo vio regresar, no con un ejército, sino con una esperanza real. Habían pasado años y el joven llegó no solo siendo un guerrero, sino un líder que escucha y es escuchado, que sus compañeros confían y que él daría su vida por ellos.
Había creado su propia comunidad.
—¿Estás listo para luchar? —Le preguntó la mujer orgullosa.
—No quiero destruir. No vale perder a ninguno de ellos por una simple batalla. —Dijo él. — Pero quiero abrir lo que se cerró con odio.
Su madre asintió, orgullosa.
Así fue como se convirtió en comandante de los sin voz.
Todos alzaron sus armas, sabían que luchar era una posibilidad, pero también significaba que esta podría ser el inicio de la última.
**
En el corazón del flujo, donde el tiempo no existe y la memoria es tangible, Kael caminaba sin cuerpo, pero, no sin identidad.
Las figuras antiguas lo rodeaban.
Aera, Tharun, los sin nombre. Todos eran fragmentos de lo que alguna vez fue el pacto. No hablaban con juicios. Hablaban con hechos, mostrándole visiones: la creación del pacto, el miedo de los ángeles, la traición inicial, el encierro del flujo.
—El mundo no se rompió por accidente —Dijo Aera—. Fue una decisión tomada por quienes temían la mezcla. De perder el control o peor, perder lo que los hacía estar sobre los demás.
Kael vio la imagen de su madre llorando ante un tribunal de luz cuando fue a juicio. A su padre alejando la mirada con desprecio, no culpable, no con tristeza, solo con desprecio. Su niñez fue truncada por los deseos del tribunal que deseaban verlo como un arma. Su escuadrón, ejecutado, por su lealtad.
Pero también vio a Brouke que lo recibió después de una tormenta donde casi muere por sus heridas, a Khorvak, el mismo demonio al que había salvado de joven, ofreciendo un par de sus alas a Brouke para que Kael pudiera volver a volar. A Lys que siempre defendió la libertad y le ayudó desde las sombras, pues entendía que desde una posición de poder era más útil que sólo huyendo de todo. A Lyara que estaba dispuesta a arriesgar y luchar con todo por la libertad de los suyos, no la destrucción de los ángeles, sólo la libertad que tanto necesitaban y Nim que dio un paso adelante por buscar la verdad sin ver orígenes, sin ver clanes, solo por respuestas y sin embargo, seguía luchando por ella y todos los demás.
—¿Y si no quiero venganza? —Preguntó finalmente Kael. — ¿Y si quiero que esto termine?
Tharun asintió.
—Entonces haz lo que nadie ha hecho desde el principio: entrégate al flujo. No lo controles. Sé su canal.
Kael no dudó.
Abrió sus brazos y cerró los ojos.
Él nunca fue lo que le hicieron creer que era, combatió en batallas que no eran suyas, mató seres que luchaban por su libertad y no por creencias como ellos, lo acusaron y despojaron de todo y de todos los que alguna vez conoció.
Pero aún así tenía mucho que perder si esto seguía así.
—Tomen mi cuerpo, mi historia. Dejen que mi voluntad sea puente. Que esta guerra no se repita jamás.
El flujo respondió.
Se alzó como luz y sombra, como agua y fuego, como todo lo que no tiene nombre. Lo atravesó. Lo reescribió.
Kael desapareció.
Y en su lugar, el primer Guardián del Flujo nació.
**
Elyndran no cayó como lo hacen las ciudades.